¡Claro!, el Padre Subirana, instrumento dócil en las manos de
Dios, era causa de la santificación del pueblo porque el pueblo estaba
convencido de que tenían con ellos a un santo, al “Santo Misionero”. Un hombre
de edad avanzada le declaró al Padre Garrido que su mismo abuelo le contaba
cómo una noche espiaron por una rendija al Padre, cuando se creía solo haciendo
oración, y lo vieron envuelto en resplandores celestiales. Igual que en aquella
casa donde se hospedaba. Oyen un ruido a mitad de la noche, van al aposento del
Misionero, que estaba acostado en el suelo con la ca-beza en una piedra por
almohada, lo encuentran todo iluminado y a un Cristo resplandeciente que emergía
del pecho del Padre... Una vez el Padre, ante la veneración que suscitaba su
persona, casi repitió la escena de Pablo en Listra... Volvía de la Mosquitia, y
en la aldea de Guata se re-unió una auténtica multitud para recibirlo. Los
señores Rubí, fuertes hacendados del lugar, le prepararon un gran banquete, que
el Misionero agradeció pero no quiso tomar. Se contentó con una taza de té. Lo
demás, podían repartirlo entre la gente necesitada. Pero la gente, más que la
comida, quiso beber en la taza que había usado el Padre para el té. Todos se la
disputaban como reliquia y se armó un desorden serio de verdad. Enterado el
Misionero, sale todo enojado: -¿Qué hacen? ¿Se dan cuenta del absurdo que
co-meten? Soy un simple hombre venido de España, pero como un otro cualquiera. Así
se le veneraba. Así manifestaban las gentes el concepto de santidad en que
todos lo tenían.
Los historiadores que han hablado de él son unáni-mes en
testimoniar su virtud. Como Esteban Guar-diola, que lo retrata como 59
“de costumbres austeras y edificantes, casto, benévolo,
prudente, activo y abnegado, llegando hasta el sacrificio. Recorrió el vasto
territorio de Honduras atravesando muchas veces a pie monta-ñas elevadas,
cuestas escarpadas, valles extensos, ríos caudalosos y pantanos miasmáticos,
sufriendo el rigor de las estaciones y las inclemencias del clima: todo por
cumplir su deber y por satisfacer los anhelos de su alma de propagar la sublime
doc-trina de Cristo”. Luis Martinez, aludiendo a su fama de milagrero, dice
atinadamente, refiriéndose al milagro de su vida: “El Padre Subirana no hacía
milagros, ni buenos ni malos. Ni los de Jesús el Nazareno ni los de Simón el
Mago. Hacía uno: sabía acercarse al pue-blo como su mejor amigo y sabía
conducirlo por el mejor sendero. Por este milagro fue capaz de repar-tir
bondades como quien reparte rosas blancas, co-mo quien da confituras a los
niños, como quien tira migajas a los pájaros... Inculturado en la Honduras de
entonces, siempre se mantuvo en contacto con el pueblo humilde. Comió su pan de
maíz, su ración de frijoles, bebió su jícara de pinol, su guacal de le-che,
durmió en su hamaca de cabuya o en su cuero de res”. Jeremías Cisneros, allá
por 1896, y recordando los años de su niñez, explicaba así el fenómeno de la
ve-neración de las gentes a Subirana:
“Los pueblos se agrupaban en masa a su tránsi-to, dándose el
ejemplo de un prestigio sin igual en su favor y de una adoración semejante a la
que se tributa a las imágenes de la Divinidad. La fe pro-funda de aquel
ministro del altar, su abstinencia sis-temática, su caridad inagotable, el
fervor que reve-laba en el culto, su conducta ascética y del todo
irreprochable, y la absoluta consagración que de-mostraba a
su Ministerio, justifican la especie de idolatría que el vulgo le profesaba”.
HISTORIAS Y LEYENDAS. HECHOS Y DICHOS Juicio que debemos formarnos Esta sección
tiene un interés único y excepcional en la vida de Subirana. El Misionero de
Honduras llenó todo el ámbito nacional con unos acontecimientos prodigiosos que
dejan desconcertado a cualquiera... El redentorista Padre VALENTIN VILLAR ha
sido el que más se ha metido a fondo en la investigación y recopilación de esas
tradiciones, aunque confiesa que le debe mucho al Ingeniero POMPILIO ORTEGA,
¿Que pensar de ellas? Admitámoslas sobre las siguien-tes bases.
lª. Algunos hechos son rigurosamente históricos ―con lugares,
fechas y nombres detallados―, como los han realizado otros muchos Santos. El
historiador no puede acortar la mano de Dios...
2ª. Por sorprendentes que sean la mayoría, no se puede negar
el fondo histórico que los sustenta. En su conjunto son reales, vividos por el
pueblo.
3ª. La fantasía popular ha podido añadir detalles
portentosos, inverosímiles tal vez, para realzar el poder taumatúrgico del Santo
Misionero. Pero el sustrato permanece firme.
4ª. Respecto de las profecías hay que decir que el Padre hizo
bastantes, confirmadas después por los hechos. Pero el pueblo, con su
imaginación vivísima, las multiplicó a montones. Y el resultado ha sido
simpático: “El Santo Misionero” ya predijo el desbor-damiento del río, el
ciclón de muchos años más tarde, la instalación del ferrocarril y el correr de
los auto-móviles, el invento del avión que volaría, la plaga de 61
las sectas contra la Iglesia Católica... Todo, todo lo que
hemos visto nosotros “Tenía que suceder”, porque “así lo anunció el
Misionero”... Algunas de estas profecías sí que han sido ciertas y se han
podido comprobar. Por ejemplo, la que lanzó en Cuevas, hoy Trinidad: -Sálganse
de este lugar, porque este cerro se va a derrumbar, corriéndose hacia el río, y
existe un centro magnético que con el tiempo hará unas descargas eléctricas muy
peligrosas. Lo cierto es que el cerro se ha ido desgarrando y las descargas eléctricas
han sido muy frecuentes y perju-diciales. Igual que la hecha a los habitantes
de Santa María de la Paz, a los que dijo: -Tienen buenas tierras, pero pasarán
a manos ex-trañas y ustedes tendrán que emigrar a otras regiones. Hoy, casi
todo el territorio de Santa María, sobre todo Los Planes, pertenece a firmas
muy extrañas, como Casas, Ulher, Gastel... O la de Ocotepeque, de la que dijo
al verla: -¡Hermosa ciudad! ¡Lástima que tenga que des-aparecer!... Y así fue.
La ciudad que conoció el Padre Subirana ya no existe desde 1931, al ser
arrasada casi comple-tamente por las aguas. Respecto de las profecías sobre los
inventos, como el avión, parece que no están más que la imaginación del pueblo.
