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MANUEL DE JESUS SUBIRANA El Angel de Dios en Honduras
Blog de linarez, Aminta Bautista, Aura Vasquez. Este Blog a sido creado con el fin de promover la devoción al “Santo Misionero” Manuel de Jesus Subirana.

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30 de Julio, 2011 · General

El APÓSTOL DE HONDURAS

     Su primer escenario

En Julio de 1856 desembarcaba Subirana en el puerto de Izabal. Guatemala, en la que permaneció hasta Octubre, podría haber sido el campo de su actividad misionera. Pero, por lo visto, el Arzobispo Fran-cisco de Paula García Peláez tuvo dificultades cuando el Padre le pidió los permisos necesarios para misionar de pueblo en pueblo. De esta circunstancia se sirvió el buen Dios para regalarle a Honduras un gran apóstol. Alto, delgado, blanco, de ojos azules, cabello cas-taño tirando a rubio, y con una voz armoniosa que sabe acompañar con el violín, el Padre Subirana se presen-taba en Honduras con cuarenta y nueve años de edad, muy preparado científicamente y bien curtido en an-danzas misioneras. El único Obispo de Honduras por aquel entonces, residente en Comayagua, Don Hipólito Casiano Flores, no tuvo los inconvenientes del Arzobispo de Guatema-la y recibió al Padre Subirana con los brazos abiertos, a la vez que no le designaba parroquia alguna, a pesar de que no contaba el Prelado más que con veinte sa-cerdotes, sino que le daba amplia libertad de movi-mientos para recorrer en plan misionero la inmensa diócesis, que era toda la República... Lo mismo hará en 1861 su nuevo Obispo, el franciscano Fray Juan Félix de Jesús Zepeda y Zepeda.

 

Þ     En la Mosquitia hondureña

 El Obispo le indica al Misionero como primer campo la Costa del Norte, por su conocimiento del inglés, para el que se ve tenia cierta facilidad, igual que por sus cualidades para ]a agricultura, construc-ción y medición de tierras. En la geografía se va a demostrar como un maestro competente de verdad.

Cuando Subirana se presentó al Obispo Flores para que lo admitiera en su vasta Diócesis, el mismo 24 de Octubre de 1856, el Prelado escribía al Presidente Guardiola diciéndole que el Padre no desea “otro des-tino que el de misionar en las tribus salvajes de nuestras costas. No omitimos manifestar al supremo Go-bierno que el sacerdote de que hablamos desea ansio-samente penetrar hasta la Mosquitia, prometiéndose el sacar de allí más abundantes frutos, estando dispuesto a arrostrar cualquier peligro”. ¡La Mosquitia!... Ahí derrochará energías sin cuento, ganará a los mosquitos para la Iglesia y la Mosquitia para Honduras... Existía un tratado de Honduras con Inglaterra sobre la Mosquitia, que era hondureña. En la disputa sobre los límites con Nicaragua pesará fuerte la opinión de Subirana, confirmada por documentos, de que la Mosquitia llegaba desde el río Aguán hasta Cabo Gracias a Dios, como se determinó definitivamente, muerto ya el Padre, en Noviembre de 1868. Esta soberanía hondureña será reconocida inter-nacionalmente, según el laudo emitido por el Rey de España, Alfonso XIII, en el año 1912. El Obispo de Comayagua, al presentar el Misionero al Gobierno, le expone la conveniencia de que se quede precisamente en ese centro de tanto interés nacional: “Me parece que, reconocidos nuestros límites terri-toriales, sería de tomar a importancia la permanencia de este ministro en el punto que tanto se desea”.

 

Þ     ¡A trabajar, sea dicho!...

Por aquí empezó Subirana su asombroso apostolado, pues ya en Enero de 1857 lo encontramos en Cabo Gracias a Dios, en el mismo límite de la Mosquitia con Nicaragua. El Misionero reconoce en su primer informe que, a excepción de Trujillo, esos pueblos no habían tenido atención alguna, ya porque los habitantes están muy remotos, ya porque son muy pobres y es preciso hacerles todo gratis. Él, que no busca más re-compensa para sus trabajos que Jesucristo y el Cielo, sabrá cómo entregarse con desprendimiento y generosidad heroicos... En 1864, y poco antes de morir, escribirá al Ministro de Relaciones con humilde reconocimiento: “Hasta ahora el Gobierno no ha hallado otro que se encargue de civilizarlos sino el Misionero que suscribe”. Y pudo hacerlo, precisamente, porque era pobre del todo y nunca buscó una recompensa pecuniaria. Jamás en su vida misionera de Honduras llevó un centavo consigo y para sí. ¡Había que hacerlo todo gratis!...

