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MANUEL DE JESUS SUBIRANA El Angel de Dios en Honduras
Blog de linarez, Aminta Bautista, Aura Vasquez. Este Blog a sido creado con el fin de promover la devoción al “Santo Misionero” Manuel de Jesus Subirana.

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Mostrando 11 a 20, de 32 entrada/s en total:
30 de Julio, 2011 · General
Pedro Garcia 14.00 Normal 0 21 false false false ES-HN X-NONE X-NONE
Se les van a presentar a los misioneros dificultades muy graves. La mayor, los matrimonios irregulares, por el racismo que se practicaba descaradamente, según el cual se prohibían los matrimonios entre crio-llos españoles con personas de color, las cuales suma-ban muchos miles en la Cuba de entonces: 600.000 morenos, 60.000 chinos o colíes y otros 30.000 extran-jeros de diversos países. Al no poderse casar, se aman-cebaban, como es natural. Esta será la causa de las grandes persecuciones que sufrirán los misioneros, culminadas en el atentado de Holguín y que dispersará a todos ellos fuera de la Isla. Y no olvidemos, desde el principio, a los finqueros con esclavos, igual que la sorda lucha independentista, fomentada por la potencia que asomaba en el Norte... Otro elemento que hemos de valorar es el de los te-rremotos y el del cólera. Los primeros asolaron la Isla y el segundo segaba las vidas por centenares y por millares. Los misioneros no se arredraron nunca, sino que se agigantaron en medio del dolor y derrocharon heroísmos de caridad cristiana y apostólica. Todo esto lo hemos de tener en cuenta desde el principio para entender la vida azarosa del valiente equipo de Claret.
publicado por linarez a las 21:17 · Sin comentarios  ·  Recomendar
30 de Julio, 2011 · General
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El Padre Subirana va a ser, como ya lo había sido en Cataluña, un gran misionero, formado en la escuela claretiana. Y Cuba será un anticipo glorioso de Hondu-ras. Ahora, todo lo hace con su Arzobispo y sus compañeros. Después, lo hará él solo atinada e incansa-blemente en tierras centroamericanas. Claret no es un obispo palaciego. Será, ahora como siempre, misionero itinerante. Cuba no tenía por aquel entonces más que dos diócesis: Santiago, la primada, y La Habana como sufragánea. Un territorio inmenso. Para recorrerla, el caballo a lo más. Pues bien, en seis años de pontificado hizo Claret la visita pastoral cuatro veces. Increíble. Y siempre, en plan misional. En pala-cio, en el seminario, en la catedral, dejará sacerdotes idóneos, y él, al frente de sus misioneros, a recorrer incansable todas las parroquias y capillas, predicando, confirmando, confesando, arreglando matrimonios, y llevando adelante una obra social muy avanzada para entonces, como la implantación de las cajas de aho-rros, el instituto laboral de Puerto Príncipe y otras más. Una muestra. Lo que escribe él mismo al Papa Pío IX, contándole la primera de esas visitas: “Administré 97.000 confirmaciones. Repartí 73.000 comuniones. Arreglé 9.000 matrimonios. Repartí gratis 98.000 li-bros piadosos, 89.000 estampas y 20.000 rosarios, etc. etc.”... ¿El solo? No. Sino siempre con sus misioneros in-separables. Los distribuyó de dos en dos, que se ade-lantaban preparando el camino. El Padre Subirana iba con el Padre Coca y, más que todo, con el Padre Este-ban de Adoain, un misionero capuchino de talla ex-cepcional y al que también esperamos ver pronto vene-rado en los altares.

publicado por linarez a las 21:12 · Sin comentarios  ·  Recomendar
30 de Julio, 2011 · General
Pedro Garcia 14.00 Normal 0 21 false false false ES-HN X-NONE X-NONE

La primera misión del Padre Subirana fue en el Co-bre, sede de la Patrona de la Isla, la querida Virgen de la Caridad del Cobre, corazón de los cubanos. Fruto, abundantísimo. Y también la primera queja del Gober-nador Civil: “Esos misioneros son unos imprudentes por la bravura de su lenguaje. Ya se ve que aún no están templados por el Trópico tranquilizador”... ¡Claro! Los misioneros empezaban por poner el de-do en la llaga y por revolver conciencias con los ma-trimonios de amancebados y las uniones mixtas. Pero, al llegar el Arzobispo, pudo reconocer el cosechón de 4.000 confirmaciones y unir ante Dios a 212 parejas felices... Claret hace el elogio de Subirana y de su compañe-ro el Padre Coca: “Ambos eran muy celosos y fervorosos, y siem-pre estaban misionando, de aldea en aldea, sin des-cansar jamás. Los dos tenían armoniosísimas voces, de manera que sólo por oír sus cantos iban las gen-tes a la Misión, y como después del canto venía la predicación, quedaban atrapados. Es inexplicable el fruto que hicieron”.

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30 de Julio, 2011 · General
Con el ardoroso Padre Adoain. En vez de disfrutar merecidamente de la Navidad, se internan en Sagua de Tánamo, nido de facinerosos por aquel entonces. Los misionados, gente avezada al robo y al crimen, se pre-guntan pasmados de sí mismos: -Pero ¿cómo puede ser esto? Si es un imposible que nosotros cambiemos así... Y treinta y cinco jinetes, en brillante escolta, acom-pañaron a los misioneros en su despedida y a lo largo de las dos horas que los separaban del puerto donde habían de embarcar Llega la comitiva a su nuevo destino, y oyen los misioneros la primera reconvención: -Se van a cansar ustedes inútilmente, porque aquí la iglesia está de sobra, pues no entra en ella ni un alma. Así se expresaba el cura párroco de Mayarí Abajo. Pero empezó a cambiar de parecer cuando ya la prime-ra noche contempló atónito el templo lleno. El segun-do día, no cabía la gente. Y el tercero, era una muche-dumbre incontenible de más de cuatro mil personas las que invadían la población entera, llegadas de todos los rincones de la comarca, desafiando las intensas lluvias de aquel mes de Abril. ¡Esto no se entiende, esto no se entiende!... Como tampoco entendía nadie lo de Baracoa, adonde no había llegado un obispo desde hacía más de sesenta años, y ahora venía Claret con los dos valientes misioneros para recoger la cosecha de sesenta y dos matrimonios y cuatro mil seiscientas veinte confirma-ciones... Pero el viaje les había costado caro. Treinta y tres veces hubieron de vadear el río Jojó, varias de ellas por las increíbles Cuchillas de Baracoa, llamadas “cuchillas” por el filo cortante que presentan, con es-pantables precipicios por ambas partes, y que el Arzo-bispo nos describe como “tan estrechas que el caballo no tenía lugar para dar la vuelta para atrás, y tan altas que se ve el mar de una parte a otra de la isla, y al ba-jar tan pendientes que yo me resbalé y caí por dos veces”. La primera visita pastoral del Arzobispo con sus misioneros acabó triunfalmente. Vueltos a Santiago, las gentes se lanzaron a las calles. “Antes de llegar a la plaza de Santo Tomás ya no se podía caminar por las masas que gritaban y daban vivas a su Prelado”.

