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En el
mencionado Informe de Noviembre de 1859 al Sr. Ministro del Supremo Gobierno,
propone un “Reglamento de 12 puntos” para fundamentar la justi-cia con que se
debe proceder en los contratos de traba-jo con los indios. Asegura en él que
las dichas condi-ciones están fundadas en las imprescriptibles leyes de equidad
y justicia de las cuales nadie debe eximirse. Este Reglamento es de lo más
grave, valiente y sensato que dictó el Misionero. Alvarado resume el famoso
Reglamento con estas palabras: “Libertad de trabajo; equidad en los contratos;
si los indígenas niegan una deuda o alegan que ya paga-ron y no se les puede
comprobar en otra forma, no se les debe obligar; la aplicación del principio
que nadie debe enriquecerse en detrimento de los indios; nulidad de los
contratos que tengan por objeto vender, comprar o conmutar personas. La cesión
de deudas deben hacerla en presencia de algún protector y con el
con-sentimiento de los indígenas obligados”.
Subirana justifica el Reglamento y la solicitud al Sr.
Ministro diciendo que, como cristianizador y primario protector de los
indígenas, debe mirar por el bien de ellos, y como misionero por el bien de
todos, y así “he pensado hacer un reglamento que sirva de guía a mí y a los
demás protectores, a los mismos indios y a los que tratan con ellos para que
éstos dejen de seguir condenándose por sus injusticias y aquéllos dejen por fin
de ser perjudicados”. Notemos el “condenándose”. Eso de apelar al cas-tigo eterno
por la injusticia es algo que hoy nosotros dejamos a un lado, pero que al
valiente ―¡y tan bon-dadoso!― Padre Subirana no le tiraba para atrás y le movía
más que nada en su celo evangelizador. La respuesta del Gobierno fue rápida y
eficaz. Nombraba Gobernador Civil y Militar de la Mosquitia a Don José Lamote,
al que encargaba proporcionar a los indios los instrumentos de trabajo
necesarios, ayu-dar a levantar las ermitas o capillas, construir las es-cuelas,
designar los terrenos baldíos para entregarlos en propiedad a los indígenas, y
hacer que “se cumpla el Reglamento que el Señor Misionero Don Manuel Subirana
expidió para favorecer los intereses de los indios”. Además, para facilitar
todo, y como una contribu-ción del mismo Gobierno, debían entregarse gratis el
papel sellado con todos los timbres, aparte de que el sueldo del fiscal
correría a cuenta del Estado. Juan Franco y Victoriano Sambolá, que, de toda
con-fianza suya, eran también los que necesitaban aquellos indios por él
civilizados. Es de admirar la respuesta del mismo Presidente Guardiola, que,
dirigiéndose a las Cámaras Legislati-vas en su reunión ordinaria de 1858, y
contraponiendo la actitud del Misionero a la de otros eclesiásticos que se
enfrentaban sistemáticamente a todo lo del Gobier-no por motivos no muy
confesables, dice: “Debo en obsequio de la Justicia hacer mención honorífica de
los servicios últimamente prestados por el Señor Presbítero Manuel Subirana...
Son muy importantes los servicios que aquel buen sa-cerdote presta actualmente
al Estado en su empresa eminentemente evangélica y civilizadora... Ha lo-grado
reunir a los indios formando poblaciones en donde les inspira amor al trabajo y
amor a la socie-dad... Estoy dispuesto a proteger esta empresa de la que más
tarde sacará el Estado ventajas de conside-ración”. Esto lo decía el Sr.
Presidente después del Informe del Padre en 1858. Pero será aún más determinado
ante las Cámaras después de recibido el de 1859: “Don Manuel Subirana
continúa prestando de buena voluntad tan importantes servicios a la Re-pública.
Resuelto como estoy a favorecer la con-quista y civilización de esos seres
desgraciados, y contando con los oficios y deferencias del Prelado Diocesano,
mis deseos son que dictéis cuantas me-didas sean a propósito para castigar las
depredacio-nes y crueles tratamientos que reciben de algunos malos hondureños,
según estoy informado”. A este párrafo magnifico respondió el Presidente de la
Asamblea, José María Cisneros.