Pero sí que parece cierta la del ferrocarril, sobre el que dicen que dijo: - El
trabajo del ferrocarril ocasionará la ruina de la República, porque con él los
extranjeros se pose-sionarán de las tierras de la costa. Lo mismo que la otra
sobre las sectas:
- Vendrán predicadores de sectas religiosas, tra-tando de destruir
la fe y la religión católica, propor
cionando libros y dando dinero para engañar a los incautos. He
de confesar con sinceridad que este punto de los milagros y las profecías ha
sido el mayor obstáculo que me ha detenido por tanto tiempo en la redacción del
librito, pedido con tanta insistencia sobre todo por el Padre Villar, el
archivero Padre Jesús Bermejo en Roma y el Padre Juan Sidera en Vic. A éste
ultimo le debo el acertado consejo: “Escriba todo sin meterse en la
investigación histórica de los hechos. Descríbalos tal como se conservan en el
pue-blo. Tomados en conjunto, son ciertos y confirman la fama de santidad de
que gozó el Padre Subirana en Honduras”. Porque la alternativa me resultaba
difícil. Callar estos hechos constituía una laguna grave, un vacío
incomprensible e imperdonable en la vida del Misionero, ya que toda Honduras
vive de ellos y los espera en el libro. Sin ellos, esta Vida no sería la Vida
del Padre Subirana... Ponerlos, significaba para mí meterme en indaga-ciones
históricas, hoy casi imposibles de realizar, aun-que Pompilio Alvarado y, sobre
todo, el Padre Villar ya lo habían recopilado todo. Espero haber atinado con
esta sección. ¿Historias? ¿Leyendas?... Lo mismo da. Son la expresión de la
fama de santo y de taumaturgo de que siempre gozó el Padre Subirana en
Honduras. Cuento con la benevolencia del lector...
CASOS Y COSAS DEL PÁDRE MANUEL DE JESUS SUBIRANA.
1. Pues, ¡vaya predicador!... El Padre Subirana predica
misión en Colinas, y Mateo Fernández lo es-cucha con atención embobada. Sale
fuera de la iglesia al parque para invitar a los que no han querido entrar:
-¡Vengan, vengan y verán que es Dios mismo el que predica! El
Misionero no ha podido oír nada, pero interrum-pe el sermón: -No, Mateo, no
digas que predica Dios. Di que predica el enviado de Dios.
2. Un desmayado que escarmienta... En San Ni-colás hay un
hombre que reparte sin cesar oraciones supersticiosas. Viene a confesarse con
el Padre. -¿No tienes y repartes oraciones falsas? -No, Padre. Y al momento cae
desmayado. Se rehace, y de nue-vo la pregunta: -Pero, ¿de veras que no las
tienes? -No, Padre. No las tengo. Nuevo desmayo más grave. El Padre le impone
la mano, y el mentiroso penitente recobra el sentido. -Sí, Padre; es cierto.
Pero ya no lo haré más. -Bueno. Las vas a quemar todas y en penitencia vas a ir
durante ocho días a la trojita, prenderás una can-dela y rezarás un
Padrenuestro y tres Avemarías.
3. Un caballo
obediente... El negrito acompañante, algo perezoso, recibe el encargo del
Padre: -Vete a abrevar mi caballo a las Pocitas. EI muchacho no quiso llevarlo
hasta allí y le fue a dar agua en un río más cercano. Pero el animal, ¡que si
quieres!, se empeñó en no bajar la cerviz para beber. Regresa el jinete
haragán, y, sin haber dicho palabra, oye la reprensión del Misionero: -¿Sabes
por qué no quiso beber el caballo? Porque tuviste pereza de llevarlo hasta las
Pocitas. Vuelve allá y ya me dirás después. No hizo falta que el negrito dijera
nada, pues el animal dejó por poco secas las Pocitas...
4. Enterrado de mala manera... Un tal Romualdo Castro,
arrepentido de haberse casado con la que era su concubina, se echó al cuello
por soga la banda de seda, de moda entonces entre los hombres para ceñirse los
pantalones, y se ahorcó en el guayabo indígena de las lomas de Santiago, por
Yoro. Las gentes quedaron aterrorizadas por el hecho. Entonces el Padre, para
dar un escarmiento, dispuso descolgarlo del árbol, abrir una fosa fuera del
cementerio, y, arrastrado hasta ella, que lo enterraran sin más. ¿Bien hecho?
¿Mal hecho?... El moderado General Alvarez, que fungía como Gobernador del
Departa-mento, le reconvino al Padre su acción. Pero el Misio-nero se defendió,
y se explicó: -Yo he dado esa orden contra mis convicciones y mis sentimientos
religiosos. Pero Usted estará acorde conmigo en que esta gente casi está en un
estado de barbarie deplorable y que mi labor es ardua. El suici-dio es
contagioso. Y he de aprovechar esta ocasión en que se han congregado doce mil
almas para dar un escarmiento y meterles el santo temor al infierno, igual que
al suicidio. Eso que Usted llama escándalo es providencial. Le aseguro que
pasarán muchos años para que esta población vea otro suicidio. Y decían los
ancianos que pasaron más de cuarenta años para que hubiese otro suicida por
allí... Quizá nos convenga hacer aquí una sencilla re-flexión. En bastantes
casos que se cuentan del Padre Su-birana, veremos al Misionero actuar con
cierta dureza cuando castiga. Es algo que llama la atención en un hombre que
era todo bondad. Hasta parecería que sus re-prensiones eran a veces humoradas o
bromas algo pesa-das. Pero tal vez tengamos la respuesta en esta explica-ción
que ha dado al General Alvarez. Sus castigos eran medicinales, algo así como el
de Pablo con el incestuoso de Corinto: “Para que su alma se salve en el día del
Se-ñor” . 65
5. Una piedra cazadora. Un hombre de la Ceibita tenia suerte
con su piedra misteriosa. Gracias a ella, cazaba muchos venados. Al llegar el
Padre, y sin que nadie le dijera nada, se encara con el afortunado caza-dor: -Esa
piedra es un amuleto muy malo que te hace comer espíritus inmundos. Si no fuera
por ella, verías, como los demás cazadores, algún venado que otro y no a
manadas como se te presentan. Vete ahora mismo al río y arroja en él esa
piedra. Mohíno, el hombre fue a cumplir lo mandado, pero, ¡vaya pérdida!...
Aunque encontró la solución en su mente avispada: -Bueno. En vez de tirarla al
río, la escondo en la orilla y la vuelvo a recoger cuando se haya ido el
Mi-sionero. De poco le valió la estratagema. -¡Cobarde! ¿Por qué no has tenido
valor para obedecerme y arrojar la piedra al río? Regresa, y haz lo que te
mando...
6. Una comadrona notable. Una simple profecía a una joven
buena, que le cayó por lo visto muy bien al Padre. -Margarita, tú vas a ser muy
buena comadrona. Margarita Mejía se quedó perpleja. Pero el tiempo dio la razón
al Misionero profeta. Porque Margarita era llamada de todas partes para ejercer
su bello oficio, que practicaba con maestría y caridad, y mediante el cual hizo
mucho bien entre sus buenas paisanas.
7. Ladrones con suerte. Dos muchachos de unos veinte años
deciden ir a confesarse con el Misionero, que les dice sin más:
-No les doy la absolución porque no están prepa-rados. Hace
ocho años que robaron unas sandías en 66
la finca de Fulano y aún no las han pagado. Vayan al dueño,
se las pagan o le piden que se las perdone. ¡Qué remedio les quedaba a los dos
pobres ladron-zuelos!... La finca estaba lejos y hacia ella que dirigen sus
pasos sin tardanza. No llegan hasta las cuatro de la mañana. El dueño se
levanta mal humorado, para oír: -Es que nos manda el santo Misionero Subirana a
hablar con usted. El nombre de Subirana era demasiado grave, y el finquero les
atendió generoso. -¿Qué ocurre? -Pues... que a usted le robamos unas sandías
hace ocho años, y el Padre nos manda a pagárselas ahora, a no ser que usted nos
las perdone. Ni que decir tiene que el señor fue comprensivo y les condonó a
los dos muchachos su vieja travesura...