Tanto gozo va a tener una pena. Subirana cae en-fermo en Julio de 1853. Al Arzobispo le preocupa: “He sabido que Subirana continúa enfermizo. ¡Bendito sea Dios!”. Quiere un traslado de Subirana, pero Claret se muestra delicadísimo con su misionero: “Pienso cómo quedará el Padre Subirana sin ningún compañero ni casi conocido. Tal vez el ver-se solo le sumergirá en tristeza... Como tiene re-pugnancia en estar allá, quizá esto sería bastante para impedirle la curación, y por esto no me atrevo a pedírselo; pues que si se lo digo, para obedecer lo hará, porque es muy obediente”. A los compañeros de Subirana les anima a seguir con su plan apostólico, pero teniendo siempre en con-sideración al pobre enfermo. ¡Cómo no iba a enfermar Subirana un día u otro!... Al salir en defensa de sus misioneros, el mismo Arzo-bispo Claret escribía al Gobernador de Cuba, General Cañedo, en Febrero de 1853: “En año y medio han recorrido ya conmigo casi toda la Diócesis atravesando páramos intransita-bles, sufriendo escasez de todo género, expuestos a los rigores de un clima insufrible a los europeos, sin descansar ni un solo día en todo el año”. Aquellos sacerdotes, y Subirana como el que más, tenían fibra de héroes...

publicado por linarez a las 21:07 · Sin comentarios  ·  Recomendar
30 de Julio, 2011 · General
Las otras visitas pastorales en los cuatro años res-tantes serán iguales. Pero, no nos engolosinemos. La persecución se presentó descarada desde el principio. Y todo, por los matrimonios de los mulatos. Querían casarse, pero, ¡pobrecito el que lo pretendiese! El Co-mandante General de Cuba empezó unas diligencias, “las más furibundas”, dice Claret.

“Para impedir que un blanco se case con una mujer de color manda paralizar el matrimonio, y no dice nada y tolera al que vive escandalosamente, fastidiando a todos mis curas, misioneros y a mí mismo”. Otro asunto de encontronazos continuos era el de los negreros. El Arzobispo y sus misioneros hubieron de luchar ferozmente en favor de los pobres esclavos negros, cuyos dueños los hacían bautizar, pero en lo demás los forzaban a vivir como brutos. Son expresio-nes duras de Claret, que cuenta, por ejemplo: “En el mes pasado se hizo misión en el partido de Dátil, y un amo envió una orden al mayoral de los esclavos que allí tenía, diciendo que al esclavo que fuese a oír la misión se le dieran cuarenta azo-tes”. Es famosa en la vida del Arzobispo la anécdota con aquel finquero. Hablan los dos, cada uno desde su punto de vista. Son inútiles todos los argumentos de Claret, hasta que toma dos papeles, uno blanco y otro negro, los quema los dos en la candela del escritorio, revuelve las cenizas, y pregunta a su interlocutor: -¿Podría distinguir usted cuáles son las cenizas del papel blanco y las del negro?... Pues, así somos todos ante Dios, y sin esa distinción nos juzgará a todos. O como el caso de aquella señora que tiene la in-consciencia o el descaro de pedir al Arzobispo una limosna para comprarse una esclavita que necesitaba. La contestación del Arzobispo fue fulminante: ¡Señora, yo no tengo esclavos ni dinero para com-prarlos! Este juicio de Claret sobre la esclavitud lo habre-mos de tener en cuenta cuando veamos a Subirana en Honduras...

El Arzobispo habla de sus compañeros, entre los que destacan Adoain y Subirana, “que reparten conmigo, sin el menor descanso, las fatigas del ministerio. Estoy resuelto a no aban-donarlos ni a separarme de ellos, ni en la gloria de la misión ni en el sacrificio, si llegara el caso. Ellos todos, sin excepción, y yo cargamos juntos y gusto-sos la cruz de nuestro adorable Redentor, que, con su ayuda, será siempre muy ligera”.

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30 de Julio, 2011 · General
Se lo temían todos. Un día u otro pasaría algo serio con la vida del Arzobispo. Y el 1 de Febrero de 1856 por la noche, al acabar su sermón en la iglesia de Hol-guín, Claret va por las calles rodeado de una multitud que reza y canta con ardor. De improviso, se le acerca un hombre desalmado con la aparente decisión de be-sarle el anillo, y, con la navaja de afeitar que empuña, le asesta un terrible golpe en el cuello para degollarlo. El Arzobispo va tapándose la boca con un pañuelo para evitar resfriarse después del acaloramiento del sermón, y el brazo puede así detener a medias el furibundo navajazo. Detrás del asesino, Claret adivina la presencia misteriosa del instigador del crimen, “pues vi al mismo demonio cómo le ayudaba y daba fuerza para descargar el golpe”. De la cara, del cuello, del brazo fluía la sangre a borbotones. Pero Claret curó. Aunque se vio pronto que era demasiado riesgo seguir en Cuba en medio de tanta persecución, por más que las gentes adorasen a su Pastor.

Los enemigos no se dieron por satisfechos con lo de Holguín. Aquello no era más que el comienzo de una serie de crímenes y atentados contra las haciendas donde hubiera de pernoctar el Arzobispo con los suyos en sus correrías apostólicas. Los perseguidores, en una circular mandada a periódicos de Estados Unidos

Inglaterra, España, Italia y otros países, urgen a que el “titulado santo” Arzobispo Claret “y toda su escuadrilla salgan cuanto antes del país que tan indignamente han ultrajado y que les odia y detesta al tamaño de sus escandalosas bestialidades”, porque esta salida vendría a “colmar los deseos del público eclesiástico y militar, paisanos y no paisanos, blancos y negros, nacionales y extran-jeros”. Entre los cabecillas de tanta persecución figuraron desde el principio una pandilla de jóvenes abogados ―“abogadillos”, los llama Claret―, formados en Estados Unidos en odio especial hacia España, “que son bautizados y tienen el nombre de cristianos, pero en las obras no lo son, sino contrarios al Cristianismo, enre-dados, desmoralizados y enemigos de España”. Al fin, todos estos enemigos iban a conseguir el colmo de sus deseos...