El Padre pedía formalmente al Sr. Ministro que elevase todo
al Sr. Presidente para que si tuviere a bien se imprima en la Gazeta del
Estado. De hecho, el Re-glamento se expidió con autorización del Jefe Político
del Departamento de Yoro. Y, hay que decirlo en honor del Gobierno, el Padre
consiguió siempre de las autoridades todo lo que proponía, como Ejidos y Cu-radores
de Indios, y hasta Gobernadores cuando fue necesario, señalados por él a dedo,
como los caribes “adoptará medidas bienhechoras para atraer a nuestro seno las
tribus selváticas, librándolas de las crueles vejaciones que las aleja y
debilita la ambi-ción de unos pocos sedientos. Ellos tienen derecho a nuestra
estimación. Por consiguiente, siendo co-mo en efecto son habitantes del Estado,
merecen que se esparza entre ellos el santo fruto del aposto-lado y cuanta
protección se les pueda dar”. No hace falta copiar aquí documentos y más
docu-mentos del Gobierno, como respuesta a las proposicio-nes de Subirana, y
que trae el libro “El Misionero Es-pañol Padre Manuel Subirana” del Lic.
Ernesto Alva-rado García, desde la página 79 a la 124. Desde luego, que el
Gobierno de Honduras en aquel entonces mere-ce un monumento... Así, con
valentía, con amor, con respeto, sin guerra, el Padre Subirana fue un
“liberador” de primer orden, tanto que el historiador Jeremías Cisneros se
atrevió a decir hace ya muchos años, a finales del siglo XIX: “Si el
catolicismo tuviera en su seno mayoría de re-presentantes como Manuel
Subirana, carecería el socialismo de coraje para atacar a una religión que
sería entonces de paz, de concordia, de piedad, de mi-sericordia y de infinito
consuelo para la humanidad”. Por lo visto, la genuina Teología de la Liberación
no es tan nueva...
Pedro Garcia
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Todos sabemos la trágica suerte que le esperaba al Presidente
Guardiola, asesinado por su propia Guardia de Honor en Comayagua al amanecer
del 11 de Enero de 1962. Pero parece que el Cielo intervino milagro-samente a
su favor en lo más importante de todo. El apoyo que prestó siempre al Misionero
con miras tan elevadas, Dios se lo premió al Presidente con un hecho muy
singular en orden a su salvación eterna. El caso se cuenta de doble manera.
Según la prime-ra versión, el Padre Subirana dijo a la gente en el San-tuario
de Suyapa cuando marchaba el Militar para Yoro: -Recen por el Presidente,
porque necesita oracio-nes. Y es que Guardiola, antes de emprender la marcha,
había ido a confesarse con el Santo Misionero. Pero hay otra versión que ha
sido bien estudiada y parece más segura. El Padre celebró Misa en Yoro y, con
una verdadera bilocación, se trasladó después mi-lagrosamente a Suyapa, donde
pudo conversar a solas y confesar al General, que poco después moriría para
irse al Cielo. ¿Es esto posible? Todos sabemos que ese prodigio de la
bilocación ―que consiste en estar a la vez en dos sitios diferentes y
distantes― se ha dado con frecuen-cia en la vida de bastantes Santos. En la
misma historia del Padre Subirana nos encontramos con este caso sorprendente.
Viajando el Misionero hacia Gracias, hace noche en Mochito de Zacapa y llega a
visitarle una buena mujer desde seis leguas de camino. Nada más la ve el
Misionero, le manda: -Vuelve a tu casa, que tu marido está agonizando y no
llegará vivo a mañana. -Pues si yo tampoco puedo llegar hasta mañana, tanto me
da regresar como quedarme, porque no lle-garé a tiempo. -Vete pronto, que
llegarás. La mujer obedeció, se puso en camino, y, en cues-tión de segundos, se
encontró junto al lecho de su ma-rido moribundo. Este traslado no se explica
sino por una acción milagrosa, pues era imposible llegar cami-nando en toda la
noche.
