Se lo temían
todos. Un día u otro pasaría algo serio con la vida del Arzobispo. Y el 1 de
Febrero de 1856 por la noche, al acabar su sermón en la iglesia de Hol-guín,
Claret va por las calles rodeado de una multitud que reza y canta con ardor. De
improviso, se le acerca un hombre desalmado con la aparente decisión de
be-sarle el anillo, y, con la navaja de afeitar que empuña, le asesta un
terrible golpe en el cuello para degollarlo. El Arzobispo va tapándose la boca
con un pañuelo para evitar resfriarse después del acaloramiento del sermón, y
el brazo puede así detener a medias el furibundo navajazo. Detrás del asesino,
Claret adivina la presencia misteriosa del instigador del crimen, “pues vi al
mismo demonio cómo le ayudaba y daba fuerza para descargar el golpe”. De la
cara, del cuello, del brazo fluía la sangre a borbotones. Pero Claret curó.
Aunque se vio pronto que era demasiado riesgo seguir en Cuba en medio de tanta
persecución, por más que las gentes adorasen a su Pastor.
Los enemigos no se dieron por satisfechos con lo de Holguín.
Aquello no era más que el comienzo de una serie de crímenes y atentados contra
las haciendas donde hubiera de pernoctar el Arzobispo con los suyos en sus
correrías apostólicas. Los perseguidores, en una circular mandada a periódicos
de Estados Unidos
Inglaterra, España, Italia y otros países, urgen a que el
“titulado santo” Arzobispo Claret “y toda su escuadrilla salgan cuanto antes
del país que tan indignamente han ultrajado y que les odia y detesta al tamaño
de sus escandalosas bestialidades”, porque esta salida vendría a “colmar los
deseos del público eclesiástico y militar, paisanos y no paisanos, blancos y
negros, nacionales y extran-jeros”. Entre los cabecillas de tanta persecución
figuraron desde el principio una pandilla de jóvenes abogados ―“abogadillos”,
los llama Claret―, formados en Estados Unidos en odio especial hacia España,
“que son bautizados y tienen el nombre de cristianos, pero en las obras no lo
son, sino contrarios al Cristianismo, enre-dados, desmoralizados y enemigos de
España”. Al fin, todos estos enemigos iban a conseguir el colmo de sus
deseos...
El adiós a Cuba
Claret no sueña más que en derramar toda
su sangre por Jesucristo. Sin embargo, es un hombre realista. Y cree que ha
llegado el momento de presentar la renun-cia al Papa y no exponer tanto la vida
de sus colabora-dores, unos misioneros santos y dignos de su Pastor, pero que
en otros lugares podrían seguir haciendo mu-cho bien a las almas. Por eso, y
antes de tener respuesta del Sumo Pontí-fice, en los Ejercicios Espirituales
que dirige a su exce-lente equipo en el mes de Junio, les expone la situa-ción
y les aconseja que cada uno vaya adonde Dios le guíe para seguir adelante con
su vocación apostólica. Lo del Evangelio al pie de la letra: “Si en una parte
os persiguen, marchaos a otra”. En todas partes se puede trabajar por el Reino.
Subirana, aceptada la propuesta del santo Arzobis-po, sale de
Cuba como los demás compañeros y se dirige hacia donde le guía el Espíritu.
Claret, animado por el Papa, sigue en su puesto, aunque a los pocos meses le
llega de Madrid el nom-bramiento para Confesor de la Reina Isabel II.