8. El famoso indio Ciriaco Zamora. Era el terror de toda la
comarca de Petoa. Hijo de mestizo y de india, feo por demás, vestía del modo
más primitivo. Con una obsesión patológica por las mujeres, ¡pobreci-ta la que
cayera en sus manos!... Las acechaba por doquier, ya que no podía pasar sin una
“fembra” u otra. Al hacerse con una nueva víctima, se la llevaba al bosque,
hacía con ella lo que le venia bien durante días, la torturaba con sadismo si
precisaba, y la des-pedía... hasta encontrar otra. Al llegar el Misionero e
informado debidamente de todo, lo hace traer a su presencia. -¿De dónde eres,
indio? -De Tamagasapa, señor. -Tú estás hecho de sapos y culebras, indio. Eres
el azote de las familias cristianas. Si no cambias de con-ducta serás siempre
un maldito de Dios. El diablo seguirá guiando tus pasos hasta llevarte al
infierno, a cuyas puertas estás. ¡Ponte de rodillas! ¿Quieres ser buen hombre,
indio? -Sí, señor. 67
-¿Aceptas a Dios? -Sí, señor. -¿Te arrepientes de tu vida
deshonesta? -Sí, señor. -Entonces, te perdono y te doy la bendición. Si no
cumples como buen cristiano serás bestia del infierno. El pobre Zamora empezó a
llevar vida ordenada y perseveró bien. Pero las mujeres le pagaron mal. Una que
empezaba a tenerle cierta confianza, hubo de es-cuchar a la mamá: -Hija, perro
que come cuero, cuando no lo come lo huele. Este indio es capaz de engañar a
nuestro queri-do Padre Subirana...
9. Una adivinadora precoz. Aquel día en casa de Cornelia no
había más que llanto. ¡Si su papá le hubie-ra hecho caso!..., se lamentaban
todos. Pero, ya era tarde. ¿Qué había ocurrido?... Al llegar el Misionero a
aquel pueblo se le arremolinaron las gentes alrededor, mientras que el Padre
buscaba con ojos inquietos a una señora. -¡Que venga Cornelia! ¡Que venga
Cornelia! Y Cornelia, ante el Padre, escucha gozosa: -Mira, vas a tener una
niña que después va a pose-er el don de adivinar muchas cosas. Pero tendrá
ene-migos que te la van a perseguir. Y le dio instrucciones de cómo formar a la
futura hija. Efectivamente, vino al hogar una niña preciosa, que, ya algo
mayorcita, adivinaba lo que de ningún modo podía conocerse por anticipado.
Hasta que un día el papá, por asuntos de negocio, hubo de ausentar-se de casa
durante algún tiempo. -¡No te vayas papá! Si te marchas, al volver no me
encontrarás viva.
Pero el buen hombre tenía que irse, y se marchó. La esposa
consintió en que la comadre se llevara y guar-dase a la niña, que iba temblando
de pies a cabeza. Hubo de regresar a casa muy pronto, enfermó la po-68
brecita, y a los pocos días moría plácidamente. El papá
estaba inconsolable. La hijita descansaba en el cemen-terio...
10. Un puente solidísimo. Lo vi personalmente, y casi no lo
podía creer. Las gentes del lugar lo muestran con admiración y orgullo. Aquel
puente de un solo tronco sobre el río tiene una historia singular. ¿Cómo puede
seguir allí, después de bastante más de un siglo, sin que la madera se deshaga
carcomida?... En Rio Lindo se multiplicaban los enfermos, y na-die sabía el
porqué, hasta que vino el Padre Subirana, el cual sentenció seguro: -Caen
enfermos de tanto pasar el río descalzos. Y con decisión, el Misionero manda
cortar un árbol cercano, lo “afina” poco más o menos él mismo, lo tienden entre
todos sobre el río, ¡y allí está todavía impávido, respetado por las crecidas y
prestando sus servicios!...
11. Una fiera contra
el caballo. En una de sus an-danzas misioneras tuvo el Padre que pasar la noche
donde pudo, porque no había cerca ningún potrero. El negrito que le acompañaba
ató el caballo a un árbol, ¡y a dormir sea dicho, hasta mañana! Solamente que,
al amanecer, el pobre muchacho se echó las manos a la cabeza, temblando. El
caballo estaba destrozado y con graves mordiscos por todo su cuerpo. -¡Padre,
que un tigre ha dejado muy mal a su caba-llo! Tranquilo, el Misionero corta una
varita, golpea suavemente al animal, mientras le dice: -¡Venga, levántate,
animal de Dios! Que aún me haces mucha falta. Y el obediente caballo volvía a
caminar tan feliz como si nada hubiera pasado... 69
12. Casamentero, no. Pero... En Sulaco se apres-taba el
Misionero a legalizar el matrimonio de un gran número de parejas. A todos los
pretendientes les mira-ba el Padre con ojos escrutadores. ¡Que sepan lo que van
a hacer ante Dios y la Iglesia!... Y cuenta el distin-guido caballero Don
Domingo Cruz lo que le dijo el Padre a uno de los presentes que estaba a su
lado: -Esta no será tu esposa. Anda, entrega esa niña a sus padres y mañana
vienes con Fulana de Tal. ¿Cómo quieres que críe a los cuatro hijos que tienes
con ella? Aquel tipo irresponsable se quedó mudo, entró en razón, y al día
siguiente se presentaba con la que debía y el Padre le había indicado... Lo
mismo le pasó a un joven que se quería casar y tenía ocultamente dos hijos por
ahí... -Tú tienes dos hijos con otra mujer y no debes ca-sarte con la joven que
pretendes, sino con tu señora.
13. El horror de un aborto. El caso es espeluznan-te, y se
cuenta en varias partes de Honduras, aunque el Ingeniero Pompilio Ortega lo
sitúa en Taulabé. Terminada la Misa, sube el Padre al púlpito y llama por su
nombre a cierta mujer allí presente. La aludida empieza a temblar, pero sabe
que es inútil resistir al Misionero, y se adelanta hacia el presbiterio, en
medio del asombro del pueblo, que no adivina aquel misterio. Baja el Misionero
del púlpito, y ordena que le sigan todos, a él y a la mujer que lleva al lado.
Se dirigen a un lugar solitario, y entre cerros y pedregales se detie-ne la
improvisada procesión. Reunidos todos, el Padre ordena a la mujer: -Levante esa
piedra. La mujer hace un gran esfuerzo, pero no puede al-zarla y cae desmayada.
-¡Levántela! Ayer tuvo fuerza para subirla y hoy no la puede
mover. Inténtelo de nuevo, pues Dios quiere 70
liberar su conciencia y salvar de un peligro a todo este
pueblo. Al fin puede la mujer con la piedra. La levanta, y un ¡ay! terrible se
alza de todas las gargantas cuando ven que salta la misteriosa serpiente que
allí se oculta-ba. El ofidio se enrosca en el pecho de la aterrada mu-jer y
empieza a mamar el pecho... La gente huye. El Padre los convoca a todos, que al
fin se van acercando temblorosos. De nuevo la procesión hacia la iglesia, y,
una vez dentro todos, el Padre le ordena a la mujer: -Coloque a la serpiente en
ese rincón. Una vez quieto allí el animal, el Misionero predica desde el
púlpito un fuerte sermón contra las mujeres que, por evitar el qué dirán
después de un error, asesi-nan a sus propios hijos en vez de acogerlos con
humil-de generosidad y con el corazón y los brazos abiertos. Termina el Padre
de predicar, y dice con cariño y comprensión a la mujer: -Tome su hijito y vaya
a darle sepultura. Nuevo espanto en todos. La serpiente había vuelto a ser el
cadáver del niñito, sofocado y con amoratados hematomas en la garganta. El
Ingeniero Pompilio acaba el relato diciendo, con cierto humor, que a lo mejor
el Padre Subirana, resuci-tado, haría temblar a más de una mujer en nuestros
días...