 

 

 

Þ     Los indios eran así...

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Los indios y morenos que encontró Subirana vivían aún en condiciones muy primitivas. La Honduras que evangelizó el Misionero estaba poblada en su parte Norte y Nordeste por zambos, payas, mosquitos, jicaques, toacas, sumos, caribes y otros, “en gran número diabólicamente supersticiosos” y que, para colmo de males, vivían entre “ladinos muy mal reputados”. To-dos estaban abandonados a su suerte, sin que nadie cuidase de ellos, entre contrabandistas nacionales y extranjeros que hacían con ellos lo que bien les venía. ¿Cómo eran aquellos indios? En un informe oficial al Gobierno, Casto Alvarado nos proporciona datos interesantes. Los caribes son más sociables, menos salvajes y más trabajadores que los sambos. Los cari-bes viven medio vestidos, mientras que los sambos van enteramente desnudos, aunque suelen llevar un bra-guero o refajo de cáscara de hule. Los sambos poseen una vaca o un caballo y algunos hasta doscientas cabe-zas de ganado, al revés de los caribes que no poseen absolutamente nada. Unos y otros son idólatras y polí-gamos.

No nos salimos de aquel Informe oficial. Los sambos estaban enojados con “El Santa Misión” porque les había quitado las fiestas del Surin, con que aplaca-ban a sus muertos. La poligamia la suelen practicar casándose con dos hermanas que tienen en una misma habitación, y hasta llegan a tener dos o tres parejas en esta misma condición deplorable. Entre ellos no se conocen más que tres delitos. El asesinato que lo castigan con la horca. El robo por el que hacen pagar el doble al perjudicado. Y el adulterio, que lo castigan con azotes cuando el culpable no puede pagar multas al ofendido. La mujer, por otra parte, es la bestia de carga mientras los hombres yacen en la holgazanería. Y sintetiza el Informe: “Son tan salvajes, tan bárbaras sus costumbres, especialmente las de los sambos, que no se tiene una idea de su degradación”.

 

Þ     Estos serán sus hijos

Pues, bien; a éstos indios se va a dirigir la evangelización de Subirana. Dios va a estar con él. Porque no van a ser todo facilidades. Al dirigirse el Padre a una aldea del Municipio de Omoa, cuyos moradores, asaz belicosos y hasta caníbales, no admitían a nadie extra-ño, la indiada salió al encuentro del Misionero con intención de matarlo. Pero el Padre levantó la mano para darles la bendición, y aquellos guerreros, tocados por una fuerza sobrehumana, se arrodil1aban mansa-mente ante el enviado de Dios... Cuando el Padre civilice a sus indios, les aconsejará que cambien sus nombres de animales por otros mejo-res. A los padrinos que escogía ―personas distingui-das del lugar―, les suplicaba que dieran a los indios su propio apellido. De este modo los dignificaba, les introducía en la sociedad, y no es extraño encontrar hoy día entre sus descendientes apellidos tan familia-res como González, Martínez, Álvarez, Morejón, Que-sada, y otros no menos flamantes...

Al irse Subirana al Cielo, “la Costa Norte no se co-nocía a sí misma”, dirá con humilde satisfacción. Había civilizado como ciudadanos y bautizado como cris-tianos a 3.000 zambos, 2.000 mosquitos, 150 taucas, 700 payas, 5.500 jicaques y otros 2.000 morenos cari-bes. Entonces escribirá también la Gazeta Oficial: “Mediante los piadosos esfuerzos del virtuoso e inolvidable misionero Subirana, esos habitantes de nuestras costas del Norte, hace poco todavía salva-jes e idólatras, gozan ya los beneficios de la Reli-gión Católica y el grado de cultura posible en su si-tuación infantil”.

