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Pedro Garcia
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Se les van a presentar a los misioneros dificultades muy
graves. La mayor, los matrimonios irregulares, por el racismo que se practicaba
descaradamente, según el cual se prohibían los matrimonios entre crio-llos
españoles con personas de color, las cuales suma-ban muchos miles en la Cuba de
entonces: 600.000 morenos, 60.000 chinos o colíes y otros 30.000 extran-jeros
de diversos países. Al no poderse casar, se aman-cebaban, como es natural. Esta
será la causa de las grandes persecuciones que sufrirán los misioneros,
culminadas en el atentado de Holguín y que dispersará a todos ellos fuera de la
Isla. Y no olvidemos, desde el principio, a los finqueros con esclavos, igual
que la sorda lucha independentista, fomentada por la potencia que asomaba en el
Norte... Otro elemento que hemos de valorar es el de los te-rremotos y el del
cólera. Los primeros asolaron la Isla y el segundo segaba las vidas por
centenares y por millares. Los misioneros no se arredraron nunca, sino que se
agigantaron en medio del dolor y derrocharon heroísmos de caridad cristiana y
apostólica. Todo esto lo hemos de tener en cuenta desde el principio para
entender la vida azarosa del valiente equipo de Claret.
Pedro Garcia
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El Padre Subirana va a ser, como ya lo había sido en
Cataluña, un gran misionero, formado en la escuela claretiana. Y Cuba será un
anticipo glorioso de Hondu-ras. Ahora, todo lo hace con su Arzobispo y sus compañeros.
Después, lo hará él solo atinada e incansa-blemente en tierras
centroamericanas. Claret no es un obispo palaciego. Será, ahora como siempre,
misionero itinerante. Cuba no tenía por aquel entonces más que dos diócesis:
Santiago, la primada, y La Habana como sufragánea. Un territorio inmenso. Para
recorrerla, el caballo a lo más. Pues bien, en seis años de pontificado hizo Claret
la visita pastoral cuatro veces. Increíble. Y siempre, en plan misional. En
pala-cio, en el seminario, en la catedral, dejará sacerdotes idóneos, y él, al
frente de sus misioneros, a recorrer incansable todas las parroquias y
capillas, predicando, confirmando, confesando, arreglando matrimonios, y
llevando adelante una obra social muy avanzada para entonces, como la
implantación de las cajas de aho-rros, el instituto laboral de Puerto Príncipe
y otras más. Una muestra. Lo que escribe él mismo al Papa Pío IX, contándole la
primera de esas visitas: “Administré 97.000 confirmaciones. Repartí 73.000
comuniones. Arreglé 9.000 matrimonios. Repartí gratis 98.000 li-bros piadosos,
89.000 estampas y 20.000 rosarios, etc. etc.”... ¿El solo? No. Sino siempre con
sus misioneros in-separables. Los distribuyó de dos en dos, que se ade-lantaban
preparando el camino. El Padre Subirana iba con el Padre Coca y, más que todo,
con el Padre Este-ban de Adoain, un misionero capuchino de talla ex-cepcional y
al que también esperamos ver pronto vene-rado en los altares.
Pedro Garcia
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La primera misión del Padre Subirana fue en el Co-bre, sede
de la Patrona de la Isla, la querida Virgen de la Caridad del Cobre, corazón de
los cubanos. Fruto, abundantísimo. Y también la primera queja del Gober-nador
Civil: “Esos misioneros son unos imprudentes por la bravura de su lenguaje. Ya
se ve que aún no están templados por el Trópico tranquilizador”... ¡Claro! Los
misioneros empezaban por poner el de-do en la llaga y por revolver conciencias
con los ma-trimonios de amancebados y las uniones mixtas. Pero, al llegar el
Arzobispo, pudo reconocer el cosechón de 4.000 confirmaciones y unir ante Dios
a 212 parejas felices... Claret hace el elogio de Subirana y de su compañe-ro
el Padre Coca: “Ambos eran muy celosos y fervorosos, y siem-pre estaban
misionando, de aldea en aldea, sin des-cansar jamás. Los dos tenían
armoniosísimas voces, de manera que sólo por oír sus cantos iban las gen-tes a
la Misión, y como después del canto venía la predicación, quedaban atrapados.
Es inexplicable el fruto que hicieron”.
Con el ardoroso Padre Adoain. En vez de
disfrutar merecidamente de la Navidad, se internan en Sagua de Tánamo, nido de
facinerosos por aquel entonces. Los misionados, gente avezada al robo y al
crimen, se pre-guntan pasmados de sí mismos: -Pero ¿cómo puede ser esto? Si es
un imposible que nosotros cambiemos así... Y treinta y cinco jinetes, en
brillante escolta, acom-pañaron a los misioneros en su despedida y a lo largo
de las dos horas que los separaban del puerto donde habían de embarcar Llega la
comitiva a su nuevo destino, y oyen los misioneros la primera reconvención: -Se
van a cansar ustedes inútilmente, porque aquí la iglesia está de sobra, pues no
entra en ella ni un alma. Así se expresaba el cura párroco de Mayarí Abajo.
Pero empezó a cambiar de parecer cuando ya la prime-ra noche contempló atónito
el templo lleno. El segun-do día, no cabía la gente. Y el tercero, era una
muche-dumbre incontenible de más de cuatro mil personas las que invadían la
población entera, llegadas de todos los rincones de la comarca, desafiando las
intensas lluvias de aquel mes de Abril. ¡Esto no se entiende, esto no se
entiende!... Como tampoco entendía nadie lo de Baracoa, adonde no había llegado
un obispo desde hacía más de sesenta años, y ahora venía Claret con los dos
valientes misioneros para recoger la cosecha de sesenta y dos matrimonios y
cuatro mil seiscientas veinte confirma-ciones... Pero el viaje les había
costado caro. Treinta y tres veces hubieron de vadear el río Jojó, varias de
ellas por las increíbles Cuchillas de Baracoa, llamadas “cuchillas” por el filo
cortante que presentan, con es-pantables precipicios por ambas partes, y que el
Arzo-bispo nos describe como “tan estrechas que el caballo no tenía lugar para
dar la vuelta para atrás, y tan altas que se ve el mar de una parte a otra de
la isla, y al ba-jar tan pendientes que yo me resbalé y caí por dos veces”. La
primera visita pastoral del Arzobispo con sus misioneros acabó triunfalmente.