14. ¿La quieres mamá?... Llega el Misionero a Esquías y se
tiene que hospedar en casa de Doña Es-colástica Flores. El Padre, sin más: -¿Ha
sido invitada su hija a un baile esta noche? -Sí. -Pues, no la deje ir.
La muchacha se enoja por la intromisión del Mi-sionero. Y,
aprovechando el movimiento de gente que venía a la casa para ver al Padre, se
escabulle y se va sin ser notada. Pero el Misionero ―¡y vaya que si tuvo 71
razón después!―, dice a Doña Escolástica, también malhumorada
por el rigor del Padre: -Prepárese para dentro de nueve meses...
15. Aquella mujer infiel... En el pueblo donde es-taba
predicando el Padre Subirana había una mujer que, dejando burlado a su marido,
estaba viviendo en descarado concubinato con su propio padrastro. Igual que lo
de San Pablo con aquel incestuoso de Corinto... El Misionero la llama, la
exhorta, pero todo en vano. Hasta niega el hecho evidente y falta al respeto al
Pa-dre con gestos atrevidos. Pero el Padre Subirana, que era muy bueno, era
también muy valiente, y esta vez iba a dar prueba de ello. Manda amarrar a la
mujer por el cuello a un palo en medio del parque, y allí que la deja toda la
noche... Quisieron algunos desatarla, y un muchacho que lo pretendió se escapó
despavorido al parecerle que la tierra se lo iba a tragar. Porque se desató un
huracán horroroso al que se mezclaron los aullidos de los perros, el rebuznar
de los asnos y el cacareo de las gallinas... Pasado el susto de aquella noche
macabra, la mujer, ya sin el lazo del cuello, humilde y arrepentida, regre-saba
al esposo legítimo, que la acogía bondadoso...
16. Otra infiel más sensata... Predicaba el Padre en
Trinidad. Acabado el sermón, llama por su nombre a una señora, manda que se
retiren todos, y comienza el diálogo. -¿Eres tú casada? -Sí, señor. -¿Cuántos
maridos te dio la Iglesia? -Uno, señor. -Y cuántos tienes actualmente? Cabeza
gacha, y silencio total. La pobre, colorada como un tomate, no sabía qué
responder... Pero el Padre le habla con cariño. 72
-Eres infiel a tu esposo porque él es manso y buen cristiano.
Tu hermosura es tu mayor mal. ¿Cuántas mujeres en el mundo, hermosas como tú,
son la felici-dad de su hogar?... Dios le protege a tu esposo; y a ti el diablo
te ayuda en tus maldades. ¿Juras ante este Cristo cambiar de vida? ¿Quieres que
tu hogar sea feliz? Ten presente que en el cielo y en la tierra no se oculta
nada a los ojos de Dios. Si quieres. yo te ayu-daré a salvar tu alma... La
buena mujer no ocultó nada al Misionero. En adelante fue ejemplar cristiana.
17. Nueva multiplicación de los panes... Como las dos del
Evangelio. Aunque no fueran panes, sino arroz, lo que esta vez se iba a
repartir. En el rancho del camino real, y en el lugar hoy conocido por Rancho
Grande, entre Esquías y El Espino, hoy llamado San Jerónimo, el bueno del Sr.
José Hernández está pre-ocupadísimo. Se presenta el Misionero y, como siem-pre
al llegar a un puesto, aquel lugar solitario se llena de gentes venidas de
todos los alrededores. El dueño del rancho tiene razón para angustiarse: -Padre,
¿qué haremos con toda esta gente en este lugar solitario donde no hay donde
comprar comida? -¿No tienes nada en vuestra cocina? El cocinero del rancho se
adelanta a contestar rápi-do: -No más que un poco de arroz. -Pues, ponlo a
cocer y lo repartes entre la gente El Padre lo ha dicho con toda naturalidad,
como si ignorase que allí no había más que unos puñaditos de grano. Obedece el
cocinero, cuece el arroz, empieza a re-partir y todos quedan con el estómago
lleno...
18. Los tres “Incrédulos”... El hecho está confir-mado por
varios testigos serios. Lo cuenta Don Rómu-lo Maldonado, de El Rosario, en el
Departamento de
Comayagua, como oído a su tío Don Margarito Casta-ñeda,
hombre casi centenario. Al predicar allí el Padre Subirana, tres tipos, que
eran llamados “Los Incrédu-los”, se burlaban del Misionero con redomada
satisfac-ción. Iban cada noche a la iglesia, pero se quedaban en el atrio sin
entrar, para reírse con más gusto. Su diver-sión especial consistía en ver a
los tontos que rezaban el “Yo pecador” para confesarse. Un día se proponen irse
de pachanga al lejano lugar llamado La Salitrea. Comida, trago en abundancia...
Hasta que por la noche van al atrio de la iglesia como de costumbre. Y el
Pa-dre, después de rezado el Rosario con el pueblo: -Que vengan aquí Don
Domingo Recarte, Don Po-licarpo Pereira y Don Valentín Videa. ¡Que vengan! Los
llamados no tuvieron más remedio que entrar. -¿Dónde han estado hoy? ¿En La
Salitrea, no es así? ¿Y han pasado el tiempo riéndose del Misionero y de todo
lo que hace, verdad?... Se callaron los tres “Incrédulos”, que ahora no ten-ían
más remedio que reconocer el don del Padre para adivinar las conciencias. -¡Arrodíllense,
preparen su confesión, y digan el Yo pecador! Se confesaron. Pero Don Domingo
se callaba un robo que le llenaba de vergüenza. -Te callas un pecado. ¿Y
aquella yegua tordilla ro-bada, que trajiste de León?... El mismo Don Margarito
conoció a Don Domingo Recarte, que le confirmó el hecho. Confesados los tres
“Incrédulos”, y adictos ahora al Misionero, lo acom-pañaron hasta Ilamapa y en
el camino pudieron pre-senciar el auto de la Leona...
19. Una leona muy fiera... El Padre Subirana fue a misionar a
Opaca. Todo muy bien, como en todas par-tes. Sólo que allí vivía una mujer
llamada por todos La Leona. La admiraban y la temían. Unos cuarenta años, tan
bandida como bella, que aprovechaba sus muchos 74
encantos para seducir a un hombre y quitárselo a su legítima
mujer, la cual vivía solita con sus hijos. Al saber que venía el Misionero se
escapó del pueblo, pues le daba miedo el don de profecía del Padre. ¿Y si se
mete conmigo?..., se decía. Acabada la Misión, todo el pueblo, en procesión
nutridísima, acompañaba al Padre que se iba para otro lugar. De repente se
detiene el Padre, impone silencio al gentío, y grita: -Vayan con cuidado, que
nos vamos a encontrar una fiera. Es una leona. A la vuelta del camino ven
aparecer a “La Leona”, que regresaba al pueblo desde su escondite de aquellos
días. -¿Ven? ¡Ahí viene!... Y a la fiera en cuestión: -¡Mujer! ¡Qué bien que le
pusieron por nombre Leona!... La leona comprende y se vuelve mansita oveja. El
Padre le dice ahora bondadoso y comprensivo, ante el estupor del pueblo, que
admira en él a un ser suprate-rreno: -Vete, devuelve el marido a su esposa y el
padre a sus hijos.