 

Þ     Con blancos y ladinos

 Antes de establecerse definitivamente entre los in-dios, empieza con algunas Misiones, el ministerio de toda su vida anterior. A mitades de 1857 lo vemos misionando varias ciudades del centro. En Comaya-gua, por ejemplo, según recordará el Diario Oficial de Enero de 1865, consiguió un fruto maravilloso. Se refiere, más que nada, a la legitimación de matrimo-nios. Porque entre los blancos y los clásicos ladinos le esperaba un trabajo ingente con el arreglo de los amancebados o de unión libre. Igual que en Trujillo, donde, según informaba la Gazeta Oficial, “hubo una multitud de enlaces matrimoniales en la clase llamada ladina”; y lo mismo ocurrió en Olanchito, donde tam-bién “se matrimoniaron multitud de gentes ladinas”. El arreglo de los matrimonios y la constitución de fami-lias estables van a ser el fruto principal de sus Misio-nes. Predicando en el atrio de la iglesia parroquial de Tegucigalpa, llamó poderosamente la atención de todos por la comparación catequística sobre los Man-damientos:

- Es indispensable el cumplimiento de todos los Mandamientos de la Ley de Dios, porque si falta uno solo es imposible la salvación. Del mismo modo que, si faltase uno de los diez arcos del puente que une a esta ciudad con Comayagüela, no se podría pasar por él de un lado al otro. El Misionero ―que venía por primera vez a Tegu-cigalpa, había entrado por otra parte diferente del río y no había visto ningún puente―, ¿cómo sabía que eran diez los arcos?... Lo más probable que fue también aquí, en el barrio de La Ronda, donde curó a una señora que padecía enajenación mental muy grave y era una tortura para familiares y vecinos, caso confirmado por testigos muy fidedignos. El Padre mandó derramar violentamente sobre ella desde el techo un gran balde agua fría duran-te un acceso muy fuerte de locura. La enferma, desnu-da del todo, lanzó un grito estentóreo, profundo y pro-longado. Se calma de repente, llama por su propio nombre a uno de la familia y pide que le traiga ropa para cubrirse. El Misionero estaba al tanto, y entra en la habitación preguntando como si nada: -¿Qué hace la buena mujer Apolonia? Y ella, con la naturalidad máxima: -¡Aquí, esperando su bendición, santo Misionero Subirana! -¡Bien, hija! Siéntate. Vamos a charlar... La señora se sintió totalmente curada, sin que le volviera a molestar más la delicada enfermedad. Al llegar a Cantarranas no quiso hospedarse en una casa que le habían preparado: -No; aquí, no. En esta casa había antes un blasfe-mo renegado y debe ser exorcizada. Esta casa aca-bará mal. Muchos años después, en 1919, el edificio fue con-sumido por el fuego...

Fue muy sonada la Misión de Danlí desde el 17 de Junio al 9 de Julio. El Párroco dejó asentada un acta en la cual declara que comulgaron sacramentalmente 5.542 personas y se legitimaron 130 matrimonios. El Misionero sentía ansias de recorrer todas las po-blaciones de la República predicando misión, y cita expresamente Ocotepeque, Santa Rosa y los Departa-mentos enteros de Tegucigalpa y Choluteca... Pero su apostolado se va a centrar ahora, más que nunca, entre los indios salvajes, aunque jamás descuidará a los blancos, ladinos y a los de color en la Costa.

Þ     Yoro, punto de convergencia

Grandes proezas había realizado el Misionero en poco más de un año. Ahora va a dejar la Mosquitia para dirigirse a Olancho y a Yoro, que será el centro de un apostolado pasmoso en los seis años que le quedan de vida. Sin embargo, cada año veremos a este viajero impenitente realizar, siempre a caballo o a pie, una gira por la Costa Norte, para hacer más duraderos los frutos de las labores desarrolladas anteriormente. De Danlí pasa a Juticalpa, la capital de Olancho, al que iba a recorrer en todas direcciones, y del que dirá: “He logrado reunir a los indios payas en dos puntos, Dulce Nombre de Culmí y Santa María del Carbón, y les he puesto rezadores y maestros de escuela”. Para cuando fue a Yoro, a mitades de 1858, ya había ins-truido y bautizado a 800 indios de la selva en las mi-siones de Punta Ocote y Tuna.

En el Departamento de Yoro, al que dedicó la me-jor parte de su apostolado, comenzó por aprender la lengua de los indios jicaque. Se lanzó a las montañas del Oriente y del Sur, y para el 17 de Octubre de 1858 ya había bautizado, incluidos los 800 de Olancho, a 2.177 indígenas selváticos, de los que especifica el número en cada uno de los trece puestos misionados. Y esto sin prisas desaconsejables, sino precedida la sacramentalización con la preparación debida, como veremos luego. El 18 de Octubre, según informa al Ministro de Re-laciones, “paso a las montañas del Norte y Poniente con el propio fin, es decir, de instruir y bautizar, pues es donde hay la mayor parte de esos seres hasta hoy desgraciados”. En Noviembre del año siguiente hace el nuevo re-cuento, y puede afirmar: “He cristianizado a casi todos los indios selváti-cos de Honduras, que ascienden al número de 5.022 a saber: 150 toacas 600 payas en el Departamento de Olancho, 4.100 jicaques en el Departamento de Yoro y 172 de los mismos en el Departamento de Santa Bárbara”. Sumados todos los cómputos que poseemos, pasan de 9.800 los catequizados y bautizados, contados entre ellos los 2.000 negros caribes que viven pasada la Mosquitia, desde Blackriver hasta Trujillo y Omoa. O sea, que, para cuando muera, Subirana habrá hecho cristianos a “casi todos” los indígenas de la Honduras de entonces...