El que fue después Nuncio en Honduras, Monseñor Federico
Lunardi, gran investigador, escribirá sobre nuestro Misionero en relación con
los indios: “Su verdadero padre fue el misionero Padre Su-birana, que los
reunió definitivamente en poblacio-nes casi como están ahora, les obtuvo sus
derechos de tierras, les dio maestros y les dejó una memoria imborrable”.
Poblador. Miremos, ante todo, este aspecto del apóstol de Honduras. El Padre
Subirana acertó en su diagnóstico: “No es fácil conquistar ni catequizar a los
salva-jes si primero que todo no se les promete mil veces que se les dejará
vivir libremente en los pueblos que ellos tienen formados en las montañas o
donde les da la gana”. Muy cierto. Pero ideó la manera de cómo reducirlos a
poblados para lograr que entrasen más fácilmente en la civilización.
1º. En el
Informe de Octubre de 1858 pide al Go-bierno que le proporcione solamente las
tejas, porque él se las va a arreglar con los mismos indios para le-vantar
ermitas, capillas o casas de oración en las inme-diaciones a las fincas o
haciendas donde ellos se en-cuentran. Una iglesia va a ser el mejor reclamo.
2º. Proyecta estas capillas sobre todo junto a los
caminos llamados reales, “para que él u otros Padres tuvieran donde reunirlos a
fin de seguir catequizándo-los, instruyéndolos y civilizándolos, y así, como
por grados, irlos acostumbrando a la religión y a la socie-dad”.
¿Le dio resultado el plan?... En Junio de 1864, cuando ya
había sembrado de capillas muchos territorios, escribía al Obispo Zepeda: “Los
neófitos de va-rios puntos han levantado ya sus casas en rededor de las Ermitas
y muchos otros las van a levantar”. Y hemos de tener en cuenta que no se trata
de un poblado que otro, sino que sumados todos los nombres citados en los
diversos informes del Misionero y del Gobierno o que son traídos por los
historiadores, resul-tan unas cuarenta y seis las capillas o ermitas esparcidas
por doquier, en torno a las cuales se formaron otros tantos poblados. No se
entiende cómo en unos cinco años, desde que comenzó el plan, pudo realizar él
solo semejante empresa, tan en consonancia con las gloriosas Reducciones de los
jesuitas en el Paraguay.
Pedro Garcia
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“Agrimensor”, por darle un título a este apartado,
consecuencia y complemento del anterior. Porque el asunto es mucho más amplio.
La Gazeta Oficial del 21 de Enero de 1865, al dar cuenta del fallecimiento del
Misionero, le atribuye la fundación de 21 poblados “cuyos habitantes han
entrado ya al rango de hombres civilizados”. Un elogio imperecedero. A los dos
años de llegar el Padre a la Costa Norte, ya había logrado la conversión de
casi todos los indígenas, que, bautiza-dos, tenían que consolidar ahora su
formación cristiana y, a la vez, humana. Era necesario acabar con la
dis-persión en que vivían y reducirlos a poblados en torno a la iglesia y a la
escuela.