20. ¡No te disfraces, que es inútil!... Acabada una misión,
seguía mucha gente al Padre hasta la otra po-blación que tenia que evangelizar.
El Padre Rafael Viñals, Párroco de Tela, contaba lo ocurrido en una de estas
peregrinaciones y atestiguado por Doña Paula de Cruz Quirós. Iba en la comitiva
un hombre que temía ser reconocido y por eso se había disfrazado y cortado bien
el pelo y la barba. Pero el Misionero, ¡que adivi-naba tantas cosas!, hace
detenerse a todos, y grita:
-Aquí hay un hombre que está en pecado mortal y no me puede
seguir. Que se retire aquel que, siendo casado, vive a la vez con dos
concubinas, pues, aun-75
que se cambie la piel de la cara, yo lo estoy recono-ciendo...
21. El hechicero peor.
Lo encontró el Padre en Ojos de Agua. Aquel brujo practicaba la magia negra en
toda su extensión y hacia con ella un mal enorme. Durante la Misión había
expectación grande en el pue-blo: ¿Qué pasará entre el Misionero y el brujo?...
Y así fue. El día dedicado a las confesiones, el Misionero manda a un joven que
le diga al hechicero: -Venga, que el Padre le llama. -¡No quiero ir! De nuevo
el Padre: -Vaya y dígale sin más que le siga. Le va a obede-cer. Así fue. Al
llegar al templo, no podía esconderse: era tan alto que le pasaba al Padre
media vara. Le lla-ma el Misionero y él se acerca hasta el presbiterio.
Pregunta directa: -¿Vas a dejar esas hechicerías? -¡No! -¡Híncate aquí de
rodillas! -¡No quiero! El Padre lo agarra fuerte y lo hinca a la fuerza. -¿Que
no vas a dejar esas brujerías? ¡Pues sabrás la que te espera! Un tremendo grito
hizo estremecer a todo el públi-co y se sintió un denso olor a azufre. ¿Qué
contempló el brujo? No se sabe. Lo cierto es que dejó sus hechi-cerías para
siempre...
22. ¿Los mal casados con suerte?... Juan Bara-hona, sacristán
del pueblo de San Francisco, estaba de mal humor con la doctrina del Padre
sobre los matri-monios, según contaba la testigo Doña Paula García. -¿Por qué
los amancebados viven bien y en cambio los bien casados viven siempre
peleándose? El Misionero le habla compasivo: 76
-No, hijo, no. El enemigo siempre intenta ganar en lo bueno.
Y yo te voy a convencer bien fácil. Esta no-che vas a venir conmigo a visitar a
dos familias. Fueron a ver a un matrimonio que vivía en unión libre y le señala
con el dedo la habitación de la pareja. -¿Qué ves? -¡Uy!...Llamas de fuego
debajo de la cama. Van a la otra familia, de un matrimonio legítimo, aunque los
esposos, según se decía, se peleaban más de la cuenta... -¿Qué ves en esa
habitación? ¡Oh! A la Virgen en la cabecera y a un ángel en los pies...
23. Ampollas en las
manos. El hombre aquel abandonó a su esposa e hijos para irse con otra que le
divirtiera más. Se encuentra con el Misionero, que le dice: -No le quiero
confesar. Vaya primero a casa de su esposa y pase tres veces la mano por el
comal cuando esté bien caliente. Un poco raro era aquello, pero el hombre
obedeció. Al cabo de un rato vuelve con las manos llenas de crueles ampollas. -¿Le
duelen mucho, verdad?... -¡Uff!... El Padre toma un fino algodón, se las
restriega, se curan por completo, y ordena al paciente: -Ahora, sí; pero se
vuelve con su esposa, deja de ser el haragán callejero, y cuida del hogar como
buen esposo y padre ejemplar.
24. O gallinas o confesión. Encantador el hecho. Una
mujercita llega de lejos hasta el pueblo donde predica el Padre. Trae consigo
todo lo que tiene: un par de gallinas para que pueda comer el Misionero. Las
deja en la casa cural, y va a la iglesia para confe-sarse. El Padre no la
conoce ni la ha visto antes. Pero, 77
apenas la mujer se arrodilla en el confesonario, le dice el
Misionero: -Acaba de llegar y me ha traído un regalito que le agradezco mucho.
Pero es muy importante que se alimenten bien sus dos hijitos. Vaya a buscar de
nuevo lo que trajo y lo guarda para sus muchachitos. Si no lo hace, no le puedo
confesar...
25. Un buen trago de leche. ¡Hoy, sí: hoy me la bebo con
gusto!, le dijo el Padre al campesino que le traía la leche recién ordeñada.
Porque el día anterior se negó a tomarla. ¿Qué había ocurrido? Aquel buen
hombre de Intibucá le trajo leche, y el Misionero no se la quiso recibir: -No
acepto su regalo porque maltrató a la vaca pa-ra poder ordeñarla y la castigó
tan duramente que hasta la hizo sangrar. Mañana me trae un poco de leche de la
misma vaca, pero sin castigarla ni hacerla sufrir, pues a los animales no se
les debe tratar de cualquier manera, ya que son un don de Dios.
26. “Somos legión”. Esto es lo que podrían haber dicho los
malos espíritus que se habían apoderado de Esquias, donde el Padre estaba
predicando. Sabemos bien lo que el Misionero hubo de luchar contra el
espi-ritismo y la brujería. Y ahora se le presentaba la oca-sión de demostrar
el mal que la hechicería causa en muchas almas. Un día dijo en el sermón: -Aquí
en Esquías hay toda una legión de espíritus malos y hemos de hacer plegaria
especial para conju-rarlos. Les invito a que mañana vengan todos a la iglesia.
Y la iglesia se llenó de gente. Mientras el Misione-ro hacía
la imprecación, empezó a retumbar la tierra como en la erupción de un volcán,
temblaba todo y las campanas repicaron sin que nadie las tocase. Aquello
parecía el juicio final, entre el llanto, los gritos y los desmayos de la
gente. La palabra imperiosa del Padre 78
calmó aquel estruendo y serenó a todos, que se con-vencieron
una vez más de los poderes extraordinarios con que Dios autorizaba a su
Enviado... La misma escena, con pocas variantes, se repitió en Orica, cuando
empezaron a temblar las paredes de la iglesia y a desprenderse astillas del
techo. El Misione-ro había interrumpido su sermón con esta pregunta, mientras
sus manos sostenía el Crucifijo: -¿Quieren presenciar el poder de Dios? Todo se
calmó al conjuro del Padre, que impuso la calma y devolvió la paz a todos.