Vueltos a Santiago, las gentes se lanzaron a las calles. “Antes de llegar a la
plaza de Santo Tomás ya no se podía caminar por las masas que gritaban y daban
vivas a su Prelado”.
Tanto gozo va a tener una pena. Subirana cae en-fermo en
Julio de 1853. Al Arzobispo le preocupa: “He sabido que Subirana continúa
enfermizo. ¡Bendito sea Dios!”. Quiere un traslado de Subirana, pero Claret se
muestra delicadísimo con su misionero: “Pienso cómo quedará el Padre Subirana
sin ningún compañero ni casi conocido. Tal vez el ver-se solo le sumergirá en
tristeza... Como tiene re-pugnancia en estar allá, quizá esto sería bastante
para impedirle la curación, y por esto no me atrevo a pedírselo; pues que si se
lo digo, para obedecer lo hará, porque es muy obediente”. A los compañeros de
Subirana les anima a seguir con su plan apostólico, pero teniendo siempre en
con-sideración al pobre enfermo. ¡Cómo no iba a enfermar Subirana un día u
otro!... Al salir en defensa de sus misioneros, el mismo Arzo-bispo Claret
escribía al Gobernador de Cuba, General Cañedo, en Febrero de 1853: “En año y
medio han recorrido ya conmigo casi toda la Diócesis atravesando páramos
intransita-bles, sufriendo escasez de todo género, expuestos a los rigores de
un clima insufrible a los europeos, sin descansar ni un solo día en todo el
año”. Aquellos sacerdotes, y Subirana como el que más, tenían fibra de
héroes...
Las otras visitas pastorales en los cuatro años res-tantes
serán iguales. Pero, no nos engolosinemos. La persecución se presentó descarada
desde el principio. Y todo, por los matrimonios de los mulatos. Querían
casarse, pero, ¡pobrecito el que lo pretendiese! El Co-mandante General de Cuba
empezó unas diligencias, “las más furibundas”, dice Claret.
“Para impedir que un blanco se case con una mujer de color
manda paralizar el matrimonio, y no dice nada y tolera al que vive
escandalosamente, fastidiando a todos mis curas, misioneros y a mí mismo”. Otro
asunto de encontronazos continuos era el de los negreros. El Arzobispo y sus
misioneros hubieron de luchar ferozmente en favor de los pobres esclavos
negros, cuyos dueños los hacían bautizar, pero en lo demás los forzaban a vivir
como brutos. Son expresio-nes duras de Claret, que cuenta, por ejemplo: “En el
mes pasado se hizo misión en el partido de Dátil, y un amo envió una orden al
mayoral de los esclavos que allí tenía, diciendo que al esclavo que fuese a oír
la misión se le dieran cuarenta azo-tes”. Es famosa en la vida del Arzobispo la
anécdota con aquel finquero. Hablan los dos, cada uno desde su punto de vista.
Son inútiles todos los argumentos de Claret, hasta que toma dos papeles, uno
blanco y otro negro, los quema los dos en la candela del escritorio, revuelve
las cenizas, y pregunta a su interlocutor: -¿Podría distinguir usted cuáles son
las cenizas del papel blanco y las del negro?... Pues, así somos todos ante
Dios, y sin esa distinción nos juzgará a todos. O como el caso de aquella
señora que tiene la in-consciencia o el descaro de pedir al Arzobispo una
limosna para comprarse una esclavita que necesitaba. La contestación del
Arzobispo fue fulminante: ¡Señora, yo no tengo esclavos ni dinero para
com-prarlos! Este juicio de Claret sobre la esclavitud lo habre-mos de tener en
cuenta cuando veamos a Subirana en Honduras...
El Arzobispo habla de sus compañeros, entre los que destacan
Adoain y Subirana, “que reparten conmigo, sin el menor descanso, las fatigas
del ministerio. Estoy resuelto a no aban-donarlos ni a separarme de ellos, ni
en la gloria de la misión ni en el sacrificio, si llegara el caso. Ellos todos,
sin excepción, y yo cargamos juntos y gusto-sos la cruz de nuestro adorable
Redentor, que, con su ayuda, será siempre muy ligera”.
Se lo temían
todos. Un día u otro pasaría algo serio con la vida del Arzobispo. Y el 1 de
Febrero de 1856 por la noche, al acabar su sermón en la iglesia de Hol-guín,
Claret va por las calles rodeado de una multitud que reza y canta con ardor. De
improviso, se le acerca un hombre desalmado con la aparente decisión de
be-sarle el anillo, y, con la navaja de afeitar que empuña, le asesta un
terrible golpe en el cuello para degollarlo. El Arzobispo va tapándose la boca
con un pañuelo para evitar resfriarse después del acaloramiento del sermón, y
el brazo puede así detener a medias el furibundo navajazo. Detrás del asesino,
Claret adivina la presencia misteriosa del instigador del crimen, “pues vi al
mismo demonio cómo le ayudaba y daba fuerza para descargar el golpe”. De la
cara, del cuello, del brazo fluía la sangre a borbotones. Pero Claret curó.
Aunque se vio pronto que era demasiado riesgo seguir en Cuba en medio de tanta
persecución, por más que las gentes adorasen a su Pastor.
Los enemigos no se dieron por satisfechos con lo de Holguín.
Aquello no era más que el comienzo de una serie de crímenes y atentados contra
las haciendas donde hubiera de pernoctar el Arzobispo con los suyos en sus
correrías apostólicas. Los perseguidores, en una circular mandada a periódicos
de Estados Unidos
Inglaterra, España, Italia y otros países, urgen a que el
“titulado santo” Arzobispo Claret “y toda su escuadrilla salgan cuanto antes
del país que tan indignamente han ultrajado y que les odia y detesta al tamaño
de sus escandalosas bestialidades”, porque esta salida vendría a “colmar los
deseos del público eclesiástico y militar, paisanos y no paisanos, blancos y
negros, nacionales y extran-jeros”. Entre los cabecillas de tanta persecución
figuraron desde el principio una pandilla de jóvenes abogados ―“abogadillos”,
los llama Claret―, formados en Estados Unidos en odio especial hacia España,
“que son bautizados y tienen el nombre de cristianos, pero en las obras no lo
son, sino contrarios al Cristianismo, enre-dados, desmoralizados y enemigos de
España”. Al fin, todos estos enemigos iban a conseguir el colmo de sus
deseos...