Los terrenos que el Misionero escogía para acoplar-los eran
terrenos baldíos, pero que debían llegar a ser propiedad de sus pupilos allí
congregados. El 2 de Febrero de 1864 eleva al Sr. Ministro de Hacienda su
petición formal de que se les conceda gratuitamente siete caballerías de tierra
a cada uno de los poblados que había fundado. La solicitud fue atendida, y,
antes de morir a los nueve meses, el Padre ya había firmado las propiedades,
según derecho, de Agua Caliente, Candelaria, Cerro Bonito, El Tablón, Las
Vegas, Ojo de Agua, Palmar, Pintada, San Francisco, Venque de Lagunetas, Tela
(antes de Yoro y hoy de Atlántida) y Pueblo Quemado, llamado después SUBIRANA
en memoria del Misionero. En 1913 se les reconocía a los de Anisillo la
conce-sión hecha al Misionero hacía 49 años, y en 1927, sesenta y tres años
después, a los indígenas de la Mon-taña de la Flor, colocados allí, según el
Gobernador, por “Monseñor Subirana, Apóstol de la Raza Indíge-na”. Y aparte de
estos poblados mencionados por el mismo Subirana en su Informe al Ministro, el
historia-dor Vallejo enumera en 1887, veintitrés años después de la muerte del
Padre, otras 33 aldeas fundadas por el infatigable Misionero y colonizador. ¿Y
cómo dividía las tierras el Padre para ser justo con cada uno y con el mismo
Gobierno? Mejor que divagaciones propias, vale la pena recurrir al testimo-nio
del Ingeniero Díaz Chavez: “Se encuentran en el Departamento de Yoro te-rrenos
deslindados por el misionero, en cuyas men-suras operó con gran precisión científica.
Para ex-cluir predios indígenas siempre encontré la misma exactitud matemática,
el ángulo correcto, la decli-nación magnética bien determinada y referida al
meridiano astronómico del lugar, distancias exac-tas, acerbos de piedra
relacionados con señales le-janas del horizonte y otros detalles demostrativos
de los extensos y sólidos conocimientos del misio-nero en matemáticas,
astronomía esférica y topo-grafía”.
Pedro Garcia
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En la célebre exposición de Febrero de 1864 al Mi-nistro de
Hacienda, el Padre Subirana escribía: “Más de 6.000 indios liberados del
paganismo, que antes no reportaban ninguna ventaja para la re-ligión ni la
república, ahora, dirigidos por él y por sus celadores, progresaban bien
sensiblemente por el camino de la civilización y por su mucha labo-riosidad
servían de gran utilidad a Honduras, su-pliendo a las necesidades del Estado,
en los años de escasez, por sus cosechas de maíces, tabacos y otros artículos”.
¡Tabacos!... El tabaco. ¡Con qué sencillez lo dice el Padre! Pero el
historiador Eduardo Martínez López asegura que “el Misionero enseñó a sus hijos
adoptivos no sólo a cultivarlo sino a elaborarlo con especialidad y con una
perfección exquisita, como lo comprueba la buena calidad de sus puros, que
pueden competir con los de las otras tabacaleras del país”. Por eso, cuando en
Septiembre de 1864 el Gobierno prohiba sembrar más tabaco, el Padre Subirana
solici-tará la excepción “para los indios selváticos recién cristianos, ya
porque el Gobierno ha dado pruebas nada equívocas de querer favorecer a los
dichos indí-genas, y esto no sería favorecerlos sino perjudicarlos” .
Reunir a ]os indios en poblados tenia como fin principal el
tenerlos a mano para darles el mejor bene-ficio de la civilización, como es una
instrucción al menos elemental. La escuela era del todo necesaria. Y el
Misionero no se dio un punto de reposo hasta esta-blecer, donde podía, tantas
escuelas como iglesias. Y logró mucho. Tanto que, años después, el Presidente
Paz Barahona ordenará colocar su retrato en el Salón de Honor de la Escuela
Normal de Tegucigalpa reconociéndolo como “BENEMERITO DE LA INS-TRUCCION
PUBLICA”. La situación de la instrucción pública era lamenta-ble cuando
Subirana inició su evangelización. En toda la Costa Norte no había más escuelas
primarias que las de Trujillo, Yoro, El Negrito y Sulaco, junto con la de
Olanchito, que acababa de abrirse. En 1861, el nuevo Gobernador de la Mosquitia
recibe el encargo, en con-formidad con lo establecido por el Misionero, de
“co-menzar a establecer tan luego como sea posible, las escuelas en que deben
recibir los primeros e indispen-sables rudimentos de la enseñanza católica”.