27. Un libro
comprometedor. También en Inti-bucá, donde el Padre se encuentra charlando con
un grupo de hombres a los que deseaba catequizar. -¿Están ya todos? A la
respuesta afirmativa del Comandante, replica el Padre: -Falta Fulano. Quiero
que venga. Presente ya el interesado, le dice el Padre sin más: -Usted tiene en
su casa un libro lleno de herejías y de mentiras con el cual engaña a mucha
gente. Vaya y tráigamelo. -Yo no tengo ningún libro así, porque vendí el que
antes tenía. -No mienta. Lo tiene en la habitación, detrás de la puerta en una
caja forrada de cuero. Era inútil ocultar nada a aquel vidente iluminado por
Dios. El pobre hombre fue por el libro, y para no verse en un apuro mayor, le
arrancó las hojas más comprometedoras. El Padre, sin tocar aquel mamotre-to, le
dice algo irónico: -Está bien que lo haya traído, pero no era necesa-rio que le
arrancase algunas páginas. Entregue el libro al Comandante para que lo queme en
presencia de todos. 79
28. La confesión no es para animales... Se hizo famoso el
caso de Don Felipe, el de Cacao que iba a Trinidad con su toro. Dos personas
que venían de con-fesarse lo encuentran en el camino. -¿Para dónde va, Don
Felipe? -Para Trinidad a ver si el Misionero me confiesa al toro. El Misionero,
al que nadie ha dicho nada, le dice apenas lo ve: -Anda, Felipe, y trae a la
iglesia el toro que has traído desde Cacao para que yo lo confiese. Pero
an-tes, arrodíllate tú. Padre, reconozco que soy un malcriado. ¡Perdó-neme! El
Padre le da unos coscorroncitos, mientras le di-ce: -Lépero, levántate. Puedes
desatar el toro... Y todos supieron que Don Felipe hizo matar el animal, pero
nadie le compró ni una libra. Salada la carne, y llevada a Omoa, tampoco pudo
ser vendida allí, y paró como banquete de los peces del río y del mar...
29. “¡Cuidado con los falsos profetas!"... El Pa-dre
Subirana repitió estas palabras de Jesucristo en Jutiquile y, al cabo de
setenta y cuatro años, por poco se estropea toda la obra de Dios... Los Padres
Redento-ristas Valentín M. e Ildefonso Carballeda van a predi-car Misión en
este pueblo de Olancho y se encuentran con el fracaso más total. Nadie quería
ir a la iglesia. Nadie les daba ni de comer a los Misioneros. Porque los viejos
del pueblo previnieron a los habitantes de la población y de los alrededores: ¡No
les hagan caso porque son unos emisarios del diablo! Ya dijo el Santo Misionero
que vendrían falsos misioneros a arruinar nuestra fe. 80
Habían pasado muchos años, ¡y ahora llegaban los anunciados
falsos profetas!... Los espiaban en los ser-mones, y estaban bajo amenaza: -Se
les pondrá una bomba como digan alguna cosa que no sea buena. Dios salvó la
situación valiéndose de una viejecita, que cantó el “¡Oh María, Madre mía!” y
otros cantos tradicionales, los mismos que ahora enseñaban los nuevos
Misioneros, los cuales eran iguales que “El Santo Ángel Subirana”. La Misión
acabó con esplendidez: 220 Comuniones y 15 Matrimonios. Y al partir los
Misioneros para San Francisco de Becerra iban acompañados por toda la gente,
como lo hacían en sus tiempos con “El Santo Misionero”...
30. Con señales de
réprobo. Es terrible el caso, pero lo publicó La Luz, de Santa Bárbara, en
Septiem-bre de 1952, con los datos de fechas y testigos. Por Junio de 1859 se
encontraba el Padre predican-do en Colinas, cuando interrumpe inesperadamente
el sermón: -Escuchen, hermanos míos, los alaridos de un con-denado que en estos
momentos está agonizando en Santa Bárbara. Así era. En aquellos momentos
agonizaba en esta ciudad un hombre con todas las apariencias de un réprobo. Las
reses se arremolinaban y mugían. Los perros ladraban y todo era un espanto.
Simultáneamen-te, el auditorio del templo oyó varios alaridos prolon-gados y
lastimeros que erizaron a todos el cabello. Don Manuel Baide Delgado aseguraba:
-Yo lo vi cuando estaba agonizando. Se le estiró la lengua, y se lamía pecho.
Los animales armaban un alboroto espantoso. Y las gentes han tenido como un
lugar maldito la casa donde murió. Y Don Celso Reyes contaba: 81
-Yo oí decir a las gentes de aquel tiempo que ese hombre
tenía tres cargos de conciencia: mató a un hombre en la aldea de Gualjoco; les
cortó las ternillas a las bestias del Párroco para que no comieran, y, en
efecto, se murieron; y cometió un ultraje muy grande contra una anciana, “que
se arrodilló y lo maldijo”. El Padre Subirana, ajeno a todo, contempló desde
lejos el cuadro terrible...
31. Un tigre como el lobo aquel... Un hecho lle-no de
franciscanismo encantador, como el del lobo de Gubbio... Caminaba el Padre
Subirana desde Comaya-gua hacia Yoro a través de la montaña de San Pedro, y
hubo que hacer un alto en el camino para pasar la no-che. Pero pronto les fue
imposible a los del grupo con-ciliar el sueño. Los rugidos del tigre no eran
nada halagadores. El Misionero, que permanecía sereno, da un cordón de San
Francisco al sacristán, y le dice: -Amárralo y me lo traes. -¡Padre, que se me
va a comer!... -Vete, amárralo, y no tengas miedo. El poder moral del Padre
inspiró confianza al sa-cristán, y fue. Al llegar, la fiera se echó al suelo,
se dejó atar y conducir mansamente hasta donde estaba el Misionero, que le
golpeó cariñosamente, le reprendió por las molestias que causaba a los
habitantes de la región y le mandó alejarse en paz. ¡Y con qué paz que durmieron
todos!...
32. Tres días ante el confesonario. La buena Francisca
Urrutia, de sólo catorce años, se vino desde la aldea de la Reducción, hoy
Urrutias, hasta Orica para confesarse con el Misionero. Su hija Margarita, viva
aún con muchos años cuando se recogió este re-cuerdo, lo narra con todo detalle
tal como se lo oyó tantas veces a su buena madre. Pues bien, al llegar a Orica
durante la Misión, se encontró con que el confe-82
sonario era atendido por otros Padres que ayudaban al Padre
Subirana. Pero la muchachita se mantuvo firme: -Yo no me confiero más que con
el Santo Misione-ro. Sin embargo, no la dejaban pasar, porque todos querían lo
mismo. Al tercer día, y con la iglesia llena de gente, el Padre Subirana, que
ni conocía ni había visto a la jovencita, grita desde el confesonario: -¡Francisca,
Francisca, acérquese!... Déjenla pa-sar, por favor, que la niña ha venido de
lejos y lleva ya tres días esperando.
33. Velando por la salud de todos. El que hoy se llama Pueblo
Viejo le debe al Padre Subirana la salud de que disfrutan sus habitantes. Nada
más llegar el Misionero a este poblado, entonces llamado Guaimaca, les dijo a
los moradores que no le gustaba aquel lugar y les ordenó trasladarse a otro
sitio. Pero, antes de que lo hicieran, sucedió algo extraño. Mientras el Padre
predicaba el sermón, todo el ganado de los alrededores se juntó en la plaza
delante de la iglesia y se puso a bramar de tal modo que no se oía nada al
predicador. Algunos hombres quisieron espantarlo de allí pero no conseguían
nada. El Misionero, tranquilo, mandó cor-tar siete varitas, se las entregó a
otros tantos niños, y, sin dificultad alguna, los chiquillos corretearon a las
bestias. Las gentes, obedientes a la fuerza moral del Misionero, cogieron sus
pobres ranchitos y colocaron las casas donde les ordenó el Padre, de modo que
no quedó nadie en Guaimaca. Un siglo más tarde, ahora, todo el mundo da la
razón al clarividente Padre Subi-rana.