El adiós a Cuba

Claret no sueña más que en derramar toda su sangre por Jesucristo. Sin embargo, es un hombre realista. Y cree que ha llegado el momento de presentar la renun-cia al Papa y no exponer tanto la vida de sus colabora-dores, unos misioneros santos y dignos de su Pastor, pero que en otros lugares podrían seguir haciendo mu-cho bien a las almas. Por eso, y antes de tener respuesta del Sumo Pontí-fice, en los Ejercicios Espirituales que dirige a su exce-lente equipo en el mes de Junio, les expone la situa-ción y les aconseja que cada uno vaya adonde Dios le guíe para seguir adelante con su vocación apostólica. Lo del Evangelio al pie de la letra: “Si en una parte os persiguen, marchaos a otra”. En todas partes se puede trabajar por el Reino.

Subirana, aceptada la propuesta del santo Arzobis-po, sale de Cuba como los demás compañeros y se dirige hacia donde le guía el Espíritu. Claret, animado por el Papa, sigue en su puesto, aunque a los pocos meses le llega de Madrid el nom-bramiento para Confesor de la Reina Isabel II.

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30 de Julio, 2011 · INTERMEDIO
Pedro Garcia 14.00 Normal 0 21 false false false ES-HN X-NONE X-NONE    INTERMEDIO

¿Quién es Subirana?... Pero, cabe preguntar: ¿quién es Subirana? Porque hasta ahora, ¿de quién hemos hablado, de Subirana o de Claret? Pareciera que el Padre Subirana nos impor-tara muy poco y que lo único que interesa es hacer sobresalir la figura del Misionero, Fundador y Arzo-bispo Claret... No. Lo que ocurre es que Subirana tra-bajó siempre como bueno a la sombra de otro, en un anonimato casi completo. Guardaba su puesto en el equipo, trabajando como el que más, lo mismo en Cataluña que en Cuba, pero sin llamar la atención de nadie. No se conservan de él ni escritos ni recuerdos personales, salvo algunos elogios escuetos pero sobre-salientes de Claret. En Honduras va a ocurrir todo lo contrario. Subirana brillará con luz propia, como un sol esplendoroso y solitario, llenando de fulgor él solo todo el firmamento... Subirana fue siempre misionero. En Cataluña, excelente; pero no era único: como él, otros igual... En Cuba, misionero de primer orden en el equipo del Ar-zobispo Claret, que escribió de él: “llevó vida evangélica y edificante, sin más recompensa que su trabajo”. Pero como él, también otros... En Honduras fue misionero desde 1856 a 1864. Y aquí, sí; aquí fue un misionero fenomenal, con una vida que no se entiende...

 

    Hacia Centroamérica

El Padre Subirana se embarca para Centroamérica en el mes de Julio de este año 1856. Lleva consigo la carta de recomendación redactada de puño y letra por el Arzobispo Claret para el Obispo que lo desee admi-tir en su diócesis, un escrito colmado de los elogios más calurosos: “Conociendo su virtud y celo por el bien de las almas, le admitimos desde luego en nuestra com-pañía, y desde nuestra llegada a esta Diócesis ha trabajado sin descanso en la santa Misión, reco-rriéndola en todas direcciones, sufriendo privacio-nes y enfermedades, consecuencias de su continuo trabajo y de los rigores del clima en la zona tórrida, recogiendo muy abundantes frutos y sirviendo de edificación y buen ejemplo, tanto a los seglares como a los sacerdotes, por su ejemplar conducta y por el excesivo celo que siempre lo ha animado”. “¡Excesivo celo!”... Aunque en el amar a Jesucristo y a los hermanos no se dé límite alguno, el Padre Subi-rana, por lo visto, tocaba casi los linderos de la impru-dencia...

                                                                                                                    

  Honduras, la nueva patria

 El misionero no tiene más patria que el mundo en-tero, aunque, limitado por fuerza, habrá de trabajar en la parcela que le asigne el Dueño del campo, como el mismo Jesucristo, que se hubo de concretar a las ove-jas de Israel... El Padre Subirana podrá decir lo de su maestro Claret, al ser enviado a Cuba: “Mi espíritu es para todo el mundo”. O como Santa Eufrasia Pelletier: “Mi patria es cualquier parte del mundo donde haya un alma que salvar”. Subirana, por caminos providenciales, viene a parar en Honduras, que tendrá en él al apóstol infatigable, al colonizador acertadísimo, al santo que admirarán las gentes, al Angel de Dios que recordarán siempre como suyo las tribus indígenas... Y Subirana hará de Hondu-ras la patria definitiva de su corazón, como lo fuera un día su Cataluña natal o Cuba la de sus correrías inter-minables.

Pero ahora habrá de actuar con un estilo muy dife-rente. Antes desarrollaba su trabajo en equipo; ahora, ya no podrá ser así. Se encontrará solo, a las órdenes de su Obispo, ya que es un sacerdote diocesano, pues nunca abrazó el estado religioso, a pesar de haber tra-bajado siempre con religiosos y como un religioso más. Por eso, habrá de llevar adelante a nivel personal empresas arriesgadas que lo acreditarán como un mi-sionero casi genial. Honduras. Aquí pasará los pocos años que le restan de vida, sin regresar ni una vez a España para ver a sus seres queridos. Aquí morirá y aquí dejará como trofeo sus restos mortales. Y Honduras le recordará siempre como la figura más preclara de la Iglesia que ha pisado su suelo cristiano... SAN ANTONIO MARIA CLARLT y el Padre Subirana tienen dos vidas paralelas admirables. Nacen el mismo año, con muy poca diferencia de tiempo, en dos ciudades que casi se tocan. Juntos en el Seminario, serán después compa-ñeros de Misión en Cataluña, cuando Subirana se una al equipo itinerante de Claret, que se lo llevará consigo al marchar como Arzobispo a Santiago de Cuba, donde serán inseparables en las campañas misioneras. Cuando la perse-cución disperse al grupo, y Claret marche a España y Subi-rana a Centroamérica, el santo Arzobispo se llenará de orgu-llo al oír de su compañero querido que “Subirana con sus misiones hace prodigios en Honduras”, donde morirá “víctima de su celo”.