Para Subirana parecía un axioma aquello de otro misionerazo de su tiempo, en el
corazón del Africa, el Obispo San Daniel Comboni: “Hagamos cristianos y
tendremos hombres”. Muchos, ciertamente, dicen al revés: “Hagamos primero
hombres para poder después hacer cristianos”. El Padre Subirana supo conjugar
maravillosamente ambas cosas a la vez: civilizar evan-gelizando y evangelizar
civilizando. Lo que construía por doquier, y a un tiempo, eran iglesias y
escuelas. Y el texto de lectura en las escuelas era, ante todo, el catecismo
“Ripalda Ilustrado”, compuesto y adaptado a Honduras por él mismo. Era el texto
con que se aprendía a leer en sus escuelas a la vez que formaba las
conciencias. Y aunque lo de las escuelas incumbía primeramente al Gobierno, el
Padre no se desentendió de ellas. Le-vantó las que pudo, tanto que el Gobierno,
siempre atento a la obra del Misionero, liberó de “cargas con-cejiles y
servicio de armas a los curadores y maestros de escuela que el Sr. Subirana
tenga ocupados en la civilización de los expresados indígenas”.
Nadie sabe qué escuelas debieron su existencia a la
construcción y organización directa del Padre y cuáles al Gobierno instigado
por el Misionero. Entre las suyas propias cita las de Dulce Nombre, Santa María
del Carbón, Pueblo Quemado, Guineos y Ojo de Agua. Y escribía pocos meses antes
de su muerte, como una meta prefijada de mucho tiempo atrás y mantenida firme
hasta el fin: “Pienso ir poniendo en los demás puntos, así como pueda”. ¡Que
aprendan a leer!... Era una de las obsesiones del Misionero. En 1937 aún vivía
Don José Urbina, que recordaba la amonestación simpática y cariñosa del Padre: -Aprende
a leer, bobaliconcito, aprende a leer. Con la colonización y la enseñanza,
llevadas a la par que la evangelización, Subirana consiguió lo que la Gazeta
Oficial del 21 de Enero de 1865, ya antes cita-da, declaraba a raíz de su
muerte, al atribuirle la fun-dación de 21 poblados “entre las hordas selváticas
de nuestras costas del Norte, cuyos hombres han entrado ya al rango de hombres
civilizados”.
Pedro Garcia
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No puede faltar una referencia a esta nota desta-cadísima de
nuestro Misionero. Aquí tiene la palabra, más que nadie, el redentorista Padre
Valentín Villar, infatigable y afortunado investigador, que, a fuerza de hurgar
en los recuerdos del Padre Subirana, dio con un ejemplar del Catecismo,
desaparecido casi por comple-to.
¿Qué había ocurrido?... El Padre no podía llegar a todas
partes y, por lo visto, quiso suplir su ausencia con el catecismo de Ripalda,
modificado y adaptado por él mismo a las necesidades y mentalidad de sus
encomendados. Parece que la edición de El Salvador, que nos ha llegado a
nosotros, fue la segunda. Se re-partió por toda Honduras. Pero, muerto el Padre
y sin cuidarse nadie de sacar ediciones sucesivas, hoy no se encuentra un
ejemplar ni con la linterna de Diógenes... El que tiene el Padre Villar ―¡y
está completo por milagro!― lo halló en una casa de Santa María de la Paz el
año 1953. Las fotocopias que tenemos se las debemos a su generosidad. Si lo
poseen otros campe-sinos, es imposible conseguirlo, ni prestado, aunque se les
ofrezca dinero: -¡No! Es recuerdo del Santo Misionero y tengo promesa de no
venderlo. El Padre Juan José Pineda, claretiano, ha dado hoy casi
milagrosamente con un ejemplar entero en el Ar-zobispado de Tegucigalpa. Es
suposición del Padre Villar que han desapareci-do todos los ejemplares, y los
hallados están totalmen-te mutilados, precisamente porque el catecismo se
convirtió en texto de lectura en las escuelas. Los niños perdían su ejemplar o
arrancaban las hojas que les señalaban, conforme a la norma que el mismo Padre
Subirana establece en la presentación: “Los padres de familia y los maestros de
escuela podrán señalar a los niños la parte que más les convenga aprender”. Si
le preguntaba el Padre Villar a algún viejecito si sabía leer, la respuesta era
conmovedora: -Sé leer sólo por el Catecismo. Para nuestro gusto de hoy, quizá
ese Catecismo re-quiera algún retoquecito. Está el Ripalda bastante am-pliado,
con glosas que tienen el fin evidente de formar en la vida cristiana. Y ojalá
se hiciera una realidad el suspiro del Padre Villar:
“Quiera Dios que el Catecismo del Padre Subi-rana vuelva a
ocupar un puesto de honor en los hogares hondureños, y ojalá llegue a la
Escuela Na-cional de donde salió desterrado hace años, con cuyo destierro nadie
ha salido beneficiado, ni la edu-cación cívica, ni las virtudes ciudadanas, ni
la fami-lia cristiana”.