El adiós a Cuba
Claret no sueña más que en derramar toda
su sangre por Jesucristo. Sin embargo, es un hombre realista. Y cree que ha
llegado el momento de presentar la renun-cia al Papa y no exponer tanto la vida
de sus colabora-dores, unos misioneros santos y dignos de su Pastor, pero que
en otros lugares podrían seguir haciendo mu-cho bien a las almas. Por eso, y
antes de tener respuesta del Sumo Pontí-fice, en los Ejercicios Espirituales
que dirige a su exce-lente equipo en el mes de Junio, les expone la situa-ción
y les aconseja que cada uno vaya adonde Dios le guíe para seguir adelante con
su vocación apostólica. Lo del Evangelio al pie de la letra: “Si en una parte
os persiguen, marchaos a otra”. En todas partes se puede trabajar por el Reino.
Subirana, aceptada la propuesta del santo Arzobis-po, sale de
Cuba como los demás compañeros y se dirige hacia donde le guía el Espíritu.
Claret, animado por el Papa, sigue en su puesto, aunque a los pocos meses le
llega de Madrid el nom-bramiento para Confesor de la Reina Isabel II.
Pedro Garcia
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INTERMEDIO
¿Quién es Subirana?... Pero, cabe preguntar: ¿quién es
Subirana? Porque hasta ahora, ¿de quién hemos hablado, de Subirana o de Claret?
Pareciera que el Padre Subirana nos impor-tara muy poco y que lo único que
interesa es hacer sobresalir la figura del Misionero, Fundador y Arzo-bispo
Claret... No. Lo que ocurre es que Subirana tra-bajó siempre como bueno a la
sombra de otro, en un anonimato casi completo. Guardaba su puesto en el equipo,
trabajando como el que más, lo mismo en Cataluña que en Cuba, pero sin llamar
la atención de nadie. No se conservan de él ni escritos ni recuerdos
personales, salvo algunos elogios escuetos pero sobre-salientes de Claret. En
Honduras va a ocurrir todo lo contrario. Subirana brillará con luz propia, como
un sol esplendoroso y solitario, llenando de fulgor él solo todo el
firmamento... Subirana fue siempre misionero. En Cataluña, excelente; pero no
era único: como él, otros igual... En Cuba, misionero de primer orden en el
equipo del Ar-zobispo Claret, que escribió de él: “llevó vida evangélica y edificante,
sin más recompensa que su trabajo”. Pero como él, también otros... En Honduras
fue misionero desde 1856 a 1864. Y aquí, sí; aquí fue un misionero
fenomenal, con una vida que no se entiende...
Hacia Centroamérica
El Padre Subirana se embarca para Centroamérica en el mes de
Julio de este año 1856. Lleva consigo la carta de recomendación redactada de
puño y letra por el Arzobispo Claret para el Obispo que lo desee admi-tir en su
diócesis, un escrito colmado de los elogios más calurosos: “Conociendo su
virtud y celo por el bien de las almas, le admitimos desde luego en nuestra
com-pañía, y desde nuestra llegada a esta Diócesis ha trabajado sin descanso en
la santa Misión, reco-rriéndola en todas direcciones, sufriendo privacio-nes y
enfermedades, consecuencias de su continuo trabajo y de los rigores del clima
en la zona tórrida, recogiendo muy abundantes frutos y sirviendo de edificación
y buen ejemplo, tanto a los seglares como a los sacerdotes, por su ejemplar
conducta y por el excesivo celo que siempre lo ha animado”. “¡Excesivo
celo!”... Aunque en el amar a Jesucristo y a los hermanos no se dé límite
alguno, el Padre Subi-rana, por lo visto, tocaba casi los linderos de la
impru-dencia...
Honduras, la nueva patria
El misionero no
tiene más patria que el mundo en-tero, aunque, limitado por fuerza, habrá de
trabajar en la parcela que le asigne el Dueño del campo, como el mismo
Jesucristo, que se hubo de concretar a las ove-jas de Israel... El Padre
Subirana podrá decir lo de su maestro Claret, al ser enviado a Cuba: “Mi
espíritu es para todo el mundo”. O como Santa Eufrasia Pelletier: “Mi patria es
cualquier parte del mundo donde haya un alma que salvar”. Subirana, por caminos
providenciales, viene a parar en Honduras, que tendrá en él al apóstol
infatigable, al colonizador acertadísimo, al santo que admirarán las gentes, al
Angel de Dios que recordarán siempre como suyo las tribus indígenas... Y
Subirana hará de Hondu-ras la patria definitiva de su corazón, como lo fuera un
día su Cataluña natal o Cuba la de sus correrías inter-minables.
Pero ahora habrá de actuar con un estilo muy dife-rente.
Antes desarrollaba su trabajo en equipo; ahora, ya no podrá ser así. Se
encontrará solo, a las órdenes de su Obispo, ya que es un sacerdote diocesano,
pues nunca abrazó el estado religioso, a pesar de haber tra-bajado siempre con
religiosos y como un religioso más. Por eso, habrá de llevar adelante a nivel
personal empresas arriesgadas que lo acreditarán como un mi-sionero casi genial.
Honduras. Aquí pasará los pocos años que le restan de vida, sin regresar ni una
vez a España para ver a sus seres queridos. Aquí morirá y aquí dejará como
trofeo sus restos mortales. Y Honduras le recordará siempre como la figura más
preclara de la Iglesia que ha pisado su suelo cristiano... SAN ANTONIO MARIA
CLARLT y el Padre Subirana tienen dos vidas paralelas admirables. Nacen el
mismo año, con muy poca diferencia de tiempo, en dos ciudades que casi se
tocan. Juntos en el Seminario, serán después compa-ñeros de Misión en Cataluña,
cuando Subirana se una al equipo itinerante de Claret, que se lo llevará
consigo al marchar como Arzobispo a Santiago de Cuba, donde serán inseparables
en las campañas misioneras. Cuando la perse-cución disperse al grupo, y Claret
marche a España y Subi-rana a Centroamérica, el santo Arzobispo se llenará de
orgu-llo al oír de su compañero querido que “Subirana con sus misiones hace
prodigios en Honduras”, donde morirá “víctima de su celo”.