Lo mismo les pasó a los de Cataguana. El Misione-ro se hizo
traer dos vasos de agua, el uno de un arroyo y el otro de un manantial. Les
invitó a observar el agua de ambos: la de arroyo tenía evidentes soluciones
pon-zoñosas y la otra aparecía cristalina. Les aconsejó que 83
se cambiaran de lugar, y el poblado se trasladó a lo que hoy
es La Estancia.
34. Un eclipse
misterioso... Predicaba el Padre en Trinidad de Santa Bárbara, y a mitad del
sermón se calla el Misionero por unos instantes. -Hijos míos, dentro de un
momento va a quedar to-do a oscuras. Canten todos el “Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal”... Era pleno día, y, por un momento, se volvió todo oscuro a la
vez que rugía un fuerte huracán. Concluido el canto, el Misionero extendió los
brazos, volvió a brillar la luz y todo quedó en paz.
35. Sotera la
convertida. Después de dos días de predicación en Cacao, hoy Concepción del
Norte, el Misionero dijo a grandes voces: -¡Traigan a Sotera! ¡Quiero ver a
Sotera! Se trataba de una vieja corruptora de muchachas y que vivía a larga
distancia. Manda el Padre a cuatro hombres para que se la traigan a como haya
lugar, por las buenas o por las malas. Y por las malas hubo de ser... -¡A mí no
me manda ese tal Padre Subirana! ¡Yo no voy! Pero los cuatro forzudos la atan a
dos palos y la conducen hasta la presencia del Misionero, que orde-na: -Dejen a
esa mujer en el suelo atada tal como la traen. Y dirigiéndose ahora a la
detenida y agarrándola de la oreja: -¡Levántate! Sé que eres mala. Estás
corrompiendo a criaturas inocentes y deshonrando hogares. Si no cambias de
conducta serás una peste de la tierra. Dios quiere que te salves. Yo te voy a
ayudar a salvar tu alma. Arrepiéntete y júrame que vas a ser buena en adelante.
84
La pobre mujer se arrodilla, besa el Crucifijo que le alarga
el Padre, y jura delante de todos no volver a pecar. Y es fama que cumplió bien
su propósito...
36. Un hereje condenado. Hacía tiempo que en El Pantano,
lugar de Yoro, las gentes estaban aterroriza-das por una sombra enigmática que
aparecía en las noches y metía un ruido a veces infernal. Le cuentan el hecho
al Padre Subirana, que no titubea en ir al lugar misterioso. Invita al supuesto
fantasma a que responda: -¿Quién eres? ¿Eres de esta vida o de la otra? -¡Soy
de la otra!... -Entonces ¿por qué sales? ¿Cuál es tu pecado? Y siguió la voz de
ultratumba: -Yo en vida fui un hereje. Y estaba casado con una mujer santa, que
no tenía otro pecado que el ser cató-lica. Le había prohibido que rezara y que
fuera a Mi-sa. En mis ausencias no me hacía caso y se iba a la iglesia. Al
regresar yo un día a casa no la hallé, por-que ella estaba como siempre en la
iglesia. Me enfu-recí, le eché freno y con unas espuelas la herí seria-mente.
Desde aquel día, ella no podía comer y se en-tristeció tanto que sobrevivió muy
poco. Cuando ella murió yo me bajé a ese barranco y ahí me ahorqué. Dios no me
recibe en su seno y voy vagando como espíritu de Satanás. El Misionero oye
sereno la tragedia del espíritu. Pe-ro levanta los ojos al cielo en súplica
ardiente, y dice al fin: -Yo te conjuro en nombre de mi Padre Celestial y te
mando que te marches para siempre de estos luga-res y dejes a sus moradores en
paz.
37. Un buen estirón de orejas. El Padre Subirana quiso gastar
buen humor con dos muchachos que hab-ían robado algo y quisieron confesarse con
él. Lo hizo uno, y, además de la penitencia, se llevó un estironcito 85
en el cabello. Enterado el otro de lo que el Confesor había
hecho a su compañero, dijo: -Pues, a mí no me lo hace. A mí no me toma el
pe-lo. Dicho y hecho, se hace rapar la cabeza, que le que-da como un melón, y
va a confesarse tranquilo. Y al final, el Padre: -¿Te queda algún pecado más?
-No, Padre. -¿Ninguno? Sí, tienes otro que no quieres decir. ¿Así que te has
cortado el pelo para que no te dé un estironcito?... Pues, toma un estirón de
orejas, ¡y en paz! Se ve que el Padre era muy especial en esto de adi-vinar a
los que callaban pecados. Como a aquel tal Leandro, de Santa Bárbara, al que
pregunta: -¿Cuánto hace que no te confiesas? -Varios años. -Varios años, es
decir: hace siete años, desde que a Fulano le quemaste el cañal... O como aquel
pariente de Don Fabián Quiros, al que le dijo, acabada la confesión: -Y
confiésate también de aquellos dos huevos que, cuando eras muchacho, le robaste
a tu mamá...
38. La lluvia de peces, el milagro mas popular. Un fenómeno
natural, todavía no bien explicado, pero que las buenas gentes lo cuentan hoy
todavía con gusto y lo atribuyen a milagro del Padre Subirana.
Por los meses de Mayo y Junio, al principio de las lluvias,
se formaba en el Noreste una nube densa y oscura que se iba desplazando lentamente
hacia el Suroeste. Luego, como “una tempestad que anuncia destrucción y ruina”,
se precipitaba con acompaña-miento de grandes descargas eléctricas y terribles
huracanes. Por toda la sabana del Pantano se formaban pequeños riachuelos en
los que jugueteaban innumerables pececillos. Las gentes se aprestaban a verlos
y a exteriorizar su admiración y alegría: -¡Mírenlos, mírenlos!... Y todos
veían cómo los plateados animalitos, brillantes como perlas, se dirigían a los
arroyos serpente-antes que los llevaban a los ríos para irse definitiva-mente
hacia el mar... ¡Era un “milagro” del Santo Mi-sionero! ... RESUMIENDO. Podría
seguir la lista. A poco que uno escarbe el terreno, cada día aparecen más
hechos portentosos y más profecías del Padre Subirana, vivos siempre en la
memoria y en las tertulias familiares y de los pueblos. Repito: ¿historias?
¿leyendas? Lo mismo da. Para el pueblo hondureño son todas un índice que les
señala en el cielo al “Santo Misionero”, al “Angel de Dios”...
EL HEROE QUE SE RETIRA “Mi bien no está en el suelo”, había
escrito el Padre Subirana cuando estaba en plena acción misionera. Alma
mística, iba bus-cando otro mar... Al fin, le llega el día soñado.
44. Oteando el
poniente... Vislumbrando el final, el Misionero tenía que reco-nocer con
humildad, en la que tanto sobresalió, que el Señor había realizado por su medio
obras grandes en Honduras. Esos prodigios, profecías y los resplandores que le
circundaron mientras oraba, no eran sino seña-les externas de la verdad que se
escondía dentro. Así lo iban a reconocer los partes oficiales apenas muriera: -
“Era un modelo de virtud, era un dechado de ab-negación, era en fin un
apóstol”. EI prestigioso historiador Alvarado García resume su obra en unas
líneas que son el blasón de un héroe: “Su obra fue inmensa: catequizó a los
indios ji-caques, toacas, sumos, chontales, morenos, caribes y payas; a los
ladinos, mestizos, zambos y mosqui-tos; los redujo a poblados, les enseñó artes
manua-les y agrícolas; dotó de ejidos a los pueblos; les construyó iglesias y
les puso curadores, rezadores y maestros de escuela”. El historiador había
dicho antes: “Les enseñó a los indios el cultivo de la tierra, la religión
católica, las prácticas de la moral. Recorrió casi todo el país sin arredrarlo
las ásperas montañas ni los caudalosos ríos, las enfermedades contagio-sas ni
la pobreza o miseria en que vivían sus feli-greses. Había venido al mundo a
predicar la fe y a salvar las almas, a mejorar las condiciones de los pueblos.