Pedro Garcia
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No voy a decir que el Padre Subirana fuese poeta, porque no
lo era. Pero sus versos se hicieron muy po-pulares entre las gentes sencillas.
Además, tocaba muy bien el violín, que siempre llevaba consigo, y el violín no
era en sus manos un instrumento de diversión, sino un medio poderoso para
captar y entretener a las gen-tes durante los actos de la misión o en sus
catequesis continuas. Fueron célebres las coplas de su “Vamos fieles
ala-bando”, con las cuales enseñaba al pueblo a la vez que le hacía cantar.
Traemos alguna que otra coplilla nada más, escogida al azar y como ejemplo:
Vamos fieles alabando a nuestro Dios y Señor, con grande fe y esperanza, y el
más encendido amor. La segunda, que es el Hijo, se hizo hombre por nuestro amor
en el vientre de María, que siempre virgen quedó. Los buenos irán al Cielo a
gozar siempre de Dios, y los malos al infierno a arder sin fin, ¡ay, qué
horror! Digamos todos contritos: Hemos pecado, buen Dios. Tened piedad de
nosotros, mudadnos el corazón.
O como la catequesis sobre la Confesión. que co-menzaba con
esta estrofa: Hijo, si has pecado, no hay otro remedio: o confesarte o ir al
infierno. Esto, lo que el Padre componía para el pueblo. Pero el pueblo también
compuso sus “Alabados” para el Padre, como las simpáticas coplas: El año
cincuenta y seis el mundo se iba a perder, y el Cielo nos mandó un santo que
nos vino a socorrer. Juticalpa triste llora lágrimas del corazón en aquella
infeliz hora en que se fue la misión. No mucho antes de morir, el Padre dejó
como en testamento dieciséis estrofas en versos eptasílabos, ingenuos, sin
artificio. Es un canto de despedida que nos descubre su alma hermosa. Algunas
también: Decidme, Jesús mío, ¿cuándo os podré yo ver a la derecha del Padre,
sin miedo de os perder? Servir a Jesucristo es toda mi ambición, y verlo allá
en la gloria será mi galardón. El dejar esta vida no me puede penar, pues otra
mejor vida sé que se me va a dar. Mi bien no está en el suelo ni acá lo
buscaré. ¡Al Cielo, al Cielo, al Cielo! Allí lo encontraré. Amó mucho a
Jesucristo y tenía mucho amor a María. El pueblo adivinó cuánto era ese amor a
Jesús, y le puso un sobrenombre con el cual ha pasado a la posteridad en
Honduras: Padre Manuel DE JESUS Subirana. El “de Jesús” no era nombre de
pila, pero el instinto certero del pueblo no se equivocaba...
Pedro Garcia
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el objetivo principalísimo al que iban dirigidos todos los
esfuerzos del Misionero era la santificación y salvación de las gentes, para
constituir un pueblo santo, un sacerdocio real, una nación con-sagrada, conforme
al ideal de Dios. ¿Lo consiguió?... Aunque metido ante todo entre los
indígenas, igual que entre los morenos caribes, no deja en ninguna parte de
trabajar con los blancos y con nuestros clási-cos ladinos, porque debía mirar,
dice él mismo, “por el bien de todos”. No descuidó su ministerio de las
Misiones en los pueblos tradicionalmente cristianos, con las que consi-guió en
Honduras frutos resonantes, sobre todo por el arreglo de innumerables
matrimonios, como en aquella ya mencionada de Danlí, donde vimos que se unieron
en matrimonio 130 parejas y se acercaron a comulgar 5.543 fieles... Podrían
mencionarse bastantes más, pero sería repetir lo mismo en cada una de ellas.