Su
primer escenario
En Julio de 1856 desembarcaba Subirana en el puerto de
Izabal. Guatemala, en la que permaneció hasta Octubre, podría haber sido el
campo de su actividad misionera. Pero, por lo visto, el Arzobispo Fran-cisco de
Paula García Peláez tuvo dificultades cuando el Padre le pidió los permisos
necesarios para misionar de pueblo en pueblo. De esta circunstancia se sirvió
el buen Dios para regalarle a Honduras un gran apóstol. Alto, delgado, blanco,
de ojos azules, cabello cas-taño tirando a rubio, y con una voz armoniosa que
sabe acompañar con el violín, el Padre Subirana se presen-taba en Honduras con
cuarenta y nueve años de edad, muy preparado científicamente y bien curtido en
an-danzas misioneras. El único Obispo de Honduras por aquel entonces, residente
en Comayagua, Don Hipólito Casiano Flores, no tuvo los inconvenientes del
Arzobispo de Guatema-la y recibió al Padre Subirana con los brazos abiertos, a
la vez que no le designaba parroquia alguna, a pesar de que no contaba el
Prelado más que con veinte sa-cerdotes, sino que le daba amplia libertad de
movi-mientos para recorrer en plan misionero la inmensa diócesis, que era toda
la República... Lo mismo hará en 1861 su nuevo Obispo, el franciscano Fray Juan
Félix de Jesús Zepeda y Zepeda.
Þ En
la Mosquitia hondureña
El Obispo le
indica al Misionero como primer campo la Costa del Norte, por su conocimiento
del inglés, para el que se ve tenia cierta facilidad, igual que por sus
cualidades para ]a agricultura, construc-ción y medición de tierras. En la
geografía se va a demostrar como un maestro competente de verdad.
Cuando Subirana se presentó al Obispo Flores para que lo
admitiera en su vasta Diócesis, el mismo 24 de Octubre de 1856, el Prelado
escribía al Presidente Guardiola diciéndole que el Padre no desea “otro
des-tino que el de misionar en las tribus salvajes de nuestras costas. No
omitimos manifestar al supremo Go-bierno que el sacerdote de que hablamos desea
ansio-samente penetrar hasta la Mosquitia, prometiéndose el sacar de allí más
abundantes frutos, estando dispuesto a arrostrar cualquier peligro”. ¡La
Mosquitia!... Ahí derrochará energías sin cuento, ganará a los mosquitos para
la Iglesia y la Mosquitia para Honduras... Existía un tratado de Honduras con
Inglaterra sobre la Mosquitia, que era hondureña. En la disputa sobre los
límites con Nicaragua pesará fuerte la opinión de Subirana, confirmada por documentos,
de que la Mosquitia llegaba desde el río Aguán hasta Cabo Gracias a Dios, como
se determinó definitivamente, muerto ya el Padre, en Noviembre de 1868. Esta
soberanía hondureña será reconocida inter-nacionalmente, según el laudo emitido
por el Rey de España, Alfonso XIII, en el año 1912. El Obispo de Comayagua, al
presentar el Misionero al Gobierno, le expone la conveniencia de que se quede
precisamente en ese centro de tanto interés nacional: “Me parece que,
reconocidos nuestros límites terri-toriales, sería de tomar a importancia la
permanencia de este ministro en el punto que tanto se desea”.
Þ ¡A
trabajar, sea dicho!...
Por aquí empezó Subirana su asombroso apostolado, pues ya en
Enero de 1857 lo encontramos en Cabo Gracias a Dios, en el mismo límite de la
Mosquitia con Nicaragua. El Misionero reconoce en su primer informe que, a
excepción de Trujillo, esos pueblos no habían tenido atención alguna, ya porque
los habitantes están muy remotos, ya porque son muy pobres y es preciso
hacerles todo gratis. Él, que no busca más re-compensa para sus trabajos que
Jesucristo y el Cielo, sabrá cómo entregarse con desprendimiento y generosidad
heroicos... En 1864, y poco antes de morir, escribirá al Ministro de Relaciones
con humilde reconocimiento: “Hasta ahora el Gobierno no ha hallado otro que se
encargue de civilizarlos sino el Misionero que suscribe”. Y pudo hacerlo,
precisamente, porque era pobre del todo y nunca buscó una recompensa pecuniaria.
Jamás en su vida misionera de Honduras llevó un centavo consigo y para sí.
¡Había que hacerlo todo gratis!...
Þ
Los indios eran así...
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Los indios y
morenos que encontró Subirana vivían aún en condiciones muy primitivas. La
Honduras que evangelizó el Misionero estaba poblada en su parte Norte y
Nordeste por zambos, payas, mosquitos, jicaques, toacas, sumos, caribes y
otros, “en gran número diabólicamente supersticiosos” y que, para colmo de
males, vivían entre “ladinos muy mal reputados”. To-dos estaban abandonados a
su suerte, sin que nadie cuidase de ellos, entre contrabandistas nacionales y
extranjeros que hacían con ellos lo que bien les venía. ¿Cómo eran aquellos
indios? En un informe oficial al Gobierno, Casto Alvarado nos proporciona datos
interesantes. Los caribes son más sociables, menos salvajes y más trabajadores
que los sambos. Los cari-bes viven medio vestidos, mientras que los sambos van
enteramente desnudos, aunque suelen llevar un bra-guero o refajo de cáscara de
hule. Los sambos poseen una vaca o un caballo y algunos hasta doscientas
cabe-zas de ganado, al revés de los caribes que no poseen absolutamente nada.
Unos y otros son idólatras y polí-gamos.
No nos salimos de aquel Informe oficial. Los sambos estaban
enojados con “El Santa Misión” porque les había quitado las fiestas del Surin,
con que aplaca-ban a sus muertos. La poligamia la suelen practicar casándose
con dos hermanas que tienen en una misma habitación, y hasta llegan a tener dos
o tres parejas en esta misma condición deplorable. Entre ellos no se conocen
más que tres delitos. El asesinato que lo castigan con la horca. El robo por el
que hacen pagar el doble al perjudicado. Y el adulterio, que lo castigan con
azotes cuando el culpable no puede pagar multas al ofendido. La mujer, por otra
parte, es la bestia de carga mientras los hombres yacen en la holgazanería. Y
sintetiza el Informe: “Son tan salvajes, tan bárbaras sus costumbres,
especialmente las de los sambos, que no se tiene una idea de su degradación”.
