Pedro Garcia
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el objetivo principalísimo al que iban dirigidos todos los
esfuerzos del Misionero era la santificación y salvación de las gentes, para
constituir un pueblo santo, un sacerdocio real, una nación con-sagrada, conforme
al ideal de Dios. ¿Lo consiguió?... Aunque metido ante todo entre los
indígenas, igual que entre los morenos caribes, no deja en ninguna parte de
trabajar con los blancos y con nuestros clási-cos ladinos, porque debía mirar,
dice él mismo, “por el bien de todos”. No descuidó su ministerio de las
Misiones en los pueblos tradicionalmente cristianos, con las que consi-guió en
Honduras frutos resonantes, sobre todo por el arreglo de innumerables
matrimonios, como en aquella ya mencionada de Danlí, donde vimos que se unieron
en matrimonio 130 parejas y se acercaron a comulgar 5.543 fieles... Podrían
mencionarse bastantes más, pero sería repetir lo mismo en cada una de ellas.
Aunque merece recuerdo especial la de Gracias, por el voto
que hicieron sus habitantes ante la imagen de la Virgen de la Merced. Pidieron
al “Santo Misione-ro” que les librase de la maldición que hacía un siglo pesaba
sobre ellos. Se celebró la Misión en Abril de 1859. A excepción de cuatro
rebeldes, se confesaron y comulgaron todos los fieles, después de haberse
arre-glado todos los matrimonios ilegítimos. Sólo entonces, el 15 de Abril, se
organizó una pro-cesión sin precedentes, de ocho a diez mil personas, con
penitencias muy pesadas, en desagravio por el sacrilegio que se había cometido contra
la imagen “fundadora” de la Merced, cuando de un golpe le in-crustaron en la
frente una pedrada, razón por la cual ―dicen, aunque no sea verdad― los Padres
Merceda-rios maldijeron a la población. El Misionero recibió a la inmensa
procesión en el templo, y desde el púlpito, con el Crucifijo en la mano, le
aceptó el voto en nombre de Dios. Se levantó acta, firmada por el Misionero,
por el Párroco y por el Go-bernador, y el documento público, para que se
conser-vase siempre, fue colocado a los pies de la imagen veneranda, aparte de
ser enviada copia fiel del mismo al Archivo Eclesiástico y al de la
Municipalidad. Ya sabemos como procedía con los indígenas. Ante todo, la
iglesia o capilla. A su alrededor, sin que nadie se lo mandara, se iban
reuniendo los que vivían disper-sos. Venia a continuación la escuela, donde
aprendían a leer con el catecismo del Padre, con el que llegaban a saber lo
necesario para la salvación a la vez que se les grababan en la memoria las
oraciones de cada día. El efecto fue inmediato y consolador, según escribe el
mismo Subirana al Obispo, “como zagal del pastor general de Honduras para darle
cuenta de la porción de ovejas que se digna permitirle cuidar”. Agradece a Dios
que su obra “especialmente en el Departamento de Yoro ya comienza a progresar.
Da gusto ver como saben rezar”.