 

Þ     Bautizar sin precipitaciones.

Esta es la gigantesca obra evangelizadora de Subi-rana. Buena falta hacía desde que los beneméritos hijos de San Francisco habían dejado la Misión de Liquigüe, cuando en 1826 se les negó los 664 pesos que tenían asignados para su modesta subsistencia.

Y hay que decir que el Misionero no procedía con precipitación. Pronto vamos a ver cómo reducía a los indígenas a vivir en poblados en torno a las capillas e iglesias que levantaba por doquier, cómo los instruía y enseñaba a leer precisamente con el Catecismo, y cómo, según escribe a su Obispo, los bautizaba “como puedo”, cuando sabían lo necesario para la salva-ción, según las circunstancias de los neófitos en cada tiempo y lugar. La gradación intocable que seguía era ésta: primero los “instruía” en lo elemental de la fe cristiana; des-pués los “moralizaba”, es decir, les hacía quitar las costumbres incompatibles con el Bautismo; finalmen-te, les “administraba” el Sacramento. El escenario en que se desarrolló este apostolado era grandioso y bello, a la par que lleno de dificul-tades, tal como nos lo describe el Vocal de la So-ciedad de Geografía e Historia de Honduras. Lic. Ernesto Alvarado García: “Hay que imaginarse el medio geográfico de Honduras en ese tiempo: elevadas montañas. ríos caudalosos, lagunas y pantanos en los que abundan los lagartos o caimanes; selvas inmensas en las que viven tigres, leones, serpientes venenosas como el tamagás, barbaamarilla, etc.; la inmensa cantidad de mosquitos y jején. El paludismo con todos sus peligros, el cólera morbo, etc.”... Pero Subirana no es uno a quien le tiren para atrás semejantes dificultades...

 

Þ     ¿Sería verdad lo del cacique?...

No deja de admirar la rápida y abundante conversión de tanto indio jicaque de Yoro. ¿A qué se debió?... No es que hayamos de creer a pie juntillas, como veremos más adelante, en todos los casos milagro-sos que el pueblo cuenta del Misionero. Pero el del Cacique Cohayatbol no deja de ser curioso de verdad y lo traen todos los historiadores de Subirana.

Los jicaques de Yoro y Olancho venían por centenares y miles para recibir el Bautismo. El Padre les enseñaba a vestirse, les catequizaba, y los bautizaba a su tiempo. A todos, menos al Cacique, el cual se resistía a toda la enseñanza del Misionero. Hasta que un día se entabló entre los dos un diálogo curioso durante el cual el Misionero le gastó al jefe una broma pesada y misteriosa. -Yo no puedo creer en tu Dios. Yo sólo creo en Malotá, el dios del mal. -¿Y por qué no puedes creer en el Dios de los cristianos? -Porque Malotá no me prohibe nada y hago lo que quiero, mientras que tu Dios me quita muchos dere-chos. El Misionero rezó fervorosamente, miró compasivo e irónicamente al Cacique, al que empezó a venirle un intenso dolor de cabeza, de modo que la había de es-trechar con fuerza entre sus manos. -¿Qué te pasa? ¿Es que te duele la cabeza?... -En estos momentos me duele más que nunca. -Pues, mira; si aceptas el Bautismo, ese dolor se te quitará inmediatamente. Cohayatbol aceptó la propuesta. Rezó el Misionero y el dolor desapareció como por ensalmo. Ahora, a instruirse bien, a prepararse y a bautizarse con toda su familia... Y, lo que interesaba más, un amplio permiso al Padre Subirana para que predicara libremente en todos sus territorios y bautizase a cuantos quisieran. Así se cuenta el hecho, sucedido en los bellos para-jes de las montañas de Pijol, junto al nacimiento del río Cumayapa, generoso afluente del Comayagua, al que da sus frescas aguas y su abundante y rico pesca-do... El caso es que allí empezaron a bajar los indios por centenares, y decían que venían donde el Misionero porque habían soñado con él, porque lo habían adivi-nado y por mil razones más... Allí levantó el Misionero una aldea, a la que después, en su memoria, se le dio el nombre de SUBIRANA.