Þ
Estos serán sus hijos
Pues, bien; a éstos indios se va a dirigir la evangelización
de Subirana. Dios va a estar con él. Porque no van a ser todo facilidades. Al
dirigirse el Padre a una aldea del Municipio de Omoa, cuyos moradores, asaz
belicosos y hasta caníbales, no admitían a nadie extra-ño, la indiada salió al
encuentro del Misionero con intención de matarlo. Pero el Padre levantó la mano
para darles la bendición, y aquellos guerreros, tocados por una fuerza
sobrehumana, se arrodil1aban mansa-mente ante el enviado de Dios... Cuando el
Padre civilice a sus indios, les aconsejará que cambien sus nombres de animales
por otros mejo-res. A los padrinos que escogía ―personas distingui-das del
lugar―, les suplicaba que dieran a los indios su propio apellido. De este modo
los dignificaba, les introducía en la sociedad, y no es extraño encontrar hoy
día entre sus descendientes apellidos tan familia-res como González, Martínez,
Álvarez, Morejón, Que-sada, y otros no menos flamantes...
Al irse Subirana al Cielo, “la Costa Norte no se co-nocía a
sí misma”, dirá con humilde satisfacción. Había civilizado como ciudadanos y
bautizado como cris-tianos a 3.000 zambos, 2.000 mosquitos, 150 taucas, 700
payas, 5.500 jicaques y otros 2.000 morenos cari-bes. Entonces escribirá
también la Gazeta Oficial: “Mediante los piadosos esfuerzos del virtuoso e
inolvidable misionero Subirana, esos habitantes de nuestras costas del Norte,
hace poco todavía salva-jes e idólatras, gozan ya los beneficios de la
Reli-gión Católica y el grado de cultura posible en su si-tuación infantil”.
Þ
Con blancos y ladinos
Antes de
establecerse definitivamente entre los in-dios, empieza con algunas Misiones,
el ministerio de toda su vida anterior. A mitades de 1857 lo vemos misionando
varias ciudades del centro. En Comaya-gua, por ejemplo, según recordará
el Diario Oficial de Enero de 1865, consiguió un fruto maravilloso. Se refiere,
más que nada, a la legitimación de matrimo-nios. Porque entre los blancos y los
clásicos ladinos le esperaba un trabajo ingente con el arreglo de los
amancebados o de unión libre. Igual que en Trujillo, donde, según
informaba la Gazeta Oficial, “hubo una multitud de enlaces matrimoniales en la
clase llamada ladina”; y lo mismo ocurrió en Olanchito, donde tam-bién
“se matrimoniaron multitud de gentes ladinas”. El arreglo de los matrimonios y
la constitución de fami-lias estables van a ser el fruto principal de sus
Misio-nes. Predicando en el atrio de la iglesia parroquial de Tegucigalpa, llamó
poderosamente la atención de todos por la comparación catequística sobre los
Man-damientos:
- Es indispensable el cumplimiento de todos los Mandamientos
de la Ley de Dios, porque si falta uno solo es imposible la salvación. Del
mismo modo que, si faltase uno de los diez arcos del puente que une a esta
ciudad con Comayagüela, no se podría pasar por él de un lado al otro. El
Misionero ―que venía por primera vez a Tegu-cigalpa, había entrado por otra
parte diferente del río y no había visto ningún puente―, ¿cómo sabía que eran
diez los arcos?... Lo más probable que fue también aquí, en el barrio de La
Ronda, donde curó a una señora que padecía enajenación mental muy grave y era
una tortura para familiares y vecinos, caso confirmado por testigos muy
fidedignos. El Padre mandó derramar violentamente sobre ella desde el techo un
gran balde agua fría duran-te un acceso muy fuerte de locura. La enferma,
desnu-da del todo, lanzó un grito estentóreo, profundo y pro-longado. Se calma
de repente, llama por su propio nombre a uno de la familia y pide que le traiga
ropa para cubrirse. El Misionero estaba al tanto, y entra en la habitación
preguntando como si nada: -¿Qué hace la buena mujer Apolonia? Y ella, con la
naturalidad máxima: -¡Aquí, esperando su bendición, santo Misionero Subirana!
-¡Bien, hija! Siéntate. Vamos a charlar... La señora se sintió totalmente
curada, sin que le volviera a molestar más la delicada enfermedad. Al llegar a Cantarranas
no quiso hospedarse en una casa que le habían preparado: -No; aquí, no. En
esta casa había antes un blasfe-mo renegado y debe ser exorcizada. Esta casa
aca-bará mal. Muchos años después, en 1919, el edificio fue con-sumido por el
fuego...
Fue muy sonada la Misión de Danlí desde el 17 de Junio
al 9 de Julio. El Párroco dejó asentada un acta en la cual declara que
comulgaron sacramentalmente 5.542 personas y se legitimaron 130 matrimonios. El
Misionero sentía ansias de recorrer todas las po-blaciones de la República
predicando misión, y cita expresamente Ocotepeque, Santa Rosa y los
Departa-mentos enteros de Tegucigalpa y Choluteca... Pero su apostolado se va a
centrar ahora, más que nunca, entre los indios salvajes, aunque jamás
descuidará a los blancos, ladinos y a los de color en la Costa.
Þ
Yoro, punto de convergencia
Grandes proezas había realizado el Misionero en poco más de
un año. Ahora va a dejar la Mosquitia para dirigirse a Olancho y a Yoro, que
será el centro de un apostolado pasmoso en los seis años que le quedan de vida.
Sin embargo, cada año veremos a este viajero impenitente realizar, siempre a
caballo o a pie, una gira por la Costa Norte, para hacer más duraderos los
frutos de las labores desarrolladas anteriormente. De Danlí pasa a Juticalpa,
la capital de Olancho, al que iba a recorrer en todas direcciones, y del que
dirá: “He logrado reunir a los indios payas en dos puntos, Dulce Nombre de
Culmí y Santa María del Carbón, y les he puesto rezadores y maestros de
escuela”. Para cuando fue a Yoro, a mitades de 1858, ya había ins-truido y
bautizado a 800 indios de la selva en las mi-siones de Punta Ocote y Tuna.