publicado por linarez a las 20:55 · Sin comentarios  ·  Recomendar
30 de Julio, 2011 · General
     Su primer escenario

En Julio de 1856 desembarcaba Subirana en el puerto de Izabal. Guatemala, en la que permaneció hasta Octubre, podría haber sido el campo de su actividad misionera. Pero, por lo visto, el Arzobispo Fran-cisco de Paula García Peláez tuvo dificultades cuando el Padre le pidió los permisos necesarios para misionar de pueblo en pueblo. De esta circunstancia se sirvió el buen Dios para regalarle a Honduras un gran apóstol. Alto, delgado, blanco, de ojos azules, cabello cas-taño tirando a rubio, y con una voz armoniosa que sabe acompañar con el violín, el Padre Subirana se presen-taba en Honduras con cuarenta y nueve años de edad, muy preparado científicamente y bien curtido en an-danzas misioneras. El único Obispo de Honduras por aquel entonces, residente en Comayagua, Don Hipólito Casiano Flores, no tuvo los inconvenientes del Arzobispo de Guatema-la y recibió al Padre Subirana con los brazos abiertos, a la vez que no le designaba parroquia alguna, a pesar de que no contaba el Prelado más que con veinte sa-cerdotes, sino que le daba amplia libertad de movi-mientos para recorrer en plan misionero la inmensa diócesis, que era toda la República... Lo mismo hará en 1861 su nuevo Obispo, el franciscano Fray Juan Félix de Jesús Zepeda y Zepeda.

 

Þ     En la Mosquitia hondureña

 El Obispo le indica al Misionero como primer campo la Costa del Norte, por su conocimiento del inglés, para el que se ve tenia cierta facilidad, igual que por sus cualidades para ]a agricultura, construc-ción y medición de tierras. En la geografía se va a demostrar como un maestro competente de verdad.

Cuando Subirana se presentó al Obispo Flores para que lo admitiera en su vasta Diócesis, el mismo 24 de Octubre de 1856, el Prelado escribía al Presidente Guardiola diciéndole que el Padre no desea “otro des-tino que el de misionar en las tribus salvajes de nuestras costas. No omitimos manifestar al supremo Go-bierno que el sacerdote de que hablamos desea ansio-samente penetrar hasta la Mosquitia, prometiéndose el sacar de allí más abundantes frutos, estando dispuesto a arrostrar cualquier peligro”. ¡La Mosquitia!... Ahí derrochará energías sin cuento, ganará a los mosquitos para la Iglesia y la Mosquitia para Honduras... Existía un tratado de Honduras con Inglaterra sobre la Mosquitia, que era hondureña. En la disputa sobre los límites con Nicaragua pesará fuerte la opinión de Subirana, confirmada por documentos, de que la Mosquitia llegaba desde el río Aguán hasta Cabo Gracias a Dios, como se determinó definitivamente, muerto ya el Padre, en Noviembre de 1868. Esta soberanía hondureña será reconocida inter-nacionalmente, según el laudo emitido por el Rey de España, Alfonso XIII, en el año 1912. El Obispo de Comayagua, al presentar el Misionero al Gobierno, le expone la conveniencia de que se quede precisamente en ese centro de tanto interés nacional: “Me parece que, reconocidos nuestros límites terri-toriales, sería de tomar a importancia la permanencia de este ministro en el punto que tanto se desea”.

 

Þ     ¡A trabajar, sea dicho!...

Por aquí empezó Subirana su asombroso apostolado, pues ya en Enero de 1857 lo encontramos en Cabo Gracias a Dios, en el mismo límite de la Mosquitia con Nicaragua. El Misionero reconoce en su primer informe que, a excepción de Trujillo, esos pueblos no habían tenido atención alguna, ya porque los habitantes están muy remotos, ya porque son muy pobres y es preciso hacerles todo gratis. Él, que no busca más re-compensa para sus trabajos que Jesucristo y el Cielo, sabrá cómo entregarse con desprendimiento y generosidad heroicos... En 1864, y poco antes de morir, escribirá al Ministro de Relaciones con humilde reconocimiento: “Hasta ahora el Gobierno no ha hallado otro que se encargue de civilizarlos sino el Misionero que suscribe”. Y pudo hacerlo, precisamente, porque era pobre del todo y nunca buscó una recompensa pecuniaria. Jamás en su vida misionera de Honduras llevó un centavo consigo y para sí. ¡Había que hacerlo todo gratis!...

 

 

 

Þ     Los indios eran así...

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Los indios y morenos que encontró Subirana vivían aún en condiciones muy primitivas. La Honduras que evangelizó el Misionero estaba poblada en su parte Norte y Nordeste por zambos, payas, mosquitos, jicaques, toacas, sumos, caribes y otros, “en gran número diabólicamente supersticiosos” y que, para colmo de males, vivían entre “ladinos muy mal reputados”. To-dos estaban abandonados a su suerte, sin que nadie cuidase de ellos, entre contrabandistas nacionales y extranjeros que hacían con ellos lo que bien les venía. ¿Cómo eran aquellos indios? En un informe oficial al Gobierno, Casto Alvarado nos proporciona datos interesantes. Los caribes son más sociables, menos salvajes y más trabajadores que los sambos. Los cari-bes viven medio vestidos, mientras que los sambos van enteramente desnudos, aunque suelen llevar un bra-guero o refajo de cáscara de hule. Los sambos poseen una vaca o un caballo y algunos hasta doscientas cabe-zas de ganado, al revés de los caribes que no poseen absolutamente nada. Unos y otros son idólatras y polí-gamos.

No nos salimos de aquel Informe oficial. Los sambos estaban enojados con “El Santa Misión” porque les había quitado las fiestas del Surin, con que aplaca-ban a sus muertos. La poligamia la suelen practicar casándose con dos hermanas que tienen en una misma habitación, y hasta llegan a tener dos o tres parejas en esta misma condición deplorable. Entre ellos no se conocen más que tres delitos. El asesinato que lo castigan con la horca. El robo por el que hacen pagar el doble al perjudicado. Y el adulterio, que lo castigan con azotes cuando el culpable no puede pagar multas al ofendido. La mujer, por otra parte, es la bestia de carga mientras los hombres yacen en la holgazanería. Y sintetiza el Informe: “Son tan salvajes, tan bárbaras sus costumbres, especialmente las de los sambos, que no se tiene una idea de su degradación”.