Þ     En Nicaragua y en El Salvador

 Los tres primeros años de la estancia de Subirana en Honduras son algo que no se entiende. Aparte de esa actividad con los indígenas y morenos caribes, fue el tiempo en que predicó varias Misiones entre los blancos, como veremos en su lugar, y, además, se dio sus dos escapadas a Nicaragua y El Salvador, cuando aún faltaban muchos años para que corrieran los auto-móviles por las autopistas y volaran los aviones por los cielos. El caballo o los dos pies que Dios le dio tenían que ser su transporte obligado... ¿De dónde sacó el tiempo? A finales de 1859 se encontraba en El Salvador arreglando la segunda edición de su Catecismo. Duran-te 1860 se pasa en esa República varios meses, en la que predica algunas Misiones; hace de Párroco en San Luis Talpa, de La Paz; visita Cojutepeque, ciudad en que dejó recuerdo imborrable, y pasa por San Pedro Perulapán, donde ocurre el pintoresco episodio de la estampa famosa. Quieren detener al santo Misionero, pero éste no se puede quedar. Como recuerdo, les deja lo único que lleva: una estampita de Santa Francisca Romana que le sirve de señal en el libro de rezo. Ante esa estampita, enmarcada en un cuadro, rezan todavía devotamente los habitantes del pueblo y cada año de-dican una fiesta en honor de la Santa con Misa solem-ne y sermón. ¡Hasta dónde dejaba el Padre su fama de santo!... Como podía penetrar en Nicaragua durante sus es-tadías en la Costa Norte y Olancho, se dirigió hasta León, con el fin de entrevistarse con su Obispo, a fin de conseguir las licencias ministeriales “para casar gente de lugares remotos en donde no suelen llegar los curas de parroquias, debiendo advertir que en lo dicho no tengo otro interés que la gloria de Dios y la salva-ción de las almas”.

Predicó también en Nicaragua varias Misiones, concretamente en Somoto, y trabajó temporalmente entre los indios chontales. En la parroquia de Mata-galpa dejó como recuerdo un altar labrado por él mis-mo y que ahora se encuentra en la iglesia de San José.

 

Þ     El filibustero William Walker

9op’0ppklHemos de situarnos en aquellos días tan críticos pa-ra nuestra Centroamérica. Desde un principio le pre-ocupó al Padre Subirana la suerte de los hondureños. Una de sus profecías es la referente a las tierras: “Aseguren sus propiedades para que siempre tengan donde trabajar juntos; porque los dueños de terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Ustedes se descuidan por la facilidad con que viven, pero día vendrá en que todo será distinto. Necesitarán mucho dinero, y lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del ex-tranjero”. Más que profecía, como la llama hasta hoy el pue-blo, estas palabras eran una intuición clarividente del porvenir: “Vendrá una nación extendiendo sus dominios por la América Central, y será difícil librarse de su poder, pues, halagada por las riquezas naturales del país, no querrá ceder en su empeño de conquista”. Y la conquista no iba a ser a base de ejércitos que nos aplastarían, sino llevándose nuestras riquezas con un colonialismo, una dependencia y unos tratados in-justos a toda prueba. El Primer Mundo y el Tercer Mundo de hoy...

E1 imperialismo inglés y el naciente norteamericano codiciaban nuestras regiones privilegiadas. Se soñaba en el canal que uniera Nueva York con California, el Atlántico con el Pacifico, y Panamá o Nicaragua estaban en la mira de las potencias colonizadoras. El filibustero norteamericano William Walker fue el más audaz, bajo su lema “Five or none”: O las cinco Repúblicas Centroamericanas o ninguna... Quería anexionar nuestros países a los Estados Sureños, esclavistas todos. De haberlo conseguido, la suerte de nuestra Centroamérica sería hoy muy distinta... Costa Rica inició la lucha contra el invasor. El Presidente hondureño Guardiola tuvo visión de la realidad, y mandó a Nicaragua refuerzos para las tropas liberadoras de Costa Rica, El Salvador y Guatemala, las cuales obligaron al invasor a huir de Centroamérica. El aventurero repitió otra intentona para apoderarse de Honduras. Pero el valiente General Mariano Alvarez logró capturarlo y él mismo firmó la sentencia de muerte del filibustero, que fue fusilado en Trujillo el 12 de Septiembre de 1860. El Padre Subirana se halla-ba aquel día en Punta de Piedra, a 80 kilómetros de distancia.