En el Departamento de Yoro, al que dedicó la me-jor parte de
su apostolado, comenzó por aprender la lengua de los indios jicaque. Se lanzó a
las montañas del Oriente y del Sur, y para el 17 de Octubre de 1858 ya había
bautizado, incluidos los 800 de Olancho, a 2.177 indígenas selváticos, de los
que especifica el número en cada uno de los trece puestos misionados. Y esto
sin prisas desaconsejables, sino precedida la sacramentalización con la
preparación debida, como veremos luego. El 18 de Octubre, según informa al
Ministro de Re-laciones, “paso a las montañas del Norte y Poniente con el
propio fin, es decir, de instruir y bautizar, pues es donde hay la mayor parte
de esos seres hasta hoy desgraciados”. En Noviembre del año siguiente hace el
nuevo re-cuento, y puede afirmar: “He cristianizado a casi todos los indios
selváti-cos de Honduras, que ascienden al número de 5.022 a saber: 150 toacas
600 payas en el Departamento de Olancho, 4.100 jicaques en el Departamento de
Yoro y 172 de los mismos en el Departamento de Santa Bárbara”. Sumados todos los
cómputos que poseemos, pasan de 9.800 los catequizados y bautizados, contados
entre ellos los 2.000 negros caribes que viven pasada la Mosquitia, desde
Blackriver hasta Trujillo y Omoa. O sea, que, para cuando muera, Subirana habrá
hecho cristianos a “casi todos” los indígenas de la Honduras de entonces...
Þ
Bautizar sin precipitaciones.
Esta es la gigantesca obra evangelizadora de Subi-rana. Buena
falta hacía desde que los beneméritos hijos de San Francisco habían dejado la
Misión de Liquigüe, cuando en 1826 se les negó los 664 pesos que tenían
asignados para su modesta subsistencia.
Y hay que decir que el Misionero no procedía con
precipitación. Pronto vamos a ver cómo reducía a los indígenas a vivir en
poblados en torno a las capillas e iglesias que levantaba por doquier, cómo los
instruía y enseñaba a leer precisamente con el Catecismo, y cómo, según escribe
a su Obispo, los bautizaba “como puedo”, cuando sabían lo necesario para la
salva-ción, según las circunstancias de los neófitos en cada tiempo y
lugar. La gradación intocable que seguía era ésta: primero los “instruía” en lo
elemental de la fe cristiana; des-pués los “moralizaba”, es decir, les hacía
quitar las costumbres incompatibles con el Bautismo; finalmen-te, les “administraba”
el Sacramento. El escenario en que se desarrolló este apostolado era grandioso
y bello, a la par que lleno de dificul-tades, tal como nos lo describe el Vocal
de la So-ciedad de Geografía e Historia de Honduras. Lic. Ernesto Alvarado
García: “Hay que imaginarse el medio geográfico de Honduras en ese tiempo:
elevadas montañas. ríos caudalosos, lagunas y pantanos en los que abundan los
lagartos o caimanes; selvas inmensas en las que viven tigres, leones,
serpientes venenosas como el tamagás, barbaamarilla, etc.; la inmensa cantidad
de mosquitos y jején. El paludismo con todos sus peligros, el cólera morbo,
etc.”... Pero Subirana no es uno a quien le tiren para atrás semejantes
dificultades...
Þ ¿Sería
verdad lo del cacique?...
No deja de admirar la rápida y abundante conversión de tanto
indio jicaque de Yoro. ¿A qué se debió?... No es que hayamos de creer a pie
juntillas, como veremos más adelante, en todos los casos milagro-sos que el
pueblo cuenta del Misionero. Pero el del Cacique Cohayatbol no deja de ser
curioso de verdad y lo traen todos los historiadores de Subirana.
Los jicaques de Yoro y Olancho venían por centenares y miles
para recibir el Bautismo. El Padre les enseñaba a vestirse, les catequizaba, y
los bautizaba a su tiempo. A todos, menos al Cacique, el cual se resistía a
toda la enseñanza del Misionero. Hasta que un día se entabló entre los dos un
diálogo curioso durante el cual el Misionero le gastó al jefe una broma pesada
y misteriosa. -Yo no puedo creer en tu Dios. Yo sólo creo en Malotá, el dios
del mal. -¿Y por qué no puedes creer en el Dios de los cristianos? -Porque
Malotá no me prohibe nada y hago lo que quiero, mientras que tu Dios me quita
muchos dere-chos. El Misionero rezó fervorosamente, miró compasivo e irónicamente
al Cacique, al que empezó a venirle un intenso dolor de cabeza, de modo que la
había de es-trechar con fuerza entre sus manos. -¿Qué te pasa? ¿Es que te duele
la cabeza?... -En estos momentos me duele más que nunca. -Pues, mira; si
aceptas el Bautismo, ese dolor se te quitará inmediatamente. Cohayatbol aceptó
la propuesta. Rezó el Misionero y el dolor desapareció como por ensalmo. Ahora,
a instruirse bien, a prepararse y a bautizarse con toda su familia... Y, lo que
interesaba más, un amplio permiso al Padre Subirana para que predicara
libremente en todos sus territorios y bautizase a cuantos quisieran. Así se
cuenta el hecho, sucedido en los bellos para-jes de las montañas de Pijol,
junto al nacimiento del río Cumayapa, generoso afluente del Comayagua, al que
da sus frescas aguas y su abundante y rico pesca-do... El caso es que allí
empezaron a bajar los indios por centenares, y decían que venían donde el
Misionero porque habían soñado con él, porque lo habían adivi-nado y por mil
razones más... Allí levantó el Misionero una aldea, a la que después, en su
memoria, se le dio el nombre de SUBIRANA.
Þ
En Nicaragua y en El Salvador
Los tres
primeros años de la estancia de Subirana en Honduras son algo que no se
entiende. Aparte de esa actividad con los indígenas y morenos caribes, fue el
tiempo en que predicó varias Misiones entre los blancos, como veremos en su
lugar, y, además, se dio sus dos escapadas a Nicaragua y El Salvador, cuando
aún faltaban muchos años para que corrieran los auto-móviles por las autopistas
y volaran los aviones por los cielos. El caballo o los dos pies que Dios le dio
tenían que ser su transporte obligado... ¿De dónde sacó el tiempo? A finales de
1859 se encontraba en El Salvador arreglando la segunda edición de su Catecismo.
Duran-te 1860 se pasa en esa República varios meses, en la que predica algunas
Misiones; hace de Párroco en San Luis Talpa, de La Paz; visita Cojutepeque,
ciudad en que dejó recuerdo imborrable, y pasa por San Pedro Perulapán, donde
ocurre el pintoresco episodio de la estampa famosa. Quieren detener al santo
Misionero, pero éste no se puede quedar. Como recuerdo, les deja lo único que
lleva: una estampita de Santa Francisca Romana que le sirve de señal en el
libro de rezo. Ante esa estampita, enmarcada en un cuadro, rezan todavía
devotamente los habitantes del pueblo y cada año de-dican una fiesta en honor
de la Santa con Misa solem-ne y sermón. ¡Hasta dónde dejaba el Padre su fama de
santo!... Como podía penetrar en Nicaragua durante sus es-tadías en la Costa
Norte y Olancho, se dirigió hasta León, con el fin de entrevistarse con
su Obispo, a fin de conseguir las licencias ministeriales “para casar gente de
lugares remotos en donde no suelen llegar los curas de parroquias, debiendo
advertir que en lo dicho no tengo otro interés que la gloria de Dios y la
salva-ción de las almas”.