 

Þ     Estos serán sus hijos

Pues, bien; a éstos indios se va a dirigir la evangelización de Subirana. Dios va a estar con él. Porque no van a ser todo facilidades. Al dirigirse el Padre a una aldea del Municipio de Omoa, cuyos moradores, asaz belicosos y hasta caníbales, no admitían a nadie extra-ño, la indiada salió al encuentro del Misionero con intención de matarlo. Pero el Padre levantó la mano para darles la bendición, y aquellos guerreros, tocados por una fuerza sobrehumana, se arrodil1aban mansa-mente ante el enviado de Dios... Cuando el Padre civilice a sus indios, les aconsejará que cambien sus nombres de animales por otros mejo-res. A los padrinos que escogía ―personas distingui-das del lugar―, les suplicaba que dieran a los indios su propio apellido. De este modo los dignificaba, les introducía en la sociedad, y no es extraño encontrar hoy día entre sus descendientes apellidos tan familia-res como González, Martínez, Álvarez, Morejón, Que-sada, y otros no menos flamantes...

Al irse Subirana al Cielo, “la Costa Norte no se co-nocía a sí misma”, dirá con humilde satisfacción. Había civilizado como ciudadanos y bautizado como cris-tianos a 3.000 zambos, 2.000 mosquitos, 150 taucas, 700 payas, 5.500 jicaques y otros 2.000 morenos cari-bes. Entonces escribirá también la Gazeta Oficial: “Mediante los piadosos esfuerzos del virtuoso e inolvidable misionero Subirana, esos habitantes de nuestras costas del Norte, hace poco todavía salva-jes e idólatras, gozan ya los beneficios de la Reli-gión Católica y el grado de cultura posible en su si-tuación infantil”.

 

Þ     Con blancos y ladinos

 Antes de establecerse definitivamente entre los in-dios, empieza con algunas Misiones, el ministerio de toda su vida anterior. A mitades de 1857 lo vemos misionando varias ciudades del centro. En Comaya-gua, por ejemplo, según recordará el Diario Oficial de Enero de 1865, consiguió un fruto maravilloso. Se refiere, más que nada, a la legitimación de matrimo-nios. Porque entre los blancos y los clásicos ladinos le esperaba un trabajo ingente con el arreglo de los amancebados o de unión libre. Igual que en Trujillo, donde, según informaba la Gazeta Oficial, “hubo una multitud de enlaces matrimoniales en la clase llamada ladina”; y lo mismo ocurrió en Olanchito, donde tam-bién “se matrimoniaron multitud de gentes ladinas”. El arreglo de los matrimonios y la constitución de fami-lias estables van a ser el fruto principal de sus Misio-nes. Predicando en el atrio de la iglesia parroquial de Tegucigalpa, llamó poderosamente la atención de todos por la comparación catequística sobre los Man-damientos:

- Es indispensable el cumplimiento de todos los Mandamientos de la Ley de Dios, porque si falta uno solo es imposible la salvación. Del mismo modo que, si faltase uno de los diez arcos del puente que une a esta ciudad con Comayagüela, no se podría pasar por él de un lado al otro. El Misionero ―que venía por primera vez a Tegu-cigalpa, había entrado por otra parte diferente del río y no había visto ningún puente―, ¿cómo sabía que eran diez los arcos?... Lo más probable que fue también aquí, en el barrio de La Ronda, donde curó a una señora que padecía enajenación mental muy grave y era una tortura para familiares y vecinos, caso confirmado por testigos muy fidedignos. El Padre mandó derramar violentamente sobre ella desde el techo un gran balde agua fría duran-te un acceso muy fuerte de locura. La enferma, desnu-da del todo, lanzó un grito estentóreo, profundo y pro-longado. Se calma de repente, llama por su propio nombre a uno de la familia y pide que le traiga ropa para cubrirse. El Misionero estaba al tanto, y entra en la habitación preguntando como si nada: -¿Qué hace la buena mujer Apolonia? Y ella, con la naturalidad máxima: -¡Aquí, esperando su bendición, santo Misionero Subirana! -¡Bien, hija! Siéntate. Vamos a charlar... La señora se sintió totalmente curada, sin que le volviera a molestar más la delicada enfermedad. Al llegar a Cantarranas no quiso hospedarse en una casa que le habían preparado: -No; aquí, no. En esta casa había antes un blasfe-mo renegado y debe ser exorcizada. Esta casa aca-bará mal. Muchos años después, en 1919, el edificio fue con-sumido por el fuego...

Fue muy sonada la Misión de Danlí desde el 17 de Junio al 9 de Julio. El Párroco dejó asentada un acta en la cual declara que comulgaron sacramentalmente 5.542 personas y se legitimaron 130 matrimonios. El Misionero sentía ansias de recorrer todas las po-blaciones de la República predicando misión, y cita expresamente Ocotepeque, Santa Rosa y los Departa-mentos enteros de Tegucigalpa y Choluteca... Pero su apostolado se va a centrar ahora, más que nunca, entre los indios salvajes, aunque jamás descuidará a los blancos, ladinos y a los de color en la Costa.

Þ     Yoro, punto de convergencia

Grandes proezas había realizado el Misionero en poco más de un año. Ahora va a dejar la Mosquitia para dirigirse a Olancho y a Yoro, que será el centro de un apostolado pasmoso en los seis años que le quedan de vida. Sin embargo, cada año veremos a este viajero impenitente realizar, siempre a caballo o a pie, una gira por la Costa Norte, para hacer más duraderos los frutos de las labores desarrolladas anteriormente. De Danlí pasa a Juticalpa, la capital de Olancho, al que iba a recorrer en todas direcciones, y del que dirá: “He logrado reunir a los indios payas en dos puntos, Dulce Nombre de Culmí y Santa María del Carbón, y les he puesto rezadores y maestros de escuela”. Para cuando fue a Yoro, a mitades de 1858, ya había ins-truido y bautizado a 800 indios de la selva en las mi-siones de Punta Ocote y Tuna.

