Las otras visitas pastorales en los cuatro años res-tantes
serán iguales. Pero, no nos engolosinemos. La persecución se presentó descarada
desde el principio. Y todo, por los matrimonios de los mulatos. Querían
casarse, pero, ¡pobrecito el que lo pretendiese! El Co-mandante General de Cuba
empezó unas diligencias, “las más furibundas”, dice Claret.
“Para impedir que un blanco se case con una mujer de color
manda paralizar el matrimonio, y no dice nada y tolera al que vive
escandalosamente, fastidiando a todos mis curas, misioneros y a mí mismo”. Otro
asunto de encontronazos continuos era el de los negreros. El Arzobispo y sus
misioneros hubieron de luchar ferozmente en favor de los pobres esclavos
negros, cuyos dueños los hacían bautizar, pero en lo demás los forzaban a vivir
como brutos. Son expresio-nes duras de Claret, que cuenta, por ejemplo: “En el
mes pasado se hizo misión en el partido de Dátil, y un amo envió una orden al
mayoral de los esclavos que allí tenía, diciendo que al esclavo que fuese a oír
la misión se le dieran cuarenta azo-tes”. Es famosa en la vida del Arzobispo la
anécdota con aquel finquero. Hablan los dos, cada uno desde su punto de vista.
Son inútiles todos los argumentos de Claret, hasta que toma dos papeles, uno
blanco y otro negro, los quema los dos en la candela del escritorio, revuelve
las cenizas, y pregunta a su interlocutor: -¿Podría distinguir usted cuáles son
las cenizas del papel blanco y las del negro?... Pues, así somos todos ante
Dios, y sin esa distinción nos juzgará a todos. O como el caso de aquella
señora que tiene la in-consciencia o el descaro de pedir al Arzobispo una
limosna para comprarse una esclavita que necesitaba. La contestación del
Arzobispo fue fulminante: ¡Señora, yo no tengo esclavos ni dinero para
com-prarlos! Este juicio de Claret sobre la esclavitud lo habre-mos de tener en
cuenta cuando veamos a Subirana en Honduras...
El Arzobispo habla de sus compañeros, entre los que destacan
Adoain y Subirana, “que reparten conmigo, sin el menor descanso, las fatigas
del ministerio. Estoy resuelto a no aban-donarlos ni a separarme de ellos, ni
en la gloria de la misión ni en el sacrificio, si llegara el caso. Ellos todos,
sin excepción, y yo cargamos juntos y gusto-sos la cruz de nuestro adorable
Redentor, que, con su ayuda, será siempre muy ligera”.