Predicó también en Nicaragua varias Misiones, concretamente
en Somoto, y trabajó temporalmente entre los indios chontales. En la
parroquia de Mata-galpa dejó como recuerdo un altar labrado por él
mis-mo y que ahora se encuentra en la iglesia de San José.
Þ El
filibustero William Walker
9op’0ppklHemos de situarnos en aquellos días tan
críticos pa-ra nuestra Centroamérica. Desde un principio le pre-ocupó al Padre
Subirana la suerte de los hondureños. Una de sus profecías es la referente a
las tierras: “Aseguren sus propiedades para que siempre tengan donde trabajar
juntos; porque los dueños de terrenos los venderán a los extranjeros a cambio
de oro. Ustedes se descuidan por la facilidad con que viven, pero día vendrá en
que todo será distinto. Necesitarán mucho dinero, y lo obtendrán a cambio de
sus fértiles tierras, que pasarán a poder del ex-tranjero”. Más que profecía,
como la llama hasta hoy el pue-blo, estas palabras eran una intuición
clarividente del porvenir: “Vendrá una nación extendiendo sus dominios por la
América Central, y será difícil librarse de su poder, pues, halagada por las
riquezas naturales del país, no querrá ceder en su empeño de conquista”. Y la conquista
no iba a ser a base de ejércitos que nos aplastarían, sino llevándose nuestras
riquezas con un colonialismo, una dependencia y unos tratados in-justos a toda
prueba. El Primer Mundo y el Tercer Mundo de hoy...
E1 imperialismo inglés y el naciente norteamericano
codiciaban nuestras regiones privilegiadas. Se soñaba en el canal que uniera
Nueva York con California, el Atlántico con el Pacifico, y Panamá o Nicaragua
estaban en la mira de las potencias colonizadoras. El filibustero norteamericano
William Walker fue el más audaz, bajo su lema “Five or none”: O las cinco
Repúblicas Centroamericanas o ninguna... Quería anexionar nuestros países a los
Estados Sureños, esclavistas todos. De haberlo conseguido, la suerte de nuestra
Centroamérica sería hoy muy distinta... Costa Rica inició la lucha contra el
invasor. El Presidente hondureño Guardiola tuvo visión de la realidad, y mandó
a Nicaragua refuerzos para las tropas liberadoras de Costa Rica, El Salvador y
Guatemala, las cuales obligaron al invasor a huir de Centroamérica. El
aventurero repitió otra intentona para apoderarse de Honduras. Pero el valiente
General Mariano Alvarez logró capturarlo y él mismo firmó la sentencia de
muerte del filibustero, que fue fusilado en Trujillo el 12 de Septiembre de
1860. El Padre Subirana se halla-ba aquel día en Punta de Piedra, a 80
kilómetros de distancia.
Þ
Los dos Presidentes
Sin contar los breves intervalos de Castellanos y Montes,
mientras el Padre Subirana misionó Honduras se encontró en la Presidencia de la
República con San-tos Guardiola y José María Medina, los cuales le brin-daron
un apoyo total en su obra de evangelización y colonización de los indios.
Guardiola vio en el providencial Misionero lo que de verdad necesitaban las
tierras y las tribus más aban-donadas hasta por el mismo Gobierno. Medina
seguirá las huellas de su predecesor y dará al Misionero las tierras que
necesite para instalar en poblaciones a los indígenas que vaya evangelizando.
Muerto el Padre, seguirán el Presidente y sus fun-cionarios
facilitando la labor iniciada por el infatigable Misionero, como la mejor
respuesta a la memoria de santo y de colonizador que Subirana dejara por todas
partes.
Þ
Apóstol de la liberación
El Misionero, ajeno en absoluto a toda política, su-po
mantener ―como hemos dicho y veremos tantas veces― buenas relaciones con los
Presidentes Santos Guardiola y José María Medina, que le brindaron su apoyo en
la colonización de las tribus indígenas. Sin halagar jamás a las autoridades
civiles, supo tratar a todas con el respeto merecido, se granjeó la estima de
todas ellas, y en todas encontró el apoyo necesario en cuanto hubo menester
para bien de sus misionados. Se las hubo de ver también con los finqueros y
em-presarios opresores, que, en vez de embestir furiosos contra el Misionero,
acababan por rendirse a la verdad, a la justicia y al amor. Profeta auténtico,
no se calla nunca. Denuncia todo desorden. Se rebela contra la injusticia de
los ricos explotadores. Acusa la negligencia de las autoridades competentes. Y
promueve a los indígenas. Los reúne en comunidades para que reclamen sus
derechos. Los instruye sobre cómo conseguir los sueldos justos... Pero lo
expone y lo hace todo con un respeto, una claridad, una sinceridad y un amor
tales, que, en vez de cosechar persecución, todos se ponen a sus órdenes para
remediar los males que fustiga. Resulta todo un ejemplo viviente de cómo la
vio-lencia consigue muy poco, a la vez que nos dice cómo el amor a todos sin
distinción es el arma más fuerte que Dios ha puesto en nuestras manos...
Eso, sí; pone como base de su acción apostólica la promoción
del hombre en su totalidad, y le enseña a ser persona con la instrucción y el
trabajo honrado, a la vez que lo hace santo con una piedad viva, conforme siempre
con las condiciones de un pueblo rudimentario y sencillo, pero capaz de
asimilar todo lo bueno que se le da. Al final, después de conseguir frutos
abundantes e inmediatos, morirá dejando en todos los hondureños, ricos y
pobres, autoridades y gobernados, un recuerdo imperecedero y una veneración
unánime.