Þ     Los dos Presidentes

Sin contar los breves intervalos de Castellanos y Montes, mientras el Padre Subirana misionó Honduras se encontró en la Presidencia de la República con San-tos Guardiola y José María Medina, los cuales le brin-daron un apoyo total en su obra de evangelización y colonización de los indios. Guardiola vio en el providencial Misionero lo que de verdad necesitaban las tierras y las tribus más aban-donadas hasta por el mismo Gobierno. Medina seguirá las huellas de su predecesor y dará al Misionero las tierras que necesite para instalar en poblaciones a los indígenas que vaya evangelizando.

Muerto el Padre, seguirán el Presidente y sus fun-cionarios facilitando la labor iniciada por el infatigable Misionero, como la mejor respuesta a la memoria de santo y de colonizador que Subirana dejara por todas partes.

 

Þ     Apóstol de la liberación

El Misionero, ajeno en absoluto a toda política, su-po mantener ―como hemos dicho y veremos tantas veces― buenas relaciones con los Presidentes Santos Guardiola y José María Medina, que le brindaron su apoyo en la colonización de las tribus indígenas. Sin halagar jamás a las autoridades civiles, supo tratar a todas con el respeto merecido, se granjeó la estima de todas ellas, y en todas encontró el apoyo necesario en cuanto hubo menester para bien de sus misionados. Se las hubo de ver también con los finqueros y em-presarios opresores, que, en vez de embestir furiosos contra el Misionero, acababan por rendirse a la verdad, a la justicia y al amor. Profeta auténtico, no se calla nunca. Denuncia todo desorden. Se rebela contra la injusticia de los ricos explotadores. Acusa la negligencia de las autoridades competentes. Y promueve a los indígenas. Los reúne en comunidades para que reclamen sus derechos. Los instruye sobre cómo conseguir los sueldos justos... Pero lo expone y lo hace todo con un respeto, una claridad, una sinceridad y un amor tales, que, en vez de cosechar persecución, todos se ponen a sus órdenes para remediar los males que fustiga. Resulta todo un ejemplo viviente de cómo la vio-lencia consigue muy poco, a la vez que nos dice cómo el amor a todos sin distinción es el arma más fuerte que Dios ha puesto en nuestras manos...

Eso, sí; pone como base de su acción apostólica la promoción del hombre en su totalidad, y le enseña a ser persona con la instrucción y el trabajo honrado, a la vez que lo hace santo con una piedad viva, conforme siempre con las condiciones de un pueblo rudimentario y sencillo, pero capaz de asimilar todo lo bueno que se le da. Al final, después de conseguir frutos abundantes e inmediatos, morirá dejando en todos los hondureños, ricos y pobres, autoridades y gobernados, un recuerdo imperecedero y una veneración unánime.

publicado por linarez a las 20:42 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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AGRADECIMIENTO
Agradecemos a todas las personas que hicieron posible la recopilacion de esta valiosa informacion y con trabajos ya existentes del jesuita Padre Santiago Garrido, del Lic. Ernesto Alvara-do García y de los valiosos apuntes inéditos del Padre Va-lentín Villar, aparte de las vidas documentadas de San An-tonio María Claret y del Padre Esteban de Adoain. Además de éstos, han escrito sobre Subirana historiadores beneméri-tos como Rafael González y Sol, Pompilio Ortega, Esteban Guardiola, Luis Mariñas Otero,COMO TAMBIEN AGRADECEMOS A:

Profa Carmen Viuda de Rodas

por brindarnos Informacion

documentada y de primera mano,
conservada por quien en vida fuera su esposo;

Don Amilcar Rodas Ramirez.
Gracias por su amabilidad.

A doña Marina Martinez de Cruz
Fiel segidora de Manuel Subirana.
por su entrevista e informacion.

Doña Francisca Cruz

por su testimonio de
Manuel Subirana.

Doña Aide Bustillo Mejia.

por su entrevista e informacion.

Al Sñor: Carlos Enriquez Chavez.
por su testimonio.
Equipo de Investigacion:

Cruz Aminta Bautista.
Aura Aracely Vasquez.
Brenda Linarez Lopez.

Bajo la Supervision de:

Lic. Marcio Rodas.

A todos los que de una u otra forma
Contribuyeron con la recopilación de
información y creación de este documental
del Misionero Manuel de Jesús Subirana.

Gracias.
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