En el Departamento de Yoro, al que dedicó la me-jor parte de su apostolado, comenzó por aprender la lengua de los indios jicaque. Se lanzó a las montañas del Oriente y del Sur, y para el 17 de Octubre de 1858 ya había bautizado, incluidos los 800 de Olancho, a 2.177 indígenas selváticos, de los que especifica el número en cada uno de los trece puestos misionados. Y esto sin prisas desaconsejables, sino precedida la sacramentalización con la preparación debida, como veremos luego. El 18 de Octubre, según informa al Ministro de Re-laciones, “paso a las montañas del Norte y Poniente con el propio fin, es decir, de instruir y bautizar, pues es donde hay la mayor parte de esos seres hasta hoy desgraciados”. En Noviembre del año siguiente hace el nuevo re-cuento, y puede afirmar: “He cristianizado a casi todos los indios selváti-cos de Honduras, que ascienden al número de 5.022 a saber: 150 toacas 600 payas en el Departamento de Olancho, 4.100 jicaques en el Departamento de Yoro y 172 de los mismos en el Departamento de Santa Bárbara”. Sumados todos los cómputos que poseemos, pasan de 9.800 los catequizados y bautizados, contados entre ellos los 2.000 negros caribes que viven pasada la Mosquitia, desde Blackriver hasta Trujillo y Omoa. O sea, que, para cuando muera, Subirana habrá hecho cristianos a “casi todos” los indígenas de la Honduras de entonces...

 

Þ     Bautizar sin precipitaciones.

Esta es la gigantesca obra evangelizadora de Subi-rana. Buena falta hacía desde que los beneméritos hijos de San Francisco habían dejado la Misión de Liquigüe, cuando en 1826 se les negó los 664 pesos que tenían asignados para su modesta subsistencia.

Y hay que decir que el Misionero no procedía con precipitación. Pronto vamos a ver cómo reducía a los indígenas a vivir en poblados en torno a las capillas e iglesias que levantaba por doquier, cómo los instruía y enseñaba a leer precisamente con el Catecismo, y cómo, según escribe a su Obispo, los bautizaba “como puedo”, cuando sabían lo necesario para la salva-ción, según las circunstancias de los neófitos en cada tiempo y lugar. La gradación intocable que seguía era ésta: primero los “instruía” en lo elemental de la fe cristiana; des-pués los “moralizaba”, es decir, les hacía quitar las costumbres incompatibles con el Bautismo; finalmen-te, les “administraba” el Sacramento. El escenario en que se desarrolló este apostolado era grandioso y bello, a la par que lleno de dificul-tades, tal como nos lo describe el Vocal de la So-ciedad de Geografía e Historia de Honduras. Lic. Ernesto Alvarado García: “Hay que imaginarse el medio geográfico de Honduras en ese tiempo: elevadas montañas. ríos caudalosos, lagunas y pantanos en los que abundan los lagartos o caimanes; selvas inmensas en las que viven tigres, leones, serpientes venenosas como el tamagás, barbaamarilla, etc.; la inmensa cantidad de mosquitos y jején. El paludismo con todos sus peligros, el cólera morbo, etc.”... Pero Subirana no es uno a quien le tiren para atrás semejantes dificultades...

 

Þ     ¿Sería verdad lo del cacique?...

No deja de admirar la rápida y abundante conversión de tanto indio jicaque de Yoro. ¿A qué se debió?... No es que hayamos de creer a pie juntillas, como veremos más adelante, en todos los casos milagro-sos que el pueblo cuenta del Misionero. Pero el del Cacique Cohayatbol no deja de ser curioso de verdad y lo traen todos los historiadores de Subirana.

Los jicaques de Yoro y Olancho venían por centenares y miles para recibir el Bautismo. El Padre les enseñaba a vestirse, les catequizaba, y los bautizaba a su tiempo. A todos, menos al Cacique, el cual se resistía a toda la enseñanza del Misionero. Hasta que un día se entabló entre los dos un diálogo curioso durante el cual el Misionero le gastó al jefe una broma pesada y misteriosa. -Yo no puedo creer en tu Dios. Yo sólo creo en Malotá, el dios del mal. -¿Y por qué no puedes creer en el Dios de los cristianos? -Porque Malotá no me prohibe nada y hago lo que quiero, mientras que tu Dios me quita muchos dere-chos. El Misionero rezó fervorosamente, miró compasivo e irónicamente al Cacique, al que empezó a venirle un intenso dolor de cabeza, de modo que la había de es-trechar con fuerza entre sus manos. -¿Qué te pasa? ¿Es que te duele la cabeza?... -En estos momentos me duele más que nunca. -Pues, mira; si aceptas el Bautismo, ese dolor se te quitará inmediatamente. Cohayatbol aceptó la propuesta. Rezó el Misionero y el dolor desapareció como por ensalmo. Ahora, a instruirse bien, a prepararse y a bautizarse con toda su familia... Y, lo que interesaba más, un amplio permiso al Padre Subirana para que predicara libremente en todos sus territorios y bautizase a cuantos quisieran. Así se cuenta el hecho, sucedido en los bellos para-jes de las montañas de Pijol, junto al nacimiento del río Cumayapa, generoso afluente del Comayagua, al que da sus frescas aguas y su abundante y rico pesca-do... El caso es que allí empezaron a bajar los indios por centenares, y decían que venían donde el Misionero porque habían soñado con él, porque lo habían adivi-nado y por mil razones más... Allí levantó el Misionero una aldea, a la que después, en su memoria, se le dio el nombre de SUBIRANA.

Þ     En Nicaragua y en El Salvador

 Los tres primeros años de la estancia de Subirana en Honduras son algo que no se entiende. Aparte de esa actividad con los indígenas y morenos caribes, fue el tiempo en que predicó varias Misiones entre los blancos, como veremos en su lugar, y, además, se dio sus dos escapadas a Nicaragua y El Salvador, cuando aún faltaban muchos años para que corrieran los auto-móviles por las autopistas y volaran los aviones por los cielos. El caballo o los dos pies que Dios le dio tenían que ser su transporte obligado... ¿De dónde sacó el tiempo? A finales de 1859 se encontraba en El Salvador arreglando la segunda edición de su Catecismo. Duran-te 1860 se pasa en esa República varios meses, en la que predica algunas Misiones; hace de Párroco en San Luis Talpa, de La Paz; visita Cojutepeque, ciudad en que dejó recuerdo imborrable, y pasa por San Pedro Perulapán, donde ocurre el pintoresco episodio de la estampa famosa. Quieren detener al santo Misionero, pero éste no se puede quedar. Como recuerdo, les deja lo único que lleva: una estampita de Santa Francisca Romana que le sirve de señal en el libro de rezo. Ante esa estampita, enmarcada en un cuadro, rezan todavía devotamente los habitantes del pueblo y cada año de-dican una fiesta en honor de la Santa con Misa solem-ne y sermón. ¡Hasta dónde dejaba el Padre su fama de santo!... Como podía penetrar en Nicaragua durante sus es-tadías en la Costa Norte y Olancho, se dirigió hasta León, con el fin de entrevistarse con su Obispo, a fin de conseguir las licencias ministeriales “para casar gente de lugares remotos en donde no suelen llegar los curas de parroquias, debiendo advertir que en lo dicho no tengo otro interés que la gloria de Dios y la salva-ción de las almas”.