En una palabra, a hacer el bien y a redimir a los que sufren”.
Pero el Misionero se iba al Cielo con un presentimiento
doloroso. ¿Será siempre así la Honduras querida?... Entre sus profecías
conservadas en el pueblo, se cita la de los extranjeros invasores. Aquí,
prefiero copiar también al pie de la letra al historiador Alvarado, que trae
así las palabras del Padre: “No pasarán cincuenta años sin que este bello país
de ustedes sea invadido por extranjeros de to-das las naciones de la tierra:
los sajones, los chinos y los judíos serán los primeros. Aseguren sus
pro-piedades ejidales para que siempre tengan donde trabajar en común, porque
los dueños de terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Ustedes
se descuidan por la facilidad con que viven, pero vendrá el día en que todo
será distinto. Necesitarán mucho dinero para sostener la vida y eso lo
obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del extranjero.
Trabajen y dejen los vicios para que no vayan a perder su bella tierra”.
45. Caído en plena brecha Cincuenta y siete años no son
muchos para los que aún se pueden vivir. Pero Subirana llevaba una vida de
trabajos inexplicable. Su organismo no daba para más y morirá “víctima de su
celo”, como decía el Obispo Zepeda al Arzobispo Claret durante el Concilio
Vati-cano. Hacía nada más que cinco años había muerto en Francia el Cura de
Ars, San Juan Bautista Vianney, que tenía dicho: “Si un sacerdote muriese a
fuerza de penas y sufrimientos por las almas sería una cosa bien hermosa”. Este
fue el caso de nuestro Misionero. Sen-cillamente, no podía más.
En Noviembre de 1864 empezó con molestias in-testinales que
le iban minando las ultimas fuerzas. Visitaba con placer los encantadores
entornos del lago Yojoa, mientras en una finca del Potrero de los Olivos
―hoy una aldea llamada Subirana del Olivar―, seguía el dueño
maldiciendo al Padre Subirana: -Lo odio, lo odio, lo odio de manera que si le
viese lo mataba. El Misionero, enterado de todo y soñando en una conquista por
hacer, se le acerca a su casa: -He escogido tu casa para pasar en ella los
últimos días de mi vida sobre la tierra, que, por cierto, están ya muy cerca. El
pobre hombre se rinde. ¿Cómo es posible tanta valentía y tanto amor?... Y
pronto ve cómo su propie-dad es invadida por indios que vienen de todas partes
al enterarse de la gravedad del Padre. El dueño se inquieta ahora y se enoja
porque le han consumido toda el agua, tan escasa en aquel paraje. Pero el
Misionero le tranquiliza: -No te preocupes. Te voy a dejar una fuente aquí
cerca de tu casa. Y sacando fuerzas de donde no las tenía, sale al campo,
escarba en el suelo y brota el manantial que aún hoy sigue dando agua... ¿Acabó
aquí el “milagro”? No; porque ocurrió algo más curioso. Había al lado un árbol
manzano, y el Padre les encargó que no lo arrancaran, pues, si lo hacían, se
secaría el manantial. Pero las gentes, poco a poco y a trocitos, se lo iban
llevando como reliquia o recuerdo, y la fuente que se secó... En 1966 no había
ni manzano ni agua. Hasta que en 1972 Doña María López, madre de Doña.
Concepción Hernández de Bustillo, plantó un manzano junto a la fuente seca, ¡y
en 1974 el árbol estaba lozano y la fuente soltaba otra vez el agua
misteriosa!... Doña Concepción nos lo enseñaba en la visita que hicimos allí el
primero de Mayo de 1991. ¿Qué queremos pensar?...
Sintiéndose morir, el Misionero Subirana hace llamar al Padre
Norberto Castellanos, Párroco de San
Francisco, y recibe de él los últimos Sacramentos. No posee
nada, y sólo tiene para dejar como recuerdo a Doña Margarita, la dueña del
potrero, su faja y el solideo o sombrerito... Manifiesta su único
remordimiento: la vanidad que sentía al montar con gallardía su caballo blanco.
Ahora se lo ofrece todo a Dios. Y sin una queja, sin un suspiro, se duerme
plácidamente en el Señor aquel día 27 de Noviembre de 1864. No deja ningún
testamento, porque no tiene nada que dejar, pero su voluntad ultima era clara y
precisa: -Quiero que me lleven a Yoro y me entierren allí.
46. ¿Había muerto el Padre Subirana?... Eso de que lo enterrasen
en Yoro era un encargo que había recibido Don Antonio Morejón, caballero
distinguido y suegro del que sería Presidente de la República, General Luis
Bográn. Él y sus hijas han conservado un recuerdo que, al estar cerciorado por
personas tan serias, merece tenerse muy en cuenta. El Padre se hospedaba a
veces en la hacienda de Chai-guapa ―propiedad de los Morejón y perteneciente a
El Negrito―, con los que le unía estrecha amistad. Y como Subirana sabía de los
síncopes cardíacos que le daban, temía que lo enterrasen vivo. Para evitarlo,
pide a Don Antonio que, al morir, lo lleven hasta su casa y después lo
trasladen a Yoro: de esta manera, en un viaje más que largo, habría muerto de
verdad antes de ser sepultado. Y esto es lo que hizo el amigo. La comitiva de
los indios que fue a buscar al “difunto” hubo de detenerse en Chaiguapa, donde
la familia Morejón realizó las pruebas pertinentes, y sólo el día 29, bien
asegurada de la muerte del Misionero, dejó salir el cadáver hacia Yoro. 91
47. Una procesión triunfal Conviene tener presente lo que
contaban las honorables familias Morejón y Bográn. Lo cierto del todo es que
los indios jicaques se encargaron celosamente de cumplir a cabalidad el deseo
de “El Ángel de Dios”. El mismo día, sin pérdida de tiempo, colocan el cadáver
en un tapexco y con él a hombros recorren los 150 kilómetros que separan a Yoro
del Potrero de los Olivos. Cuatro días de camino, tal vez interrumpidos por la
estancia en Chaiguapa, y el cadáver, expuesto al sol, al aire y al polvo, no exhalaba
ningún hedor, según declararon bajo juramento en l937 cuatro testigos supervivientes,
y hasta dicen que olía a limonarias, rosas y jazmines... Una auténtica multitud
esperaba los restos mortales de “El Santo Misionero” para enterrarlo dentro de
la iglesia, donde permanecieron hasta 1937, cuando se exhumaron para
trasladarlos, dentro de una urna, al sarcófago que se había preparado en la
capilla norte dentro del mismo templo parroquial. Misioneros Jesuitas
norteamericanos cuidan hoy de la iglesia de Yoro y son los custodios de los
restos mortales del Padre Subirana, que allí esperan la glorificación final de
Dios... y también, ¡ojalá!, el reconocimiento oficial de la santidad del Padre
por parte de la Iglesia.
Formó muchos pueblos de aquellos indios salvajes a los que
instruyó, bautizó y enseñó a trabajar y cultivar la tierra.