Aunque merece recuerdo especial la de Gracias, por el voto
que hicieron sus habitantes ante la imagen de la Virgen de la Merced. Pidieron
al “Santo Misione-ro” que les librase de la maldición que hacía un siglo pesaba
sobre ellos. Se celebró la Misión en Abril de 1859. A excepción de cuatro
rebeldes, se confesaron y comulgaron todos los fieles, después de haberse
arre-glado todos los matrimonios ilegítimos. Sólo entonces, el 15 de Abril, se
organizó una pro-cesión sin precedentes, de ocho a diez mil personas, con
penitencias muy pesadas, en desagravio por el sacrilegio que se había cometido contra
la imagen “fundadora” de la Merced, cuando de un golpe le in-crustaron en la
frente una pedrada, razón por la cual ―dicen, aunque no sea verdad― los Padres
Merceda-rios maldijeron a la población. El Misionero recibió a la inmensa
procesión en el templo, y desde el púlpito, con el Crucifijo en la mano, le
aceptó el voto en nombre de Dios. Se levantó acta, firmada por el Misionero,
por el Párroco y por el Go-bernador, y el documento público, para que se
conser-vase siempre, fue colocado a los pies de la imagen veneranda, aparte de
ser enviada copia fiel del mismo al Archivo Eclesiástico y al de la
Municipalidad. Ya sabemos como procedía con los indígenas. Ante todo, la
iglesia o capilla. A su alrededor, sin que nadie se lo mandara, se iban
reuniendo los que vivían disper-sos. Venia a continuación la escuela, donde
aprendían a leer con el catecismo del Padre, con el que llegaban a saber lo
necesario para la salvación a la vez que se les grababan en la memoria las
oraciones de cada día. El efecto fue inmediato y consolador, según escribe el
mismo Subirana al Obispo, “como zagal del pastor general de Honduras para darle
cuenta de la porción de ovejas que se digna permitirle cuidar”. Agradece a Dios
que su obra “especialmente en el Departamento de Yoro ya comienza a progresar.
Da gusto ver como saben rezar”.
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.Al margen |
AGRADECIMIENTO |
Agradecemos a todas las personas que hicieron posible la recopilacion de esta valiosa informacion y con trabajos ya existentes del jesuita Padre Santiago Garrido, del Lic. Ernesto Alvara-do García y de los valiosos apuntes inéditos del Padre Va-lentín Villar, aparte de las vidas documentadas de San An-tonio María Claret y del Padre Esteban de Adoain. Además de éstos, han escrito sobre Subirana historiadores beneméri-tos como Rafael González y Sol, Pompilio Ortega, Esteban Guardiola, Luis Mariñas Otero,COMO TAMBIEN AGRADECEMOS A:
Profa Carmen Viuda de Rodas
por brindarnos Informacion
documentada y de primera mano, conservada por quien en vida fuera su esposo; Don Amilcar Rodas Ramirez. Gracias por su amabilidad.
A doña Marina Martinez de Cruz Fiel segidora de Manuel Subirana. por su entrevista e informacion.
Doña Francisca Cruz
por su testimonio de Manuel Subirana.
Doña Aide Bustillo Mejia.
por su entrevista e informacion.
Al Sñor: Carlos Enriquez Chavez. por su testimonio. Equipo de Investigacion:
Cruz Aminta Bautista. Aura Aracely Vasquez. Brenda Linarez Lopez.
Bajo la Supervision de:
Lic. Marcio Rodas.
A todos los que de una u otra forma Contribuyeron con la recopilación de información y creación de este documental del Misionero Manuel de Jesús Subirana.
Gracias. |
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