Pedro Garcia
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INTERMEDIO
¿Quién es Subirana?... Pero, cabe preguntar: ¿quién es
Subirana? Porque hasta ahora, ¿de quién hemos hablado, de Subirana o de Claret?
Pareciera que el Padre Subirana nos impor-tara muy poco y que lo único que
interesa es hacer sobresalir la figura del Misionero, Fundador y Arzo-bispo
Claret... No. Lo que ocurre es que Subirana tra-bajó siempre como bueno a la
sombra de otro, en un anonimato casi completo. Guardaba su puesto en el equipo,
trabajando como el que más, lo mismo en Cataluña que en Cuba, pero sin llamar
la atención de nadie. No se conservan de él ni escritos ni recuerdos
personales, salvo algunos elogios escuetos pero sobre-salientes de Claret. En
Honduras va a ocurrir todo lo contrario. Subirana brillará con luz propia, como
un sol esplendoroso y solitario, llenando de fulgor él solo todo el
firmamento... Subirana fue siempre misionero. En Cataluña, excelente; pero no
era único: como él, otros igual... En Cuba, misionero de primer orden en el
equipo del Ar-zobispo Claret, que escribió de él: “llevó vida evangélica y edificante,
sin más recompensa que su trabajo”. Pero como él, también otros... En Honduras
fue misionero desde 1856 a 1864. Y aquí, sí; aquí fue un misionero
fenomenal, con una vida que no se entiende...
Hacia Centroamérica
El Padre Subirana se embarca para Centroamérica en el mes de
Julio de este año 1856. Lleva consigo la carta de recomendación redactada de
puño y letra por el Arzobispo Claret para el Obispo que lo desee admi-tir en su
diócesis, un escrito colmado de los elogios más calurosos: “Conociendo su
virtud y celo por el bien de las almas, le admitimos desde luego en nuestra
com-pañía, y desde nuestra llegada a esta Diócesis ha trabajado sin descanso en
la santa Misión, reco-rriéndola en todas direcciones, sufriendo privacio-nes y
enfermedades, consecuencias de su continuo trabajo y de los rigores del clima
en la zona tórrida, recogiendo muy abundantes frutos y sirviendo de edificación
y buen ejemplo, tanto a los seglares como a los sacerdotes, por su ejemplar
conducta y por el excesivo celo que siempre lo ha animado”. “¡Excesivo
celo!”... Aunque en el amar a Jesucristo y a los hermanos no se dé límite
alguno, el Padre Subi-rana, por lo visto, tocaba casi los linderos de la
impru-dencia...
Honduras, la nueva patria
El misionero no
tiene más patria que el mundo en-tero, aunque, limitado por fuerza, habrá de
trabajar en la parcela que le asigne el Dueño del campo, como el mismo
Jesucristo, que se hubo de concretar a las ove-jas de Israel... El Padre
Subirana podrá decir lo de su maestro Claret, al ser enviado a Cuba: “Mi
espíritu es para todo el mundo”. O como Santa Eufrasia Pelletier: “Mi patria es
cualquier parte del mundo donde haya un alma que salvar”. Subirana, por caminos
providenciales, viene a parar en Honduras, que tendrá en él al apóstol
infatigable, al colonizador acertadísimo, al santo que admirarán las gentes, al
Angel de Dios que recordarán siempre como suyo las tribus indígenas... Y
Subirana hará de Hondu-ras la patria definitiva de su corazón, como lo fuera un
día su Cataluña natal o Cuba la de sus correrías inter-minables.
Pero ahora habrá de actuar con un estilo muy dife-rente.
Antes desarrollaba su trabajo en equipo; ahora, ya no podrá ser así. Se
encontrará solo, a las órdenes de su Obispo, ya que es un sacerdote diocesano,
pues nunca abrazó el estado religioso, a pesar de haber tra-bajado siempre con
religiosos y como un religioso más. Por eso, habrá de llevar adelante a nivel
personal empresas arriesgadas que lo acreditarán como un mi-sionero casi genial.
Honduras. Aquí pasará los pocos años que le restan de vida, sin regresar ni una
vez a España para ver a sus seres queridos. Aquí morirá y aquí dejará como
trofeo sus restos mortales. Y Honduras le recordará siempre como la figura más
preclara de la Iglesia que ha pisado su suelo cristiano... SAN ANTONIO MARIA
CLARLT y el Padre Subirana tienen dos vidas paralelas admirables. Nacen el
mismo año, con muy poca diferencia de tiempo, en dos ciudades que casi se
tocan. Juntos en el Seminario, serán después compa-ñeros de Misión en Cataluña,
cuando Subirana se una al equipo itinerante de Claret, que se lo llevará
consigo al marchar como Arzobispo a Santiago de Cuba, donde serán inseparables
en las campañas misioneras. Cuando la perse-cución disperse al grupo, y Claret
marche a España y Subi-rana a Centroamérica, el santo Arzobispo se llenará de
orgu-llo al oír de su compañero querido que “Subirana con sus misiones hace
prodigios en Honduras”, donde morirá “víctima de su celo”.