Predicó también en Nicaragua varias Misiones, concretamente en Somoto, y trabajó temporalmente entre los indios chontales. En la parroquia de Mata-galpa dejó como recuerdo un altar labrado por él mis-mo y que ahora se encuentra en la iglesia de San José.

 

Þ     El filibustero William Walker

9op’0ppklHemos de situarnos en aquellos días tan críticos pa-ra nuestra Centroamérica. Desde un principio le pre-ocupó al Padre Subirana la suerte de los hondureños. Una de sus profecías es la referente a las tierras: “Aseguren sus propiedades para que siempre tengan donde trabajar juntos; porque los dueños de terrenos los venderán a los extranjeros a cambio de oro. Ustedes se descuidan por la facilidad con que viven, pero día vendrá en que todo será distinto. Necesitarán mucho dinero, y lo obtendrán a cambio de sus fértiles tierras, que pasarán a poder del ex-tranjero”. Más que profecía, como la llama hasta hoy el pue-blo, estas palabras eran una intuición clarividente del porvenir: “Vendrá una nación extendiendo sus dominios por la América Central, y será difícil librarse de su poder, pues, halagada por las riquezas naturales del país, no querrá ceder en su empeño de conquista”. Y la conquista no iba a ser a base de ejércitos que nos aplastarían, sino llevándose nuestras riquezas con un colonialismo, una dependencia y unos tratados in-justos a toda prueba. El Primer Mundo y el Tercer Mundo de hoy...

E1 imperialismo inglés y el naciente norteamericano codiciaban nuestras regiones privilegiadas. Se soñaba en el canal que uniera Nueva York con California, el Atlántico con el Pacifico, y Panamá o Nicaragua estaban en la mira de las potencias colonizadoras. El filibustero norteamericano William Walker fue el más audaz, bajo su lema “Five or none”: O las cinco Repúblicas Centroamericanas o ninguna... Quería anexionar nuestros países a los Estados Sureños, esclavistas todos. De haberlo conseguido, la suerte de nuestra Centroamérica sería hoy muy distinta... Costa Rica inició la lucha contra el invasor. El Presidente hondureño Guardiola tuvo visión de la realidad, y mandó a Nicaragua refuerzos para las tropas liberadoras de Costa Rica, El Salvador y Guatemala, las cuales obligaron al invasor a huir de Centroamérica. El aventurero repitió otra intentona para apoderarse de Honduras. Pero el valiente General Mariano Alvarez logró capturarlo y él mismo firmó la sentencia de muerte del filibustero, que fue fusilado en Trujillo el 12 de Septiembre de 1860. El Padre Subirana se halla-ba aquel día en Punta de Piedra, a 80 kilómetros de distancia.

Þ     Los dos Presidentes

Sin contar los breves intervalos de Castellanos y Montes, mientras el Padre Subirana misionó Honduras se encontró en la Presidencia de la República con San-tos Guardiola y José María Medina, los cuales le brin-daron un apoyo total en su obra de evangelización y colonización de los indios. Guardiola vio en el providencial Misionero lo que de verdad necesitaban las tierras y las tribus más aban-donadas hasta por el mismo Gobierno. Medina seguirá las huellas de su predecesor y dará al Misionero las tierras que necesite para instalar en poblaciones a los indígenas que vaya evangelizando.

Muerto el Padre, seguirán el Presidente y sus fun-cionarios facilitando la labor iniciada por el infatigable Misionero, como la mejor respuesta a la memoria de santo y de colonizador que Subirana dejara por todas partes.

 

Þ     Apóstol de la liberación

El Misionero, ajeno en absoluto a toda política, su-po mantener ―como hemos dicho y veremos tantas veces― buenas relaciones con los Presidentes Santos Guardiola y José María Medina, que le brindaron su apoyo en la colonización de las tribus indígenas. Sin halagar jamás a las autoridades civiles, supo tratar a todas con el respeto merecido, se granjeó la estima de todas ellas, y en todas encontró el apoyo necesario en cuanto hubo menester para bien de sus misionados. Se las hubo de ver también con los finqueros y em-presarios opresores, que, en vez de embestir furiosos contra el Misionero, acababan por rendirse a la verdad, a la justicia y al amor. Profeta auténtico, no se calla nunca. Denuncia todo desorden. Se rebela contra la injusticia de los ricos explotadores. Acusa la negligencia de las autoridades competentes. Y promueve a los indígenas. Los reúne en comunidades para que reclamen sus derechos. Los instruye sobre cómo conseguir los sueldos justos... Pero lo expone y lo hace todo con un respeto, una claridad, una sinceridad y un amor tales, que, en vez de cosechar persecución, todos se ponen a sus órdenes para remediar los males que fustiga. Resulta todo un ejemplo viviente de cómo la vio-lencia consigue muy poco, a la vez que nos dice cómo el amor a todos sin distinción es el arma más fuerte que Dios ha puesto en nuestras manos...

Eso, sí; pone como base de su acción apostólica la promoción del hombre en su totalidad, y le enseña a ser persona con la instrucción y el trabajo honrado, a la vez que lo hace santo con una piedad viva, conforme siempre con las condiciones de un pueblo rudimentario y sencillo, pero capaz de asimilar todo lo bueno que se le da. Al final, después de conseguir frutos abundantes e inmediatos, morirá dejando en todos los hondureños, ricos y pobres, autoridades y gobernados, un recuerdo imperecedero y una veneración unánime.