Pedro Garcia
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Tenemos la
primera muestra de ese su profetismo en el cuadro triste que presenta con su
Informe al Sr. Ministro General del Supremo Gobierno, fechado el 4 de Noviembre
de 1859. A nosotros nos va a servir de telón de fondo para valorar todo el
apostolado de Subi-rana en Honduras, sobre todo entre los indios: “Los dichos
indios selváticos si el Gobierno, como lo espero, se sirve protegerlos, podrían
ser muy útiles al Estado, pues son muy aficionados al trabajo, y esto basta,
pero me es doloroso expresar-lo, a pesar de las providencias que ha tomado el
Gobierno en favor de esos infelices, se ven por va-rios de aquellos que deben
cuidarlos y protegerlos, oprimidos y perjudicados. “Se les perjudica en la
libertad, haciéndoles tra-bajar por fuerza aunque nada deban, privándoles de
trabajar para otras personas. “Se les perjudica en lo que se les vende,
hacién-doles pagar el valor de dos o tres pesos de plata por lo que vale dos o
tres reales no más, como sucede en la ropa, y haciéndoles pagar por las hachas,
ma-chetes, fusiles y otros efectos diez veces más de su justo valor. “Se les
perjudica en las deudas, haciéndoles pa-gar la misma varias veces, y en ciertas
ocasiones les exigen deudas unos sujetos con quienes nunca trataron, alegando
que es la deuda de otro al cual dicen haberla comprado, siendo mentira.
“Se les perjudica en los trabajos de milpas, ve-gas y otras
cosas, obligándoles por una res o terne-ro a hacer un trabajo que vale más de
100 pesos de plata, y hay ocasiones que se les hace repetir 2ª., 3ª., y 5a. vez
de balde el mismo trabajo. “Se les perjudica en lo que se les compra
llevándoles por una res dos cargas de zarza (parri-lla), o tabaco y
engañándoles con la romana, llevándoles doce arrobas en lugar de ocho. “Se les
perjudica en el tiempo que se les da para que entreguen la zarza,
concediéndoles de intento tan corto plazo que en él les sea imposible cumplir,
para tener ocasión de cobrarles el duplo, lo que llaman pie de rastro. “En fin,
se les intimida, se les pescozea v se les trata de mil maneras si se niegan a
hacer la volun-tad injusta de sus opresores” . Este informe detalla el que un
año antes, en Octu-bre de 1858, había mandado al Sr. Ministro de Rela-ciones,
con el que le denunciaba que los indígenas “hasta la fecha han sufrido toda
clase de veja-ciones y miserias de aquellos que por medios los más inicuos han
logrado sujetarlos: pero éstos son tan tiranos con los infelices inditos, que
hay algu-nos que los hacen perecer de hambre; hay más, los hacen servir
ordinariamente como bestias de carga; en fin hay algunos que hasta los apalean,
les roban las mujeres e hijos y les violentan las hijas”. La contestación al
primer Informe fue rápida y efi-caz, pues el Ministro de Hacienda, conforme en
todo con el punto de vista del Misionero, daba la orden a la Administración de
Trujillo de entregar al Padre 300 pesos para su obra.
Pedro Garcia
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Pronto vamos a
ver a Subirana reuniendo en pobla-dos a los indios dispersos. Aparte de
catequizarlos y bautizarlos como cristianos e instruirlos en las letras, lo
primero que hace es averiguar su situación econó-mica y poner remedio a sus
males humanos. En los documentos que mande a las autoridades se dará siem-pre a
sí mismo unos títulos que, según parece, nunca se le concedieron oficialmente,
pero se los atribuyeron y los aceptaron todos como válidos: “Misionero y
Cura-dor General de los Indios”, “Primario Protector y Curador General”,
“Cristianizador y Primario Pro-tector de los Indígenas”, etc. etc. Al proclamar
tan proféticamente la libertad de los indios, no se fiaba de que la entendieran
rectamente y la llevaran a la práctica. Para ello, aparte de su acción personal
―que, dada su movilidad incesante de una parte a otra, no podía ser continua en
cada poblado― instituye hombres de su confianza para que lleven a término las
disposiciones concretas de promoción de los indígenas. Lo que hacía por sí
mismo era: “Procuro enterarme del mejor modo posible si tienen alguna deuda, y
si la tienen les obligo a pa-garla a quien corresponda, y si hallo que nada
de-ben les digo que son libres, y que por lo tanto nadie debe hacerlos trabajar
para sí”. Las disposiciones que dejaba a los procuradores se resumían en estos
puntos precisos y bien reglamenta-dos:
1º. Hacer
trabajar a todos, pero con esta orden es-tricta: “que primero trabajasen para
sí, para que tuvie-sen que comer con sus mujeres e hijos y que después de esto
hagan un trabajo en común para vender los frutos a su justo precio”. Subirana
se avanzaba a las modernas cooperati-vas...
2º. “Si hacen un trabajo ajeno, se les provea de
herramientas y les paguen lo mismo que a los ladinos”. Para él, la dignidad y
los derechos humanos eran iguales en todos...
3º. Que se dé cuenta de
todas las operaciones a los Curas de la Parroquia a que pertenecen, “porque
ellos son los encargados por el Gobierno, o al Misionero cuando esté presente”.
Había que estar al tanto con la corrupción...
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.Al margen |
AGRADECIMIENTO |
Agradecemos a todas las personas que hicieron posible la recopilacion de esta valiosa informacion y con trabajos ya existentes del jesuita Padre Santiago Garrido, del Lic. Ernesto Alvara-do García y de los valiosos apuntes inéditos del Padre Va-lentín Villar, aparte de las vidas documentadas de San An-tonio María Claret y del Padre Esteban de Adoain. Además de éstos, han escrito sobre Subirana historiadores beneméri-tos como Rafael González y Sol, Pompilio Ortega, Esteban Guardiola, Luis Mariñas Otero,COMO TAMBIEN AGRADECEMOS A:
Profa Carmen Viuda de Rodas
por brindarnos Informacion
documentada y de primera mano, conservada por quien en vida fuera su esposo; Don Amilcar Rodas Ramirez. Gracias por su amabilidad.
A doña Marina Martinez de Cruz Fiel segidora de Manuel Subirana. por su entrevista e informacion.
Doña Francisca Cruz
por su testimonio de Manuel Subirana.
Doña Aide Bustillo Mejia.
por su entrevista e informacion.
Al Sñor: Carlos Enriquez Chavez. por su testimonio. Equipo de Investigacion:
Cruz Aminta Bautista. Aura Aracely Vasquez. Brenda Linarez Lopez.
Bajo la Supervision de:
Lic. Marcio Rodas.
A todos los que de una u otra forma Contribuyeron con la recopilación de información y creación de este documental del Misionero Manuel de Jesús Subirana.
Gracias. |
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