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30 de Julio, 2011 · INTERMEDIO
Pedro Garcia 14.00 Normal 0 21 false false false ES-HN X-NONE X-NONE
Tenemos la primera muestra de ese su profetismo en el cuadro triste que presenta con su Informe al Sr. Ministro General del Supremo Gobierno, fechado el 4 de Noviembre de 1859. A nosotros nos va a servir de telón de fondo para valorar todo el apostolado de Subi-rana en Honduras, sobre todo entre los indios: “Los dichos indios selváticos si el Gobierno, como lo espero, se sirve protegerlos, podrían ser muy útiles al Estado, pues son muy aficionados al trabajo, y esto basta, pero me es doloroso expresar-lo, a pesar de las providencias que ha tomado el Gobierno en favor de esos infelices, se ven por va-rios de aquellos que deben cuidarlos y protegerlos, oprimidos y perjudicados. “Se les perjudica en la libertad, haciéndoles tra-bajar por fuerza aunque nada deban, privándoles de trabajar para otras personas. “Se les perjudica en lo que se les vende, hacién-doles pagar el valor de dos o tres pesos de plata por lo que vale dos o tres reales no más, como sucede en la ropa, y haciéndoles pagar por las hachas, ma-chetes, fusiles y otros efectos diez veces más de su justo valor. “Se les perjudica en las deudas, haciéndoles pa-gar la misma varias veces, y en ciertas ocasiones les exigen deudas unos sujetos con quienes nunca trataron, alegando que es la deuda de otro al cual dicen haberla comprado, siendo mentira.

“Se les perjudica en los trabajos de milpas, ve-gas y otras cosas, obligándoles por una res o terne-ro a hacer un trabajo que vale más de 100 pesos de plata, y hay ocasiones que se les hace repetir 2ª., 3ª., y 5a. vez de balde el mismo trabajo. “Se les perjudica en lo que se les compra llevándoles por una res dos cargas de zarza (parri-lla), o tabaco y engañándoles con la romana, llevándoles doce arrobas en lugar de ocho. “Se les perjudica en el tiempo que se les da para que entreguen la zarza, concediéndoles de intento tan corto plazo que en él les sea imposible cumplir, para tener ocasión de cobrarles el duplo, lo que llaman pie de rastro. “En fin, se les intimida, se les pescozea v se les trata de mil maneras si se niegan a hacer la volun-tad injusta de sus opresores” . Este informe detalla el que un año antes, en Octu-bre de 1858, había mandado al Sr. Ministro de Rela-ciones, con el que le denunciaba que los indígenas “hasta la fecha han sufrido toda clase de veja-ciones y miserias de aquellos que por medios los más inicuos han logrado sujetarlos: pero éstos son tan tiranos con los infelices inditos, que hay algu-nos que los hacen perecer de hambre; hay más, los hacen servir ordinariamente como bestias de carga; en fin hay algunos que hasta los apalean, les roban las mujeres e hijos y les violentan las hijas”. La contestación al primer Informe fue rápida y efi-caz, pues el Ministro de Hacienda, conforme en todo con el punto de vista del Misionero, daba la orden a la Administración de Trujillo de entregar al Padre 300 pesos para su obra.

Palabras claves,
publicado por linarez a las 20:36 · Sin comentarios  ·  Recomendar
30 de Julio, 2011 · INTERMEDIO
Pedro Garcia 14.00 Normal 0 21 false false false ES-HN X-NONE X-NONE
Pronto vamos a ver a Subirana reuniendo en pobla-dos a los indios dispersos. Aparte de catequizarlos y bautizarlos como cristianos e instruirlos en las letras, lo primero que hace es averiguar su situación econó-mica y poner remedio a sus males humanos. En los documentos que mande a las autoridades se dará siem-pre a sí mismo unos títulos que, según parece, nunca se le concedieron oficialmente, pero se los atribuyeron y los aceptaron todos como válidos: “Misionero y Cura-dor General de los Indios”, “Primario Protector y Curador General”, “Cristianizador y Primario Pro-tector de los Indígenas”, etc. etc. Al proclamar tan proféticamente la libertad de los indios, no se fiaba de que la entendieran rectamente y la llevaran a la práctica. Para ello, aparte de su acción personal ―que, dada su movilidad incesante de una parte a otra, no podía ser continua en cada poblado― instituye hombres de su confianza para que lleven a término las disposiciones concretas de promoción de los indígenas. Lo que hacía por sí mismo era: “Procuro enterarme del mejor modo posible si tienen alguna deuda, y si la tienen les obligo a pa-garla a quien corresponda, y si hallo que nada de-ben les digo que son libres, y que por lo tanto nadie debe hacerlos trabajar para sí”. Las disposiciones que dejaba a los procuradores se resumían en estos puntos precisos y bien reglamenta-dos:

 1º. Hacer trabajar a todos, pero con esta orden es-tricta: “que primero trabajasen para sí, para que tuvie-sen que comer con sus mujeres e hijos y que después de esto hagan un trabajo en común para vender los frutos a su justo precio”. Subirana se avanzaba a las modernas cooperati-vas...

2º. “Si hacen un trabajo ajeno, se les provea de herramientas y les paguen lo mismo que a los ladinos”. Para él, la dignidad y los derechos humanos eran iguales en todos...

3º. Que se dé cuenta de todas las operaciones a los Curas de la Parroquia a que pertenecen, “porque ellos son los encargados por el Gobierno, o al Misionero cuando esté presente”. Había que estar al tanto con la corrupción...

publicado por linarez a las 20:25 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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AGRADECIMIENTO
Agradecemos a todas las personas que hicieron posible la recopilacion de esta valiosa informacion y con trabajos ya existentes del jesuita Padre Santiago Garrido, del Lic. Ernesto Alvara-do García y de los valiosos apuntes inéditos del Padre Va-lentín Villar, aparte de las vidas documentadas de San An-tonio María Claret y del Padre Esteban de Adoain. Además de éstos, han escrito sobre Subirana historiadores beneméri-tos como Rafael González y Sol, Pompilio Ortega, Esteban Guardiola, Luis Mariñas Otero,COMO TAMBIEN AGRADECEMOS A:

Profa Carmen Viuda de Rodas

por brindarnos Informacion

documentada y de primera mano,
conservada por quien en vida fuera su esposo;

Don Amilcar Rodas Ramirez.
Gracias por su amabilidad.

A doña Marina Martinez de Cruz
Fiel segidora de Manuel Subirana.
por su entrevista e informacion.

Doña Francisca Cruz

por su testimonio de
Manuel Subirana.

Doña Aide Bustillo Mejia.

por su entrevista e informacion.

Al Sñor: Carlos Enriquez Chavez.
por su testimonio.
Equipo de Investigacion:

Cruz Aminta Bautista.
Aura Aracely Vasquez.
Brenda Linarez Lopez.

Bajo la Supervision de:

Lic. Marcio Rodas.

A todos los que de una u otra forma
Contribuyeron con la recopilación de
información y creación de este documental
del Misionero Manuel de Jesús Subirana.

Gracias.
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1 Comentario: JOSE MURILLO REYES
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